Verónica Linares: "Madres campeonas"
Verónica Linares: "Madres campeonas"

Gisela llegó a Lima hace veinte años con la ilusión de ser voleibolista. No le importó, como a miles de peruanos, levantarse de madrugada cada vez que la selección jugaba en las Olimpiadas de Seúl 88. El clímax llegaba cuando el entrenador Mambo Park hacía entrar en la cancha a Cecilia Tait. Sus mates eran imbatibles, no había bloqueo alguno que pudiera evitar que anotara para Perú. 

Gisela quería ser como ella: elevarse muy alto, golpear duro la pelota y que la ovacionaran. Seguro que la historia de vida de la ‘Zurda de Oro’ impulsó a muchas jovencitas de esa época a tentar suerte con el vóley. 

La famosa deportista nació en Villa María del Triunfo, en lo que se conocía como un pueblo joven sin pistas ni veredas. Gracias al vóley, no solo salió de la pobreza sino que se convirtió en una figura nacional y hasta internacional. Un equipo de Italia se la llevó del Perú,  fue ídolo en Europa, jugó en Brasil y finalmente en Alemania donde también conoció al padre de una de sus hijas. 

Pero la década del 90 fue muy dura para los peruanos y si Gisela quería conseguir sus objetivos en la capital debía estudiar y trabajar a la vez que entrenaba en la Federación. Luego de unos meses se lesionó en el codo y poco a poco fue alejándose de su sueño. 

Hace unos días -lunes a las diez de la mañana- la encontré en el trabajo discutiendo con alguien por teléfono: ¡¿A qué hora vas a regresar?! Hablaba con la trabajadora del hogar que desde el sábado en la tarde no volvía a su departamento. Una vecina que no había ido a trabajar le estaba haciendo el favor de ver a su hija menor, la otra estaba en el colegio.

Gisela cría y mantiene sola a sus dos hijas. Su sueldo no le permite pagar más de quinientos soles al mes por una persona que la ayude con la limpieza de su departamento, la cocina y el cuidado de sus pequeñas. 

Desde provincia, su mamá ha intentado contactarla varias veces con jóvenes que desean trabajar en Lima. Pero han durado poco porque una vez en la capital encuentran otras posibilidades de trabajo. Y es obvio que a menudo prefieren trabajar 8 horas y con sueldo mínimo en un centro comercial que como trabajadoras del hogar.  

Me alegro que existan más oportunidades para los jóvenes. Creo por eso que es un sinsentido decir que no hemos mejorado económicamente en los últimos años. Pero lo que no se puede negar es que, como todo en el Perú, hemos crecido de manera desordenada. 

¿Cómo pretenden que las mujeres seamos profesionales, independientes, igual que los hombres si no tenemos todas las herramientas para lograrlo? 

Quieren que seamos mujeres del primer mundo, pero solo podemos quedarnos en casa tres meses luego de dar a luz y luego no tenemos dónde dejar a nuestros hijos. ¿En una cuna del Estado? Aún son pocas y no dan la confianza suficiente.

¿Qué deben hacer las mamás peruanas que trabajan fuera de casa como Gisela y que no pueden pedir ayuda a su familia, porque ellos decidieron quedarse en provincias, donde las cosas también mejoraron? Sin hermanas, ni primas ni una abuela que vea aunque sea unas horas a sus hijas, ¿acaso debería dejar de trabajar? Eso es imposible.

Seguro que en algún momento desaparecerá el trabajo remunerado del hogar, como en otras partes del mundo. Por lo pronto ya no existen las trabajadoras que estaban toda su vida al servicio de una misma familia y luego sus hijas y las hijas de sus hijas tomaban la posta. Hoy todas quieren y tienen la posibilidad de estudiar, trabajar y crecer más.  

Así que, por su parte, Gisela no tiene otra alternativa que tragarse el sapo y pedirle a la joven que por favor no llegue tarde al trabajo. Eso al mismo tiempo que su mamá intenta encontrar otra posible candidata. Como no sabe cuánto demorará, solo debe hacerse la loca y pasar por alto las indisciplinas. Mientras tanto, cuando hay campeonato de deportes en el trabajo, Gisela es la primera en apuntarse al equipo de vóley. Todavía le pega duro a la pelota y entonces recuerda  con nostalgia su sueño frustrado. Pero debo decirle que debe sentirse orgullosa de sí misma. No cualquiera logra sacar adelante a su familia teniendo un marcador adverso y con un estadio casi lleno de hinchas en contra. Es una verdadera matadora. ¡Punto para Gisela!  

 

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