De Lima a Cañete (144 km asfaltados), luego vía Lunahuaná hasta Llapay (149 km asfaltados) y de allí tomar desvío a Carania (24 km de carretera afirmada). (Foto: Martín Chumbe)
De Lima a Cañete (144 km asfaltados), luego vía Lunahuaná hasta Llapay (149 km asfaltados) y de allí tomar desvío a Carania (24 km de carretera afirmada). (Foto: Martín Chumbe)
Álvaro Rocha

Allí están, perfectos, como una escalera al cielo. Pero, aunque los tengamos al frente, bajo el escrutinio visual, no es fácil imaginar cómo hicieron los habitantes de la cultura Yauyos para moldear las montañas a su antojo hasta convertirlas en una notable estructura de ingeniería agrícola y también, claro está, en una obra de arte. Son, sin duda, los andenes más espectaculares del departamento de Lima y compiten en belleza con los del Cusco y el Colca.

Carania es parte de la Reserva Paisajística Nor Yauyos Cochas, creada en el 2001. Es también uno de los 33 distritos de la provincia de Yauyos y, a la vez, un pueblecillo hospitalario, con sus calles empedradas, sus añejos balcones y una seductora iglesia. De Carania parte un camino prehispánico muy bien preservado que pasa por las aguas termales de Cancaro, y la majestuosa andenería de Carhua, cuyas terrazas se pierden en el abismo. En la parte baja se delinea otra maravilla, la perfecta andenería circular de Huantuya, similar al laboratorio inca de Moray, en Cusco.

A hora y media asoma el complejo arqueológico de Huamanmarca, con alrededor de un centenar de edificaciones, algunas de ellas en muy buen estado, a las que tan solo les falta un techo para estar completas. Además, presenta cinco enigmáticos hoyos de piedra pulida sobre la superficie de su solemne plaza principal, que se especula fue un observatorio astronómico.

Desde estas alturas (3.935 m.s.n.m.), el panorama es insuperable: especialmente del nevado Llongote y del cañón prodigioso que nace en Carania y se estira hasta el valle de Cañete. Todo el conjunto es sublime y a la vez melancólico, con una nostalgia de siglos, de antiguas grandezas. No olvide llevar binoculares para apreciar las milenarias terrazas de cultivo y el eventual vuelo del cóndor. 

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