PPK estuvo acompañado de Martín Vizcarra, Mercedes Aráoz y Carlos Bruce durante una actividad en Ancón. (Foto: Presidencia de la República)
PPK estuvo acompañado de Martín Vizcarra, Mercedes Aráoz y Carlos Bruce durante una actividad en Ancón. (Foto: Presidencia de la República)
Juan Paredes Castro

Al día siguiente de la victoria electoral de un presidente, los vicepresidentes terminan, casi siempre, en el Perú, convertidos en piezas incómodas o sobrantes en el tablero de ajedrez del poder.

Son tan incómodos o sobrantes, que muchas veces son despojados de sus despachos y mobiliarios. Recuérdese cómo acabaron en el cogobierno de Humala y Heredia los vicepresidentes Omar Chehade y Marisol Espinoza. Él, renunciado. Ella, hostilmente arrinconada a la condición de Cenicienta de Palacio.

Ahora que aparece la figura de en el horizonte de una virtual opción de relevo del presidente Kuczynski, en tanto ronda sobre este el peligro de un nuevo proceso de vacancia, vuelven al candelero político las vicepresidencias, entre ellas la de Mercedes Aráoz, con una posición de poder, como primera ministra, mayor que la de su par Vizcarra. Si este juega a esperar su momento de gloria, Aráoz juega a prolongar el suyo, atándolo al de Kuczynski.

El ser y no ser de los vicepresidente peruanos desconcierta siempre. Unos pasan desapercibidos o echados fuera de Palacio, como Máximo San Román y Carlos García y García en el primer gobierno de Fujimori. Otros pasan a encarnar, queriéndolo o no, supuestos afanes conspirativos, ya sea porque asoman acomedidos al primer signo de debilidad del presidente, ya sea porque ofrecen resistencia a ser relegados a puestos anodinos.

Toledo no pudo poner a la sombra a Raúl Diez Canseco y David Waisman. Diez Canseco fue visible ministro de Comercio Exterior y Waisman destacado presidente de la comisión parlamentaria investigadora de la corrupción del régimen Fujimori-Montesinos. Con un nivel de desaprobación desastroso y en medio de rumores de vacancia, Toledo empujó a Diez Canseco a la renuncia pero convivió con el duro hueso de roer que era Waisman. Este no aceptó involucrarse entonces con Odebrecht. Diez Canseco y Waisman fueron vicepresidentes difíciles para Toledo como lo fueron casi todos sus primeros ministros, a los que no pudo tratar como secretarios: Dañino, Solari, Merino, Ferrero (Carlos) y Kuczynski.

Lamentablemente, se carece de respetables espacios de reserva para las vicepresidencias, que los aparten del inevitable manoseo político en puestos y cargos sometidos a fuerte desgaste, como lo vemos ahora, a tal punto que pueden disolverse junto con la presidencia.

La propia presidencia es en sí misma engañosa, vulnerable y ficticia para quien la ejerce. Sus poderes no son lo que parecen. Y su alcance es el de una jefatura de gobierno, a la par que la parlamentaria y judicial, sin la prerrogativa de estar por encima de la organización política del país.

Si así de débil es la presidencia que hemos construido constitucionalmente, con una descolocada Presidencia del Consejo de Ministros al costado, ¿qué podemos esperar de las vicepresidencias y su desafortunado historial a lo largo de los años?
Son tan graves los desajustes entre estas estructuras de mando, que tiene que llegarse en algún momento a una imprescindible reforma de todas y cada una de ellas, antes de que el país siga cayendo en continuos vacíos de poder y autoridad.

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