“Y Martín Vizcarra se hizo presidente, pechó a la oposición que le dio el ‘agreement’, subió su aprobación e hizo un referéndum”. (Ilustración: Giovanni Tazza/El Comercio)
“Y Martín Vizcarra se hizo presidente, pechó a la oposición que le dio el ‘agreement’, subió su aprobación e hizo un referéndum”. (Ilustración: Giovanni Tazza/El Comercio)
Fernando Vivas

Que los vicepresidentes pueden ser presidentes.
Eran plantones decorativos. En el 2000 no sirvieron para nada: Fujimori puso pies en polvorosa y sus vices, Francisco Tudela y Ricardo Márquez, renunciaron en desesperado gesto de ‘no nos boten que ya nos vamos’. En los quinquenios siguientes, los vices aparecían como relleno de plancha electoral, coartada de pluralidad del tipo ‘si el candidato es hombre limeño, ponle al lado una mujer y un provinciano’. Ni siquiera pensábamos en la eventualidad de un patatús presidencial y de una sucesión de emergencia.

Hasta que PPK renunció antes de que lo vacaran y su primer vice le era a esas alturas tan ajeno –lo mandó de embajador a Ottawa– que no había razón para sospechar que sería más de lo mismo. Y se hizo presidente, pechó a la oposición que le dio el ‘agreement’, subió su aprobación y hasta hizo un referéndum.

Y los viceministros pueden ser ministros.
El cargo de ministro ya no es monedita de oro. Ahora hay profesionales de buen prestigio que reciben el llamado de la patria, miran asustados a su familia, consultan a su doctor de cabecera, recuerdan lo que le pasó a algún ex ministro amigo investigado por contralores y fiscales, y responden ‘no, gracias’. Motivos de miedo mayor.

Además, dos tendencias se han incubado. Una, la crisis de los partidos que impiden que los gabinetes expresen a las fuerzas aliadas del poder. Ya no abundan ministros políticos, sino técnicos. Y esa es la otra gran razón: que existe un cuerpo importante de funcionarios de carrera que ocupan viceministerios sin ser correligionarios impuestos por un ministro. Son técnicos por encima de partidos y hasta de gobiernos; y, por lo tanto, pueden quedarse con la cartera. Incluso Carlos Oliva, del MEF, arribó por esa vía.

Que el Congreso debate una cosa, pero aprueba otra.
No lo decimos los malpensados, lo ha dicho el mismísimo Tribunal Constitucional. En su sentencia sobre la demanda de inconstitucionalidad contra el cambio en el Reglamento del Congreso sobre la cuestión de confianza, los tribunos advirtieron que no hubo suficiente tiempo y claridad al deliberar lo que se aprobó.

Además de usar mecanismos legales de apuro, como la exoneración de segunda votación, se usan trucos innobles para aprobar leyes controvertidas. Uno de esos trucos es recurrir, hacia el final de la deliberación del dictamen de una comisión parlamentaria, al uso de textos sustitutorios que dan un giro radical a lo que se venía discutiendo. Así sucedió, por ejemplo, en el caso de la ley de financiamiento de campañas que creó un delito distinto al lavado de activos. El texto sustitutorio introdujo a última hora la bomba desconocida: se votó, se exoneró de segunda votación y se aprobó en el penúltimo pleno del año.

Que los abogados pueden ir presos con sus defendidos.
El derecho de defensa es sagrado y eso lo entiende cualquiera. Pero que el abogado presione a testigos para que mientan o fragüe coartadas, eso es intolerable aunque haya en el medio una tradición de hacerse de la vista gorda respecto a las estrategias fronterizas de los abogados. Hasta que el brío con el que el Ministerio Público ha asumido algunos casos emblemáticos ha provocado que bufetes sean allanados y sus socios investigados y hasta considerados en la red de flamantes organizaciones criminales. Por ejemplo, José Carlos Isla, abogado de Edwin Oviedo, fue detenido en el mismo contexto en el que sucumbió su patrocinado (lo liberaron al término de su detención preliminar). Giulliana Loza, abogada de Keiko Fujimori, es investigada y, por el mismo caso, vimos allanado parte del conocido estudio Oré Guardia. ¿Y quién defiende a los defensores? El Colegio de Abogados de Lima (CAL) se puso neutro: pidió prudencia a fiscales y jueces antes de agarrar de punto a sus colegiados, y a la vez advirtió que no avala las praxis indebidas.

Y no solo los abogados pueden ir presos, sino también los asesores, como les ha pasado a Pier Figari, Ana Herz y Vicente Silva Checa respecto de Keiko Fujimori. Y también pueden caer jueces como Walter Ríos y César Hinostroza (preso en España)y fiscales como Abel Concha. Ah, y hasta pueden ser procesados los consejeros que los nombraron y ratificaron, o sea, los joyones del desaparecido CNM.

Que al asilado le pueden decir “no estás asilado”.
Hasta hace unos años,las gracias presidenciales eran rezagos monárquicos en democracia. Nada los contradecía. Miren el caso del indulto: el presidente decía ‘fulano sale libre’ y las puertas de la cárcel se abrían. Había que cumplir formalidades y firmar algunos papeles, pero la única motivación era la real gana presidencial. Hasta que un indultado por razones humanitarias, José Enrique Crousillat, fue ampayado de parranda y ¡zas!, Alan García le canceló la gracia. Eso pasó en el 2010.

Y tenía que ser García el que –ya no como sujeto que da la gracia, sino como el que la pide– rompiera otra tradición. Pidió asilo a Uruguay, le dieron a entender que se lo daban, le dieron a entender al embajador que le abriera la puerta de su casa porque se lo daban, se portó como asilado, fue tratado como asilado y lo reportamos como asilado. Hasta que al asilado de facto le dijeron que en realidad no estaba asilado. ¡Y se tuvo que ir! La historia del asilo como suprema gracia del poder político por sobre la justicia dio un giro radical.

Que la descompensación no anula la libido.
El congresista Moisés Mamani es hombre audaz. Sus temerarias grabaciones se echaron abajo a un gobierno. Aunque nos quedamos sin oír registro de su reunión con PPK, sí consta que Mamani estuvo dispuesto a engalanar su aventura de espía con esa pepa.

Es, pues, Moisés un personaje audaz y de extremos porque se puso en el foco de la atención nacional a pesar de tener serias denuncias de corrupción –por ejemplo, una presunta coima pedida al alcalde de Ilave por gestiones de obras– iguales o más graves que las que pretendía develar.

Tan jactancioso es Mamani que cada vez que era ponchado enseñaba jactancioso el reloj-cámara con el que hizo algunos de sus registros. Y tan extremo pudo ser que una aeromoza lo denunció policialmente por tocarla groseramente antes en un vuelo de Juliaca a Lima. Fue bajado del avión, el caso llegó a la Comisión de Ética y el Congreso convocó a un pleno especial para suspenderlo. En su defensa, Mamani dijo que tal vez tocó indebidamente a la aeromoza, pero ello se debió a que sufrió una descompensación que lo hizo trastabillar. Tratándose de personaje tan extremo, hasta las dos cosas podrían coincidir: estar descompensado y, a la vez, atentar contra la dignidad ajena.