Cuando uno piensa en la interpelación de un ministro se imagina un proceso serio. Uno respetuoso y formal mediante el cual el Congreso realiza una serie de preguntas concretas sobre temas de alto interés nacional que, a su vez, son respondidas de manera precisa por el ministro de Estado cuestionado. La interpelación es, a fin de cuentas, uno de los actos más sensibles de la relación entre el Legislativo y el Ejecutivo dentro de una democracia.
Lamentablemente, esa es quizá la imagen que podríamos ver en un Parlamento que se respete a sí mismo pero, como todos hemos sido testigos, no se parece ni por asomo a lo que sucedió en la reciente interpelación al ministro Pedro Cateriano (que, por cierto, no es una excepción a la regla nacional).
Por momentos, daba la impresión de que el debate no se hubiese llevado a cabo en el pleno, sino en una cantina. En medio de la discusión , el nacionalista Apaza aprovechó la oportunidad para recordarle al aprista Velásquez Quesquén, sin que viniera en lo absoluto al caso, la historia de sus fotos en un local nocturno en Brasil. El Apra retrucó a través de Mauricio Mulder, quien precisó al señor Apaza que todos habían visto cómo se pasó una luz roja borracho y fue intervenido por la policía. Asimismo, le dijo: “Seguro ni siquiera pasa la prueba de PISA porque no entiende lo que lee”. El congresista Velásquez Quesquén, por su parte, complementó la intervención de su compañero de bancada preguntando con sarcasmo al señor Apaza: “¿Un par de cervezas?”, mientras le hacía un gesto de brindis.
Asimismo, en otros momentos, dio la impresión de que, en vez de en el pleno, el debate se llevaba a cabo en un salón escolar. La congresista Luciana León recordó que el ministro había sido su profesor (en el Congreso se oyó un abucheo propio de estudiantes de primaria) y este realizó una velada alusión a que le habría hecho un favor aprobándola (el tema continuó luego de la sesión con una intrascendente discusión acerca de si la congresista pasó la ‘trica’ gracias a un favor del señor Cateriano).
Por último, hubo ratos en los que parecía que la interpelación se llevaba a cabo en un estadio donde se enfrentaban barras bravas. Las acusaciones y enfrentamientos a gritos entre el legislador oficialista Daniel Abugattás y el fujimorismo llegaron a tal punto que se tuvo que suspender la sesión por varios minutos.
En medio de todo este espectáculo vergonzoso se perdió cualquier oportunidad de tener una discusión seria acerca de los cuestionamientos al sector Defensa. Y el señor Cateriano aprovechó para salir del Congreso sin aclarar varios temas que preocupan sobremanera a la ciudadanía.
Por ejemplo, seguimos sin saber cuál es la verdad detrás de la protección al operador montesinista Óscar López Meneses. El ministro Cateriano se limitó a negar cualquier involucramiento y no dio ninguna explicación a los escandalosos hechos, fuera de la ya desacreditada versión de que se trataría solo de un caso de corrupción policial.
Además, el ministro no dijo quién fue su interlocutor en el recordado audio en el que se le escuchaba diciendo que la señora Humala le había dado “luz verde” para realizar ciertas compras estatales. Simplemente, negó que se tratara de López Meneses y afirmó que el audio había sido manipulado (aunque en julio había reconocido que sí se trataba de su voz).
Por otro lado, el ministro no aclaró las razones por las que se optó por la cuestionada compra de un sistema satelital a una compañía francesa. Y tampoco supo decir por qué no se le había pagado una indemnización a la viuda de Paulino Huamán, el ciudadano muerto en una operación militar en Mazángaro.
En fin, de esta vergonzosa manera se perdió el tiempo en el Congreso durante la última sesión de la legislatura (postergando, además, tantos temas urgentes como la elección del defensor del Pueblo o la de los magistrados del Tribunal Constitucional). El concepto “rendición de cuentas”, por lo visto, sigue siendo un lujo que los peruanos no podemos exigir a nuestros representantes.