Vizcarra y Villanueva tienen dos tareas urgentes inmediatas: marcar un horizonte de gobierno muy claro e imprimir un orden institucional moderno. (Foto: PCM)
Vizcarra y Villanueva tienen dos tareas urgentes inmediatas: marcar un horizonte de gobierno muy claro e imprimir un orden institucional moderno. (Foto: PCM)
Juan Paredes Castro

En todas las formas de poder, desde las monarquías más tiránicas hasta las democracias más completas, las tortugas, dicho en sano sentido metafórico, han paseado y siguen paseando por cada rincón de palacio real o presidencial y por cada descuido e ingenuidad de sus confiados anfitriones.

Hace poco, más de una tortuga paseó oronda en los recovecos del protocolo monárquico español, que no pudo controlar los bochornosos jaloneos de la alteza Letizia a sus hijas que querían fotografiarse con su abuela Sofía, esposa del hoy honorífico rey Juan Carlos.

La reciente incómoda aparición del primer ministro peruano, , tratando de explicar la presencia en Palacio de Gobierno del abogado Óscar Medelius no era poca cosa. Medelius fue prófugo de la justicia durante largos años por su complicidad con Vladimiro Montesinos en la falsificación de firmas para la inscripción de los partidos reeleccionistas del fujimorismo. Que ahora circule como ciudadano libre es una cosa. Otra es que pueda gozar fácilmente de una audiencia presidencial, acompañando a un empresario chino, y por más que no haya intercambiado palabra alguna con .

Casi todos los presidencialismos latinoamericanos encierran un caudillismo fuerte. Quienes lo encarnan suelen hacer de su uso de poder un ejercicio más personal que institucional. Sienten que se bastan a sí y por sí mismos y creen, cual príncipes amados por el pueblo, que rodearse de una corte de leales funcionarios equivale a rodearse de una milagrosa corte celestial.

En Inglaterra, para poner un ejemplo, el primer ministro o primera ministra que llega a Downing Street (sede del gobierno) lo hace con su persona y su elección. Así de sencillo. No le espera una corte de amigos ni de burócratas improvisados. Lo espera un pequeño ministerio, meritocrático y leal al Estado. Por debajo del poder no cambia casi nada.

Recuérdese que Kuczynski llegó al poder acompañado por su asesor Carlos Moreno dispuesto a hacerse rico con el presupuesto de salud; Fujimori lo hizo con quien sería su asesor de inteligencia y poder político y militar paralelo durante diez años; Humala con su esposa Nadine Heredia, que traía bajo el brazo no solo el proyecto personal de cogobierno sino el del continuismo presidencial con ella a la cabeza.

¿Por qué acaban tan mal las presidencias latinoamericanas, y principalmente la peruana? Entre otras cosas, porque se niegan a pasar por una reforma o por un cambio de chip para ser más institucionales que personales. Grandes y necesarias son sin duda las personas, pero más duraderas son las instituciones.

Vizcarra y Villanueva tienen dos tareas urgentes inmediatas: marcar un horizonte de gobierno muy claro, en el sentido de adónde ir, como lo aconseja con fundamento Carlos Meléndez, e imprimir un orden institucional moderno, al precio presupuestal que sea, a la Presidencia de la República y a la Presidencia del Consejo de Ministros, antes de quedar inmovilizadas.

Vizcarra y Villanueva no pueden terminar sus días como Humala y Kuczynski, perdidos en el infinito perímetro de Palacio de Gobierno, donde las que menos se pierden son las tortugas.