Shirley me parece un personaje divertido. La más coqueta de la familia Gonzales fue capaz de inventar que su madre tiene una enfermedad terminal con tal de conquistar supuestamente al hombre de su vida en la serie «Al fondo hay sitio». ¿Qué clase de hija se atrevería a eso? Pues solo aquella a quien su propia madre felicita cuando se entera de tremenda mentira. «Esa es mi hija», dijo Reina Pachas y la abrazó en medio de llantos de felicidad. En realidad, es la madre la que presiona a la hija para que –a como dé lugar– se consiga un «buen partido».
La «víctima» de sus complots es un piloto de avión con apellido gringo y cero experiencia sexual. El capítulo de la inesperada confesión masculina me hizo estallar de la risa. No porque un chico de veintitantos no pueda ser casto, sino por la cara de decepción y angustia de Shirley al ver que su amado creía que ella también lo era.
El ingrediente que completa la pintoresca historia es la suegra pituca,interpretada con mucho talento por Martha Figueroa. ¿Vieron la cara de la madre de Patrick al conocer a la novia y a su familia? El matrimonio está fuera de cualquier discusión, obviamente. Seguro que en los próximos capítulos veremos a la suegra usando artillería pesada contra la enamoradiza Shirley hasta exterminarla.
AFS caricaturiza los estereotipos y creo que eso la hace tan exitosa. Todos se ven reflejados de alguna manera o conocen a alguien que ha pasado por una situación similar. Cuántas veces hemos escuchado de la suegra que hace de todo para impedir que su «hijito» siga con esa «mujercita».
Una de estas noches que reía frente al televisor, el papá de Fabio me dijo: «Ya te quiero ver cuando te toque». Volteé a verlo sorprendida al darme cuenta de que yo –en algún momento– estaré destinada a interpretar a La suegra. Se burlaba de mí, imaginándome en esa situación. Él dice que me volvería loca.
Si Fabio me presentara a una novia como Shirley, lo primero que haría –sin mucho análisis– es no oponerme para evitar que su reacción sea la contraria. Uno siempre se encapricha con lo prohibido.
Mi consuegra sería un poco hablantina pero puedo sobrevivir con eso. Que diga Disney-work en vez de Disney World me es indiferente. La verdad, lo único que me importaría es que haya respeto mutuo. Y ese sería el problema que yo le encontraría a una Shirley, pues la relación empezó con una mentira suya.
Ninguna mentira es para siempre, menos aun la de una enferma terminal. Creo que si Patrick quiere casarse con Shirley, su madre debe dejarlo. Advertirle de cómo podrían ser las cosas y punto, que él decida y se equivoque.
Sé que es difícil darles libertad a los hijos, incluso diría que asusta. Que sería mejor tenerlos cargados siempre, sin importar que nuestros brazos tiemblen de dolor por el peso. Además es delicioso sentir sus bracitos agarrando tu cuello o sus manitas acariciando tu pecho. Pero en algún momento lo vamos a tener que soltar y va a querer correr, saltar, trepar y tarde o temprano se va a caer. Ahí es donde debemos aparecer para consolarlos sin aspavientos y empujarlo a que siga caminando.
El papá de Fabio escuchó en silencio todas mis explicaciones y conceptos sobre Patrick, Shirley y la maternidad. Con una sonrisa incrédula en los labios me aconsejó guardar estas ideas en algún lugar seguro para que cuando Fabio se enamore, los lea. «Veremos qué pasa», dijo.