La nave llegó a Lima casi 13 horas después de que la pareja de aeropiratas desviara su rumbo sobre territorio mexicano. En el aeropuerto se dictaron todas las medidas del caso para evitar que cualquier persona se acercara al aparato. Asimismo, se prohibió el acceso de los hombres de prensa, quienes tuvieron que cumplir su labor informativa desde las terrazas del Espigón Internacional.
Una fuerte dotación policial, tanto de la PIP como de la Guardia Civil, bajo las órdenes de jefes superiores, formaron un cordón para mantener alejado a todo elemento extraño, mientras el personal de Braniff, con transmisores especiales, se comunicaba con el capitán del avión.
En un principio no se supo el nombre del capitán secuestrado, ni el número de las personas que estaban en la máquina. Sin embargo corrió el rumor que solo permanecían cinco tripulantes, aparte de los dos secuestradores.
Según informaciones llegadas desde el extranjero, los aeropiratas fueron identificados como Robert Lee Jackson, un hombre de barba de 36 años, turista norteamericano, y Lucrecia Sánchez Archilla, guatemalteca de cabello largo, quien vestía minifalda verde y botas color café.
El avión fue tomado al mediodía del viernes 2 de julio, cuando volaba rumbo a San Antonio, Texas. Su itinerario completo conectaba las ciudades de Acapulco y Nueva York, con escala en Ciudad de México, San Antonio y Dallas.
La nave salió con total normalidad de Ciudad de México, a las 9:00 a.m., hora local. A las 10:10 a.m., instantes antes de aterrizar en San Antonio, los secuestradores amenazaron a las azafatas con sus armas, obligándolas a llevarlos hacia la cabina de los pilotos.
Allí forzaron al capitán Dale Besaant a desviar la nave a Monterrey. Los “piratas aéreos” llevaban tres pistolas y una botella con nitroglicerina.
En Monterrey la pareja de asaltantes dejó bajar a todos los pasajeros, menos a la joven Amparo Garza, exigiendo 100 mil dólares para dejarla en libertad.
El aparato estuvo en la pista cinco horas. Durante ese tiempo en el avión se mantuvo la tripulación, los aeropiratas y la joven rehén.
Los 100 mil dólares, entregados por el gobierno mexicano, llegaron en un camión blindado y fueron llevados a la puerta del Boeing 707. Los secuestradores dejaron libre a Amparo Garza y le “regalaron” mil dólares como gesto de desagravio.
Garza explicó a la prensa que se quiso hacer pasar como señora para que la liberaran, pero su ardid no funcionó. Cuando los aeropiratas pidieron que las mujeres abandonaran el avión, Garza estaba al final de la fila, razón por la que fue “seleccionada” como rehén.
Luego de abastecerse de combustible, dejar a todos los pasajeros y a otros tres miembros de la tripulación, obligaron al capitán del avión a proseguir viaje hacia Lima.
En la nave partieron el piloto, el copiloto y el ingeniero de vuelo, dos azafatas y los “aeropiratas”.
No se sabe por qué motivo la pareja de aeropiratas decidió volar a Perú, pues en los primeros momentos se dijo que su destino era la isla de Trinidad en el Mar Caribe.
Algunos pasajeros liberados en México contaron que la mujer sacó la pistola de su bolso y amenazó a una azafata. Así empezó el secuestro. Cuando los asaltantes se dirigían a la cabina, las aeromozas les pedían que mantuvieran la calma.
La nave llegó al principal terminal aéreo limeño a la 1:30 de la madrugada. En su edición de ese mismo día, El Comercio informó que “una hora después la aeronave fue reabastecida de combustible. Tres hombres, empleados de Braniff, subieron al avión con maletines que se supone contenían víveres”.
De manera extraoficial se supo que los “piratas aéreos” habían pedido en Lima 100 mil dólares más a los directivos de Braniff. Y que la empresa tuvo que solicitar un préstamo al Banco de la Nación. En lugar de víveres los maletines podrían haber estado llenos de dinero.
Tras dos horas y media de permanencia en nuestro aeropuerto, el avión secuestrado partió con rumbo desconocido a las 3:45 de la madrugada.
Versiones no confirmadas indicaron que el avión se dirigiría a Brasil, antes de volar hacia África.
Minutos antes de levantar vuelo, se produjo el cambio de la tripulación. Subieron a la máquina tres pilotos y dos aeromozas, y descendió la tripulación que vino desde México, con evidentes signos de agotamiento.
Las hostess peruanas que voluntariamente reemplazaron a su compañeras fueron Clorinda Ontaneda y Delia Arizola de Millón. Junto a ellas abordaron la nave el capitán de relevo R. Schneider y los tripulantes Mizell, Williams y Mc Wrotcher.
Según fuentes del aeropuerto hubo francotiradores que tuvieron en la mira a los piratas, pero la orden era de no disparar.
El Boeing 707 descendió en el aeropuerto de Galeao en Río de Janeiro, y a los pocos minutos despegó hacia Argentina. A pesar de las barricadas que se lograron colocar el cuatrirreactor logró elevarse sin problemas.
Al posarse en el aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, 40 policías rodearon la aeronave, mientras el barbudo Jackson amenazaba con destruir todo: “…volaré el avión. Tengo dinamita suficiente para hacerlo”.
Cuando las autoridades argentinas le informaron que no dejarían despegar la nave, la pareja de asaltantes envió al piloto a tierra a negociar su rendición. Su principal pedido fue ser asilados en Argelia o en la misma Argentina y no ser entregados a los Estados Unidos.
Mientras el vicepresidente de Braniff le prometió que no sería enviado a Estados Unidos, el gobierno argentino anunció que no suministraría combustible a la aeronave.
Unas 43 horas después de tomar el avión de Braniff, Jackson se entregó a dos miembros de seguridad argentinos, que subieron hasta la nave para detenerlo.
El afroamericano vestía una casaca marrón y pantalones claros cuando fue llevado, bajo una fuerte lluvia, a unas oficinas del aeropuerto para ser interrogado por un psiquiatra.
Unos minutos antes de que el pirata abandonara el avión, lo había hecho su cómplice femenina, quien fue trasladada en un auto con rumbo desconocido.
En uno de sus últimos actos por evitar su captura, Jackson exigió, por intermedio del piloto Schroeder, que no iluminarán el avión con las luces del aeropuerto, mientras le apuntaba en la nuca con su revólver.
Junto al piloto estaban el copiloto Mizell, el ingeniero de vuelo Williams, el navegante McWhorter y las azafatas peruanas Clorinda Ontaneda y Delia Arizola.
Las dos aeromozas fueron las primeras en ser autorizadas a descender del avión y luego lo hizo el resto de los tripulantes.
Luego de ser liberadas, y ante las preguntas de los periodistas argentinos, las hostess peruanas dijeron que el secuestrador “era una persona de sentimientos humanos”.
Delia Arizola, de 44 años, y Clorinda Ontaneda, de 24, se presentaron sonrientes en una conferencia de prensa, celebrada en un hotel del centro de la ciudad, tras haber descansado unas horas.
“Por suerte nos tocó un asaltante como él y no un terrorista”, expresó Ontaneda.
Ambas peruanas dijeron que no lamentaban haberse ofrecido como voluntarias para el vuelo.
Ontaneda contó que estaba en su casa cuando se enteró de la llegada del avión secuestrado a Lima. Manifestó que ella misma llamó a las oficinas de Braniff para ofrecerse como voluntaria. “A mi esposo no le gustó mucho la idea”, añadió.
La joven peruana contó que se había ofrecido como voluntaria pues la compañía informó que la tripulación que se hallaba a bordo de la aeronave estaba exhausta.
Luego narraron que habían pasado por algunos momentos de miedo, como en Río de Janeiro, cuando pretendieron cerrarles la pista al momento del despegue. O cuando la policía rodeó el avión en Buenos Aires.
Las azafatas limeñas informaron que los aeropiratas portaban armas pequeñas, probablemente pistolas, y que en cierto momento Jackson les dijo que tenía nitroglicerina en una pequeña valija.
Jackson les contó –dijo Ontaneda- que había planeado el asalto al avión durante dos meses y que querían ir a Argelia a empezar una nueva vida con los tres hijos que él tiene con su esposa en los Estados Unidos, pero de los cuales se encuentra separado.
La mujer les reveló que era pintora y que no tenía mayor apego a la vida porque no tenía padres. Daba la impresión de estar enamorada de Jackson, dijeron las hostess de Braniff.
El 5 de julio las aeromozas peruanas retornaron al Perú y fueron recibidas entre lágrimas por sus familiares. Luego ofrecieron una conferencia de prensa en el salón de huéspedes de Braniff.
En Lima contaron que al subir al avión fueron separadas por los secuestradores. Ontaneda fue enviada a la parte posterior del avión y fue encañonada por Jackson, mientras a la señora Arizola se le permitió ir a la cabina.
La señorita Ontaneda contó que durante el viaje a Río de Janeiro le suministró al secuestrador 20 gotas de un medicamento para reconstituir la sangre y pastillas para evitar el sueño.
Ontaneda dijo que durante el viaje a Brasil el norteamericano trató de conversar con ella para hacer más llevadera la travesía.
Jackson le confesó que había secuestrado el avión porque odiaba a los Estados Unidos y por eso se quería ir a vivir al África.
Al descender en el aeropuerto brasileño de Galeao –contó Ontaneda- se percataron que la pista estaba rodeada de carros blindados y soldados, por lo que el piloto, en una maniobra temeraria, y en un pequeño trecho, tomó velocidad para despegar otra vez.
La aeromoza contó que se escucharon disparos desde tierra y que una bala perforó una de las ventanas de la cabina.
Al llegar a Argentina, contaron las hostess peruanas, empezaron las negociaciones, por las que fueron liberadas a las 6 de la mañana hora local. Tres horas más tarde Jackson era detenido.
La pistola de Jackson era real, pero la de la mujer era de juguete. Mientras se comprobó que nunca existió nitroglicerina. Los miembros de seguridad argentinos, además, habían desinflado las llantas del avión.
Las peruanas afirmaron que el americano no era ni político ni guerrillero, simplemente un aventurero, y que les contó que los 100 mil dólares eran para abrir un orfelinato en Argelia, en donde quería quedarse a vivir.
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