¿Y el otro diálogo?, por Juan Paredes Castro
¿Y el otro diálogo?, por Juan Paredes Castro
Redacción EC

Por oportuno y correcto que resulte el diálogo convocado por la primera ministra Ana Jara, para salvar al Gobierno del agua al cuello, el país reclama otro muy distinto e imprescindible. Se trata del diálogo político pendiente en años que nadie mueve y que podría salvar al país de la profunda crisis institucional que lo afecta y del eventual naufragio de su crecimiento económico. En este diálogo mayor de emergencia no se piensa. Importa solo el subalterno fáctico que espera en la otra esquina.

Que el presidente Ollanta Humala haya considerado presidir el diálogo de mañana en su condición de jefe de Estado revela un paso tardío en el último tramo de su gobierno, después de que en los cuatro anteriores el diálogo y la jefatura de Estado, como ejercicios democráticos necesarios, le importaran poco o nada. De pronto el tono confrontacional y autoritario del Gobierno se dulcifica en una convocatoria a las “fuerzas vivas”, cuando descubre que ya no le queda manejo parlamentario para arrancar un voto de confianza por un nuevo Gabinete Ministerial.

Quizá los partidos sientan la responsabilidad de salir ahora en auxilio de un gobierno en parálisis y sin oxígeno. Pero hacerlo no debe ponerles una venda en los ojos respecto del DIÁLOGO (así en mayúsculas) que le hace falta al país, desde los cimientos de una voluntad política patriótica para dejar atrás intereses y diferencias particulares, así como falsas urgencias electorales que nos han hecho mucho daño a lo largo de la historia.

No hemos podido impulsar nuevas e importantes reformas democráticas (seguimos viviendo de la constitucional y macroeconómica que nos dejó la autocracia fujimorista) porque hemos sido incapaces de concertar y construir consensos, y porque estos se han disuelto en el primer intento y en nuestras narices a causa de que no tenemos la elevada práctica del diálogo.

Alguna tara de extraña malignidad incurable atraviesa la política peruana, que solo la impulsa a vivir democráticamente en función de las próximas elecciones. Se vuelve nula para dialogar y debatir, y consiguientemente para generar acuerdos y políticas de largo plazo.

A las justas la política peruana soportó en el 2000 la Mesa de Diálogo auspiciada por la OEA, para salir del derrumbe institucional que siguió al régimen de Fujimori. El entonces gobierno transitorio de Valentín Paniagua, que nació de esa coyuntura, debió haber durado mucho más tiempo pero acabó cediendo a la urgencia electoral del momento, como si el Perú no hubiera podido tener más candidatos que Alejandro Toledo y Alan García.

La búsqueda de un ‘outsider’ se parece cada vez más, en su respuesta al vacío y en su ansiedad, al afán golpista de otros tiempos. Es la búsqueda cíclica de una nueva aventura para un país que ha vivido de aventuras en sus alternativas de gobierno, incluidas las del “mal menor” de las últimas décadas.

No necesitamos partidos con firmas e inscripción ante el JNE (cualquiera las tiene), sino partidos representativos de un electorado que a su vez se sienta representado en ellos. No necesitamos un Congreso falso de 130 miembros sino uno capaz de representar a todas las provincias del país. No importa si tenga que costar más. Su rendición de cuentas será más real y efectiva.

Necesitamos un diálogo para civilizar la gobernabilidad y darle un sentido de futuro al país. No lo necesitamos para fingir gestos democráticos en los que no creen quienes están detrás de su convocatoria.