El pasado sábado por la noche tardé en dormir. Sabía que Magaly Medina estaba entrevistando a Tilsa Lozano, pero no tenía ninguna intención de verlas. Ambas me son indiferentes.
Es interesante que se hayan juntado. Pensaba el otro día que Magaly es ahora una suerte de ícono popular que despierta admiración, que es cool encontrarte con ella y tomarte fotos, o ser su amigo o amiga, o leer la entrevista que le hacen en una de las revistas más pitucas de Lima. Lo que yo recuerdo de ella es verla en la televisión hablando pésimo de la gente, con una carga de maldad inusitada. Recuerdo que ella sirvió de medio para que el resto de los televidentes dejara salir sus traumas, sumándose a los juicios que ella emitía sobre la vida personal de celebridades locales. Gracias a ello está donde está.
No la conozco en persona, no sé si siga siendo la mujer que se mostraba en televisión. Espero que haya cambiado, porque todos cambiamos y seguro que lo que le ha tocado vivir le ha dejado enseñanzas positivas.
Después de la entrevista, los usuarios en todas las redes sociales comentaban que Tilsa había puesto en su lugar a Magaly, dejándola sin argumentos en muchas ocasiones. La verdad es que no me generó tano morbo, así que apenas ojeé algún contenido al respecto. La conclusión a la que llegué al final de una rápida lectura de los hechos fue que Tilsa ahora era reconocida como una mujer inteligente. Digo ahora porque antes era la otra. La del escándalo. La sapa. La pobre. La engañada. La que perdió.
El sábado en la noche se había reivindicado. Había ganado la batalla y la admiración de extraños que la vieron dando la cara, contestando cada pregunta con dignidad.
Me llamó altamente la atención: cómo la opinión pública es más volátil que yo cuando estaba embarazada.
Tomo este ejemplo porque es un espejo nuestro, de nuestra sociedad.
Es increíble cómo sin importar condición social, colegio al que asistimos, nuestra dieta, religión o postura todos nos compartamos igual. Nos movemos en dicotomías: juzgamos para bien o para mal. Tomamos parte, formamos bandos, buscamos polémica, creamos problemas. ¿Por qué somos así? ¿Por qué yo soy así?
Pasado mañana cumplo 34 años. Quizá recién hace un par de años, tengo mayor capacidad de registro de mi propio comportamiento (con mayores probabilidades de prever); pero igual caigo. Caigo hablando de ella o de él, o de ti o de mí, hablando, hablando, hablando. Emitiendo juicios, algunos viscerales, como si conociera qué rayos está pasando exactamente con aquella persona de la que estoy hablando. Trato, en la medida de lo posible, de no entrar en ese círculo, pero es algo que todavía no manejo como quisiera.
Alguna vez mi marido, tan sabio, me compartió una cita que se le atribuye a Eleanor Roosevelt:
«Great minds discuss ideas; average minds discuss events; small minds discuss people», o en castellano: «Las grandes mentes discuten ideas; las promedio, eventos y las mentes pequeñas discuten personas».
Me sentí identificada con la última opción. Y no fue una sensación muy bonita. Felizmente, cada vez me doy más cuenta y pienso. Lo que me lleva a invitarlos a ustedes: vayamos por la primera. Discutamos ideas.