Verónica Linares: "El Perú no está tan podrido"
Verónica Linares: "El Perú no está tan podrido"
Verónica Linares

 
 

Con frecuencia me preguntan si ya me he acostumbrado a ver desgracias. Pero tengo un nudo en la garganta mientras entrevistamos –desde el estudio– a una madre que perdió a su hija de tres años en una posta médica en Manchay. 


Jackeline nos cuenta que llevó a su niña al hospital Hipólito Unanue 
–conocido como Bravo Chico–, porque no podía respirar bien. Ahí le diagnosticaron un problema cardíaco leve y la refirieron a tratamiento ambulatorio en el centro de salud de su zona. Pero al día siguiente la pequeña amaneció peor, se asfixiaba. La madre corrió a la posta pidiendo ayuda, pero al cabo de media hora la bebé murió en sus brazos. Ella dice que demoraron en trasladarla a un hospital. Yo creo que esa niña debió ser internada el día anterior. 


En medio del llanto, logramos entender que es la segunda vez que Jackeline pierde a una hija en el mismo lugar y bajo las mismas circunstancias. Su otra hija, de un año y ocho meses, también llegó por una emergencia y tampoco fue socorrida oportunamente. Es imposible no conmoverse y es imposible también tratar de consolarla.


Jackeline solo puede velar la ropa de su niña porque no tiene dinero para sacarla de la morgue. Sus vecinos iniciaron una colecta para colaborar en algo y pusieron el dinero en una caja envuelta con papel de regalo rosado. Pero durante la madrugada unos delincuentes se llevaron la plata. Esos miserables –de qué otro modo llamarlos– tuvieron el tiempo de entrar al velorio, abrir la caja y llevarse solo el dinero que se había juntado. 


Al enterarme ya no tengo ganas de llorar, sino de gritar. Ni siquiera estoy indignada. Estoy llena de rabia y de vergüenza de vivir en un país donde se permite que ocurran estas cosas. ¿Qué nos está pasando?


Mientras tanto, a kilómetros de Manchay, en Paracas, el empresariado nacional aguarda con expectativa la presentación de los cinco candidatos presidenciales que encabezan las encuestas. Debo presentar la clausura de CADE 2015, pero en la cabeza solo tengo la cara de Jackeline. 


A veces veo a los políticos tan lejanos, tan divorciados de la realidad de los ciudadanos. Me pregunto, por ejemplo, si los candidatos se han dado cuenta de lo olvidada que está Chincha. Para llegar a Paracas han tenido que cruzar la ciudad y eso debe haberles tomado –por lo menos– unos 40 minutos. El tráfico es infernal: no funcionan los semáforos, muchas calles están cerradas con pistas a medio construir. Las casas siguen destruidas a consecuencia del terremoto de hace ocho años. En cada esquina hay basura. El comercio ambulatorio está por todas partes. 


Si esta provincia a solo 200 kilómetros de Lima está así, ¿cómo estarán las otras ciudades damnificadas por el terremoto de Pisco? Ningún candidato hizo referencia a este tema. De repente cuando su chofer pasó por ahí estaban concentrados leyendo su discurso. Ni siquiera lo han utilizado para chancar al ex presidente que estuvo a cargo de los trabajos de reconstrucción y que hoy está tentando nuevamente la Presidencia. 
Al terminar el día, antes de volver a casa, entro a un supermercado a comprar unas cosas para Fabio y un joven de unos 35, bien parecido, vestido de pantalón y camisa y con la llave de un auto de lujo en la mano se me acerca y me toma desprevenida.


Me cuenta que cuando tomaba desayuno vio la noticia de Jackeline y me dice que no pudo estar tranquilo todo el día pensando en la desgracia de esa madre y lo desalmados de esos delincuentes. Tenía la misma sensación de impotencia y rabia que yo: «Es del destino haberte encontrado», me dijo y me pidió un número de contacto para ayudar a esa familia. 
Su preocupación me hizo sentir esperanza y pensar que no todo está perdido. Que aunque a veces pareciera que este país está podrido, todavía existe gente buena que puede salvarlo. 

 


 

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