Fernando Vivas

Se lo pienso decir delicadamente, pero él se adelanta. “Valentín [Paniagua] me dijo que era chapado a la antigua, lo tomé por un halago”. se apoltrona y adquiere gravitas para hablar de repúblicos y de tribunos. Pero también le entra –faltaba más– al choque frontal, al ‘trolleo’ y al atarante. Como vocero del ppkausismo en la pasada campaña y hoy portavoz alterno de su bancada, está obligado a merodear la esquina. Puede tener en una mano la vieja espada de honor –es miembro del nacionalista Grupo Basadre– y en la otra una puya criolla.

Pero la nostalgia de la vieja política la mastica en cada réplica. “Tuve un encuentro memorable con Luis Alberto Sánchez en una chicharronería. Me fascinaba esa retórica que hoy se extraña. Puedes manejar cifras y datos, pero sin la retórica no convences. Y la política es convencimiento. Por eso hay técnicos, como los ministros de Humala, que no influencian”. ¿Y cuando tienes al rival ajochándote en la tele? “Es otro tipo de desafío, cómo atacas y repeles. Necesitas otra praxis”. ¿Cuál fue tu escuela para eso? “Observar, leer, practicar. Y participar en el Foro Democrático a mediados del 95”. Le pido retroceder en el tiempo. “En la universidad [Federico Villarreal] tuve relaciones marginales con la izquierda y el PPC buscando una identidad. En realidad es un mix, porque en mi casa mi mamá era defensora a ultranza de Alan García en su primer gobierno, y discutíamos”.

A pesar de su saudade por la oratoria antigua, no se hizo aprista. Su primer líder fue Alejandro Toledo. Le pregunto por ese lado irracional y emotivo de la política que hace a un tipo cuerdo seguir incondicionalmente a alguien. “Estaba buscando ser acogido en un partido y empecé con mi gran amigo Hugo Garavito a ver con simpatía los postulados de la tercera vía, de las cuerdas separadas. Nos cautivó. Empezamos a trabajar con Alejandro”. Hugo fue más apasionado que Juan. “Y luego lo fue por Lucho Castañeda. Y antes por Alan García. Vivía la política las 24 horas. Eso ya se está dejando”. Descansa en paz, Hugo.

Tras el triunfo de Toledo en el 2001, Sheput fue ministro de Trabajo. “Me permitió ver las cosas del otro lado del escritorio”. Y antes fue asesor de Carlos Ferrero, presidente del Congreso durante el gobierno de transición. Le pido su versión sobre la historia que dice que Ferrero pudo ser presidente del Perú: “No sé de dónde vino la discusión interna de que si él era presidente, eso podía comprometer las posibilidades de Alejandro en las elecciones que se venían. Pero hubo un componente adicional. Él había pertenecido al fujimorismo”. O sea, no se cortaba del todo con el pasado, digo. “Eso me pareció un argumento mezquino porque le tocaba asumir la presidencia del Congreso [y automáticamente, la del país] por ser el más votado”. Pero tuvimos una buena cabeza de la transición, digo, para conciliar. “Sí, Valentín. Y ahí viene otra discusión. Se pudo quedar más tiempo, hasta consolidar la transición”. Temía que dijeran que quería perpetuarse. ¿Sobrevive esa estirpe? “No con la dimensión de Valentín. Pero ahora sí se ha cambiado el chip, y la confrontación no dominará; habrá un pulseo trabajando juntos, como una especie de convivencia”.

Advertencia: los políticos intelectuales, como Juan Sheput, tienen el talento para convertir su ‘wishful thinking’, o sea lo que quieren que pase, en brillante y seductora prospectiva. Leer con cuidado lo que sigue.

—Teoría de la convivencia—

“Creo que estamos viviendo un ciclo similar, en importancia de la clase media, al que se vivió en los 50. Si bien es cierto que después vino el desborde popular, la clase media le exigía a los políticos. Hoy el crecimiento ha vuelto a fortalecerla y el político peleón se ve anacrónico”. ¿Y la convivencia apropradista podría ser un antecedente de una convivencia fujimorista-ppkausa? “Podríamos estar hablando de dos partidos que al final no tienen motivos para pelearse porque creen en el mismo modelo. Y si a eso le agregamos que tenemos una clase media más instruida, he allí donde viene el triunfo de los tecnócratas. El político peleón, característica de los 90 y de comienzos del siglo XXI, era parte del espectáculo. Ahora tus necesidades te llevan a otro tipo de político, alguien que te garantice el crecimiento. La clase política no la va a tener fácil ante la permanente fiscalización de las redes. Eso va a obligar a otro comportamiento, y si la política mejora estoy convencido de que todo lo demás mejora por añadidura”.

Ya que nos metimos en tremenda analogía histórica, ¿cómo diferenciar a PPK de Prado? “Prado era un aristócrata, nació en cuna de oro. Pedro Pablo es hijo de un médico, vivió en zonas pobres y se instruyó en las mejores universidades del mundo; es fruto de la globalización y del esfuerzo de un padre”. Como si quisiera demostrar que él es uno de estos políticos que reclama la nueva clase media, Juan deja la pelea por la armonía. Tiende puentes con Fuerza Popular –se deshace en piropos hacia Luz Salgado– y cuenta, sin complejos, que antes de adherirse a PPK habló con otras tiendas: “Inicialmente estuve con Julio Guzmán. Conversamos, luego decidí no ir con él. Me reuní con APP, el fujimorismo y el Apra”. ¿Con Keiko? “Sí, por eso tengo un aprecio por ella. Por eso en un momento de la campaña se me criticó de que no era duro con ella y sí con el fujimorismo”. Juan sonríe sin roche, pues lo que quiere subrayar es que la política es un proceso de búsqueda y de elección de identidad. Y luego de afirmada esta, viene el roce y la conciliación. O la convivencia.

No puedo perder esta anécdota. ¿Qué sentiste cuando te contaron que a tu hijo Lucas lo detuvieron en una marcha anti ‘ley pulpín’? “Orgullo. Marisa Glave me llamó para contarme. Y más orgullo me dio de que no quería ninguna ayuda, en solidaridad con su grupo. Luego me contó que iba a votar por Goyo Santos y por mí como congresista. Es su lealtad filial [ríe conmovido]”. De su vida privada solo dice, sobriamente, que “está en proceso de consolidar una relación”. A un político de talante académico dejémosle que, él solo, se ponga etiqueta: “Liberal en el ámbito político-económico y progresista en el ámbito de los derechos humanos”.

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