Opinólogos, ¿lacra de la nación?
Opinólogos, ¿lacra de la nación?
Fernando Vivas

La plaga cundió primero en Estados Unidos y en Europa, pero fue bautizada como ‘opinología’ en Chile. Desde mediados de los 90, llámese ‘opinólogo’ a cualquier individuo locuaz que, posando de experto, opina en medios de comunicación. La palabreja no está recogida en el DRAE, como sí lo están ‘opinador’ u ‘opinante’. Sucede que la terminación ‘logía’ suele estar antecedida del prefijo de una disciplina (antropo, socio, espeleo, gastroentero, dermato y un abrumador etcétera) y la opinión no es una disciplina; por lo tanto la opinología es cosa hueca. La oratoria y la retórica no son versación en nada.

En tiempos en que el mundo académico y el profesional abren sus brazos a nuevas y rebuscadas especialidades o ‘logías’, la opinología fuga por la tangente porque versa sobre todo en general y nada en particular. El opinólogo, según esta etimología sureña, es llamado así de forma lúdica y peyorativa, porque entraña el contrasentido de ser ‘autoridad en todo y nada’. Por eso, aunque elocuente y buen comunicador, aunque tenga buen ráting y rebote, aunque sea frecuentemente ‘trending topic’; le será ajeno el prestigio de la academia. Es una suerte de ‘celetoide’, ese concepto acuñado por Chris Rojek para diferenciar a la celebridad que goza de reconocimiento propio en el campo en el que ha hecho méritos; de aquella chúcara fama fruto del impacto y la comidilla que provoca su presencia altisonante en los medios.

El opinólogo, pues, en su origen etimológico, es alguien que no necesariamente conoce el marco teórico ni las claves profundas de aquello sobre lo que perora con tufo de autoridad. Pero conoce las claves del espectáculo y de su intertextualidad (los textos que rebotan y se nutren unos a otros entre los programas de la tele). Ahora bien, con el paso de las temporadas, haciendo acopio de su capacidad de autoescarnio, los opinólogos chilenos, argentinos y uruguayos reivindicaron su apodo en la pantalla y aceptaron que los llamen como tales. Compensaron con los oropeles de la fama la infamia de su etiqueta. En la TV chilena llegó a programarse algo tan kitsch como un ‘reality’ llamado “Academia de opinólogos”.

—¿Y la política?—
Ojo, hasta aquí me he referido al término en su lugar de origen. El opinólogo en Santiago o en Buenos Aires, donde cundió la plaga, se circunscribe a la farándula, es un equivalente de Peluchín o del doctor Tomás Angulo. Es solo en el Perú que la opinología y sus derivados se aplican a la actualidad política. Por lo tanto, aquellos periodistas o analistas invitados frecuentes de programas políticos y aquellos columnistas en las páginas de opinión de los periódicos somos los que llevamos la etiqueta.

¿Cómo así y por qué surge esta nueva acepción peruanista de la palabreja? ¿Por qué diablos migra la etiqueta del sur a Lima y de la civilización del espectáculo a los escenarios del poder? Primero, hay que anotar, que la migración conserva el matiz despectivo con el que surgió en Chile. Ello no tiene nada de raro, pues fue esgrimido por los políticos para replicar a sus críticos. Era el vuelto de los poderes de la nación al poder de la crítica en circunstancias de debilidad institucional y debilidad de los liderazgos políticos y partidarios. Esta imaginación para ponernos chapas es comprensible si se tiene en cuenta que en el Perú, más que en otras democracias, la vocinglera opinión televisada o escrita de alguna manera compensa las debilidades de la autoridad. O sea, la revancha de los políticos frente a quienes les recuerdan sus índices de desaprobación en las encuestas y ensayan incómodas explicaciones.

El primer uso político malero de la palabreja aparece registrado en el buscador de El Comercio el 4/9/2009. , siendo ministro de Defensa de Alan García, declaró: “Algunos opinólogos y criticólogos, que se afanan por crear un ambiente de derrotismo”. Meses después, el 27/1/2011, en la inauguración de un centro de salud, fue el propio García quien pronunció el término de este modo: “Algunos opinólogos o comentaristas deberían pedir una cita para operarse de las cataratas ideológicas”. Sin embargo, esas declaraciones de Rey y García no tuvieron ningún eco. Fue , en sus primeros meses de gobernante, que deslizó la palabra en declaraciones y entrevistas. Lo hizo sistemáticamente y con furia apenas disimulada de cachita. Si hubo un presidente enfrentado, desde su primera campaña en el 2006, a la crítica más hostil, fue él. De ahí que, una vez en el poder, y con cámaras y micrófonos ante él, saboreara cada sílaba: o-pi-nó-lo-gos. Una vez, Luis Favre, asesor en la campaña y en la primera temporada de su gobierno, me comentó que no recordaba el origen de la palabra en boca de Humala; pero que una vez que lo oyó le recomendó que la repitiera.

El 26/9/2012 el grupo de reporteros que lo seguía tenía una pregunta a pedir de boca. Acababa de ser publicada la encuesta del poder de Ipsos Perú y Nadine Heredia figuraba como la segunda persona más poderosa del Perú, confirmando la opinión de muchos sobre la intromisión de la primera dama en los asuntos palaciegos. Entonces, al primer reportero que le dio la lata con el tema, Humala le soltó: “Es posible que haya opinólogos u opiniones diversas que piensen lo contrario, que hay un cogobierno, lo cual niego de canto”.

Desde entonces, la insistencia de Humala en pronunciar la palabra la estableció en el Perú con una sola acepción ligada a la política. Otras autoridades la copiaron y la usaron en el mismo sentido. Aquí no se les llama opinólogos a quienes se pasean por los programas de espectáculo, sino a quienes disertan o escriben sobre la coyuntura dura. Los militares, quizá más sensibles a la crítica que los civiles, la han usado con más vehemencia. Por ejemplo, el 3/11/2012, el jefe del Comando Conjunto general José Cueto soltó esto: “Que los opinólogos vayan al Vraem para que conozcan la realidad”. Al día siguiente, el entonces ministro del Interior Wilfredo Pedraza se despachaba así: “Los opinólogos dicen tonterías y barbaridades”. Su sucesor Daniel Urresti abusó alegremente de la palabra y la asoció a otra ‘especialidad’, la de ‘segurólogo’.

—De opinólogos a ministros—
Como sucede con muchos neologismos y acepciones despectivas, su uso prolongado los normaliza y hasta pueden ser invocados, con humor, por los aludidos. Hasta los hay quienes, dejando la etiqueta profesional de ‘politólogo’ solo para los que se presentaban con ese background académico, se han tildado a sí mismos de opinólogos.

Con o sin cartón, con o sin predicamento, figurettis o tímidos (¿puede haber un opinólogo candelejón?); del lote de comentaristas de las pasadas temporadas surgieron algunas sorpresas. Por lo menos dos de ellos, el ministro del Interior, Carlos Basombrío, y el de Defensa, Jorge Nieto, entraron por la puerta grande a la política. Basombrío era, por cierto, uno de los ‘segurólogos’ que sacaban de quicio al flamígero Urresti.

Kuczynski no se resistió a replicar críticas esgrimiendo la palabreja. El 11 de octubre del 2016 dijo: “Lo dije en la campaña y se va el SNIP, que quede bien claro entre los opinólogos, editorialistas y topos escondidos en algunos ministerios”. PPK, a diferencia de Humala, tiene un background académico que lo acercó, antes de ser presidente, a sus potenciales críticos. Él mismo ejerció, con predicamento y no menos frescura, la crítica a las gestiones ajenas. Por lo tanto, en sus primeros meses de gobierno, ha replicado con humor y cordialidad a quienes, sin mezquinarle su predicamento de tecnócrata, le han recordado sus debilidades de político.

Sin embargo, tras la luna de miel y las primeras serias tribulaciones del poder, la palabreja volvió, pues, a estar en la boca de un presidente. Y es probable que reaparezca sin pudor. Por suerte, en la Constitución del Perú, Art. 2, inciso 3, “no hay delito de opinión”.

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