Un valle teñido de rojo, por Cecilia Valenzuela
Un valle teñido de rojo, por Cecilia Valenzuela

En los últimos días los periodistas hemos destacado los errores de la policía al intentar sembrar pruebas, literalmente, en las manos de los opositores a ; al llevar armas a las manifestaciones, infringiendo una prohibición. Un error costosísimo que cobró la vida de don Victoriano Huayta y cuyo responsable tendrá que pagar.

Pero hablamos poco de la organización militar que acompaña a los huelguistas; de los cánticos milicianos que entonan para levantarse la moral y que tienen estrofas cargadas de odio y violencia. Para enfrentarse a la policía los detractores de Tía María se forman en filas ordenadas: adelante van los que lanzan las huaracas; detrás, los que llevan los escudos de madera que protegen a “la masa”, los de la tercera fila y más. El domingo escuchamos a un campesino declarar en televisión que él no era responsable de ningún acto de violencia, que él solo estaba en “la masa” y que de ahí lo agarraron.

La expresión “la masa” es parte de la narrativa maoísta, que comparte el comité regional Horacio Zeballos de Patria Roja, a cargo de la violencia en las manifestaciones en el Valle de Tambo; con los etnocaceristas y con los senderistas del Movadef que pasan los días retuiteando cualquier imagen que indisponga a la policía con la población.

La otra fórmula maoísta que comparten es la del paro prolongado, aprendido de la guerra popular prolongada, que tiene como objetivo dilatar el tiempo de la protesta hasta aislar a la población de las instituciones y del Estado –incluyendo a los partidos políticos democráticos– y, aprovechando la parálisis, desgastar el sistema.

Para ello Patria Roja utiliza a los agricultores que guardan resentimiento a la Southern porque hace más de 50 años sus padres perdieron un juicio contra la predecesora norteamericana de esa empresa: ellos mandan a sus jornaleros, a los que les pagan diariamente su jornal, a engrosar la protesta.

Y a los de Tierra y Libertad que son gente pasmada que sostiene que no necesitamos crecer más allá del 2%, como si la cuarta parte del país no fuera, todavía, pobre. Pero que tiene un dirigente como Pepe Julio Gutiérrez, que no es realmente un ambientalista despistado, y que hace este tipo de política desde antes de que Marco Arana se metiera de cura.

Para avanzar, Cateriano tendría primero que comprometer a la empresa a pagar un seguro justo y cabal para todas las cosechas. Pero luego tendría que proceder a desenmascarar a los políticos extremistas en la colada.

Cateriano tiene armas: los 73 votos que ha logrado en el Parlamento, con ellos debe separar a la población de la dirigencia maniquea que los induce a la violencia, que sabotea el abastecimiento de agua para Mollendo, que bloquea las vías para impedir la provisión de la ciudad, que colma de terror a los medios que no están de acuerdo con ellos, por lo que la información en la zona aparece sesgada; y que priva a la región de los tres mil quinientos puestos de trabajo que generaría la construcción de la mina, con el efecto en la actividad económica que eso depararía. La ley está de su lado. Se trata de un asunto de interés nacional.

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