Lizzy Cantú: "Viajar con los ojos"
Lizzy Cantú: "Viajar con los ojos"

El ojo debe viajar. La sentencia sale de los labios de Diana Vreeland, la legendaria y excéntrica editora de “Harper’s Bazaar” y “Vogue”. Escucho la frase en un documental biográfico sobre Vreeland (“The eye has to travel”, 2012), quien vivió su juventud en los años 20 del siglo pasado y, que, cuando la despidieron de “Vogue”, se reinventó una carrera en el Instituto del Vestido del Met en Nueva York.

Tenía setenta años y ninguna intención de quedarse en casa a lamentar su viudez y el desempleo. Tenía un gusto y un estilo impecables y deseaba contagiar a otros su curiosidad y aprecio por la moda. Quería que su trabajo -las sesiones de fotografía que encomendaba para las revistas que dirigió y las exposiciones de vestidos en el museo- fuera inolvidable tanto para los expertos de la industria fashion como para cualquier niña de Harlem.  Quería emocionar a los demás. Ofrecerles la posibilidad de viajar a través de una imagen o un sombrero.

En una de sus famosas columnas, al principio de su carrera, Vreeland escribió: “¿Y qué tal si pintas las cuatro paredes de la habitación de tus hijos con un mapa del mundo para que no crezcan con un punto de vista provinciano?”. El verano representa una oportunidad para viajar, tomar un descanso, visitar la playa o el campo. Pero por estos días, sucede muy a menudo que nuestro cuerpo se desplaza, pero nuestras neuronas se quedan estáticas.

Abandonamos la ciudad para ir a sentarnos a la orilla del océano y contemplar el sunset a través de la pantalla del celular. Volamos miles de kilómetros para encontrarnos con nuestros parientes por las fiestas, pero comparamos la comida que nos ofrecen con la que hay en casa y oteamos nuestro correo electrónico  del trabajo de cuando en cuando. Renunciamos a que nuestros ojos viajen. El asunto no es lamentarse de los teléfonos celulares ni de nuestra dependencia tecnológica.

La señora Vreeland encontraría esa queja muy falta de originalidad y elegancia. Dejar que el ojo viaje implica curiosear, perderse, inspirarse. Y después, cuando volvamos la mirada a nuestros paisajes habituales, descubrir que somos distintas. Mejores. 

 

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