Los grandes cómplices del chavismo, por Juan Paredes Castro
Los grandes cómplices del chavismo, por Juan Paredes Castro
Juan Paredes Castro

La locura dictatorial en  quizás habría sido más corta y ejemplarmente sancionada si no hubiera tenido gobiernos cómplices en Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Ecuador y Perú, que Hugo Chávez se encargó de monitorear de las orejas.

Nunca sabremos por qué Kirchner, Morales (Evo), Lula, Castro (Raúl), Correa y Humala se sintieron más agradecidos que intimidados, o más intimidados que agradecidos, respecto de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, cada vez que tuvieron que poner en la balanza la defensa hipócrita de sus respectivas democracias y la defensa comprometida del régimen venezolano, que ya giraba aceleradamente del autoritarismo a la dictadura.

Todos estos gobiernos escondieron la cabeza como el avestruz ante cada atropello a la democracia y los derechos humanos, y ante el irresponsable uso del dinero nacional en subvenciones petroleras a Cuba y financiamientos electorales a candidaturas presidenciales títeres, en la pretensión de ampliar la red del ALBA como furgón de cola del viejo y fracasado antimperialismo castrista.

Esa cabeza gacha entre las patas sigue siendo todavía la metáfora apropiada para refrescar la conducta de los gobernantes de la región que todavía anteponen su deuda política o económica contraída con el chavismo a los reclamos de sus pueblos por la liberación de los presos políticos venezolanos. Los grandes silencios de estos gobernantes y ex gobernantes no hacen sino confirmar su avieso encubrimiento de una dictadura disfrazada de democracia, gracias al maquillaje de la OEA.

En una hora en la que Maduro ha pasado, muy de prisa, del reconocimiento del triunfo parlamentario de la oposición al más feroz sabotaje de ese legítimo triunfo, la OEA, que siempre tiene a débiles y fingidos señorones de la política y la diplomacia en su Secretaría General, es el hazmerreír del mundo que mira con asombro cómo un régimen violador de los derechos humanos puede tener garantizada su permanencia y todos sus derechos dentro de esa institución. Y no entendemos por qué exhibe todavía una Carta Democrática que hace rato debió derogar por atrofiada e inservible.

Los peruanos no nos sentimos acompañados por nuestro gobierno en la lucha por la democracia en Venezuela y por la liberación de sus presos políticos. El triste hecho de tener un gobierno, el del Ollanta Humala, que parece deberle algo nada transparente a Maduro y Hugo Chávez, y considera a este un “ejemplo a seguir”, nos aleja de la posibilidad de que la solidaridad del Perú con Venezuela pudiera ser más sólida, útil y sustantiva.

Tal ha sido y sigue siendo el grado de sumisión del Gobierno Peruano al chavismo que el presidente Humala consintió en un momento, sin la más mínima protesta, que su entonces canciller, Rafael Roncagliolo, fuera amenazado y maltratado por el propio Maduro. A gestos encubridores como este se suman otros como el uso de nuestros servicios migratorios por el chavismo para la penetración de fondos destinados a campañas electorales en el país no debidamente investigadas y esclarecidas. Con cómplices así, la dictadura de Maduro puede prolongarse mucho más.

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