Lizzy Cantú
@eldacantu
Pareciera ser un desperdicio de neuronas el preocuparse por las arrugas, el acné, las manchas en el rostro. La cosmética, la dermatología y todos sus protagonistas tienen fama de frívolos. ¿Para qué angustiarse por el paso del tiempo? ¿Por qué gastar tanto dinero en cremas, sérums, bótox y otros paliativos del envejecimiento? Una mujer que trata su edad como secreto de Estado y pasa más tiempo frente al espejo que con un libro en la mano parece tener un problema cerebral. Pero no de inteligencia. El doctor Juan Honeyman es dermatólogo desde hace más de medio siglo y ha sido profesor de nueve de cada diez especialistas de la piel en Chile. En una reciente entrevista, Honeyman reveló un dato sobre el vínculo íntomo y primordial entre la piel y la materia gris: Las primeras células del cerebro son hijas del ectodermo, la primera piel del feto. En nuestro tercer mes de vida, esa piel se hunde y sus células liberan las mismas sustancias químicas que las neuronas. El parentesco, indica Honeyman a la revista “Paula”, no termina ahí: «piel y cerebro tienen una relación directa, es decir, todas las manifestaciones conductuales se expresan en la piel, como el rubor de la vergüenza y la palidez del susto». Esto también explicaría por qué el vitiligo encuentra sus causas en un gran episodio de estrés, por ejemplo. O por qué algunas mujeres se arrugan casi de un día para otro cuando un familiar cercano enferma de gravedad. Y explicaría también por qué los días que cerramos edición lucimos con un par de años más encima. O por qué si olvidamos embadurnarnos con la crema de ojos, la de ácido hialurónico y el sérum carísimo al día siguiente nuestro rostro es menos lozano y luminoso. Mi abuela tenía un cutis envidiable y solo usaba crema C de Ponds. Pero vivió una vida más tranquila, con menos tráfico y sin correos electrónicos. Su dieta contenía menos alimentos procesados. Pero sospecho que su secreto era más una cuestión de cerebro que de piel: ella amaba profundamente lo que hacía. David Brooks, columnista del “New York Times”, dice que hace años que se propuso observar más de cerca a esas personas que parecen irradiar una luz interior. Dice que ninguna de ellas nació así. Que su belleza viene de la humildad, de la resiliencia, de la capacidad de sobreponerse a la adversidad y de encontrarle un propósito a las tareas y dificultades de la vida diaria. Eso, tengo la sospecha, es el complemento ideal para la crema humectante de tu preferencia.