La izquierda no gana elecciones nacionales, pero sí derrota al país, una y otra vez. No solo por su triunfo en las batallas de Conga, Tía María y otras similares, en las que pudo imponerse pese a que se trataba de proyectos limpios que incluso generaban activos ambientales y reservas de agua para los agricultores, sino porque logra esos triunfos pírricos sobre la base de un conquista previa: la de la mente de muchos peruanos que ahora creen sinceramente que la minería es mala. Hay una ideología ambientalista-antiminera, casi fundamentalista, que está calando en sectores amplios.
Es una religión que propugna, sin decirlo por supuesto, el suicidio nacional: que el Perú renuncie a su riqueza más notoria, aquella que, a máxima inversión manejada con rigor ambiental, nos permitiría salir de la pobreza y convertirnos en país desarrollado en poco tiempo.
Se trata de un fundamentalismo de una frivolidad indignante, porque quienes lo enarbolan son aquellos que declaran defender los derechos de los débiles y de los menos favorecidos, y, sin embargo, se dan el lujo de rechazar el recurso más abundante que el Perú tiene para dar el gran salto. En una conducta cuasi edípica, quienes marchan en el paro macrorregional –maestros y construcción civil principalmente– quieren matar a la fuente de sus mejoras: fue la inversión minera de los 90, que maduró en los 2000, la que le permitió a Toledo cumplir su promesa de doblar el sueldo a los maestros.
La minería no solo les subió el sueldo a los maestros sino que le dio al Estado los recursos para aumentar la obra pública hasta un 6% del PBI, beneficiando a los obreros de construcción civil que ahora tiran piedras y apalean a la fuente de su bienestar.
Esa ideología hubiese tenido sentido hace 40 o 50 años, cuando la minería destruía el ambiente. Pero ya sabemos que la minería moderna puede aislar sus procesos y desenvolverse sin afectar la agricultura y más bien generando fuentes de agua limpia, como ha ocurrido con los muchos reservorios construidos, ayudando a las comunidades a modernizar su agricultura.
Lo increíble es que la minería es atacada también desde el flanco económico: el miércoles se publicó en “Gestión” un artículo titulado “Diversificación productiva o seguiremos exportando piedras”, otra frivolidad de moda, como si la diversificación fuese una alternativa a la minería y no más bien su consecuencia. ¿A qué cree que se debió la expansión de las industrias metalmecánica y de servicios durante los últimos 13 años? Lo dice el mismo artículo, en una expresión de incoherencia máxima con su título, cuando cita a Richard Baldwin, quien advierte que el Perú está geográficamente muy lejos para insertarse en cadenas globales de valor, y que más bien la idea “casi impecable” para nuestro país es “desarrollar un clúster de servicios alrededor de la minería”.
Que es lo que ha venido ocurriendo, pero que ocurriría en mucha mayor medida si la inversión minera fuera mucho mayor, como en Australia y Canadá, cuyas exportaciones mineras son 4 veces o más que las peruanas y tienen una economía muy diversificada. Pues a más minería, más diversificación.
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