En el 2020 se nos vieron los huesos. Todos los problemas estructurales del país quedaron al descubierto. Fina cortesía de un largo periodo de apatía ciudadana, una clase política intrascendente y, claro, la pandemia.
Recibimos el año con un presidente gobernando solo y flotando en popularidad (58%). La herencia de la elección del 2016 y la incapacidad de la clase política para ponerse de acuerdo llevaron a que Martín Vizcarra disuelva el Congreso a finales del 2019 y que convoque a elecciones para elegir un nuevo Congreso. Los comicios fueron atípicos y su resultado muy fragmentado.
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Conforme avanzaba la pandemia, la popularidad de Vizcarra volaba más y más alto. Tanto, que pensó que podía manejar su relación con el nuevo Congreso como lo hizo con el disuelto: choque y pulla. La receta que no lleva a nada.
Poco a poco el Congreso le hizo saber que la sartén por el mango la tenían ellos. Leyes populistas aparte, forzaron la salida de Vicente Zeballos y luego vapulearon a Pedro Cateriano. La cosa ya venía mal, cuando, de pronto aparecen los audios del caso ‘Swing’. Una puerta a la intimidad palaciega y a las limitaciones de su gestión.
Y con esos audios y la sed de poder del parlamento empieza la recta final. La tormenta perfecta en la que se juntan todos nuestros males. Vizcarra sobrevivió una primera vacancia pero no pudo resistir la segunda.
Diversos aspirantes a colaboradores declararon que Martín Vizcarra recibió sobornos cuando era gobernador de Moquegua. Un presidente más acusado de corrupción. Algo ya casi normal para nuestros estándares. Más allá del momento dramático en el que nos encontrábamos por la pandemia y la proximidad de las elecciones, la angurria del Congreso determinó su vacancia y la llegada de Manuel Merino (Acción Popular) a Palacio.
Las calles se prendieron y la apatía pareció acabarse. Merino, el breve, instauró un gobierno conservador y represor que terminó con la lamentable muerte de dos jóvenes. El Congreso fragmentado y esquizofrénico concentra ahora todo el poder. Casi se lo entrega a la izquierda (RSS) pero al final decidió por un intelectual como Francisco Sagasti.
Lo que tenemos ahora es un gobierno débil que remará para llegar a julio y un Congreso envalentonado que difícilmente se apaciguará con la llegada de la campaña 2021. Así estamos, rumbo al Bicentenario.
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