'Chachi-kart’: de cómo un peculiar nombre inició el kartismo en el Perú
El kartismo es un apasionante deporte marcado por emocionantes duelos y curvas a gran velocidad presentes en cada carrera. Al Perú llegaría a finales de la década del 50. Desde aquel momento los ‘go-kart’ serían conocidos como ‘chachicars’.
Si tu infancia transcurrió entre los años 70 y 80, hasta tal vez entrados los 90, debes haber paseado en un ‘chachicar’, pequeño auto a pedales para niños. Pero ese nombre tiene un origen muy peculiar y está ligado a la práctica del kartismo en el Perú.
Entre 1958 y 1959 el primer ‘go-kart’ de Estados Unidos fue traído al Perú, y rápidamente ‘Chachi’ Dibós (padre) y Christian Brams, empezaron a construirlos en una fábrica de Cotabamba. El auge de estos pequeños coches, conocidos inicialmente como ‘chachi-karts’ en honor a su constructor, fue impresionante llegando a haber unos 150 pilotos en 1960.
A volar joven
Un 24 de setiembre de 1960, coincidiendo con los festejos por la semana de la aviación, se realizó en el aeropuerto de Collique un interesante espectáculo de estos diminutos coches. Esta sería la primera carrera oficial del Go Kart Club del Perú, institución formada para difundir aun más este novedoso deporte motorizado.
El circuito un tanto pequeño fue magnífico escenario para que más de 10 vehículos dieran un agradable momento a los asistentes que se congregaron en torno a este improvisado ‘kartódromo’.
Las máquinas participantes pegadas a la rueda dieron verdadera emoción durante aquella mañana en Collique. Se notó que algunos pilotos tenían ya verdadero dominio del ‘go-kart’. Más de un espectador tuvo los nervios a flor de piel cuando los pequeños vehículos de un solo motor desarrollaban poco más de 60 kilómetros por hora con el chasis a un centímetro del suelo.
Para 1961 se formó el Karting Club del Perú presidido por Federico Aimone. Las competencias se realizaban en el antiguo local de la chancadora de Limatambo. Posteriormente, las carreras se trasladaron a la Ciudad de los Niños, del Padre Iluminato, en San Juan de Miraflores.
A inicios de los años setenta, Adán Bocangel fue elegido presidente del Karting Club, imprimiendo nuevos aires a esta disciplina. En 1978 se inauguró el kartódromo de Santa Rosa, construido a iniciativa de Jorge Nicolini, y con apoyo de empresas privadas. En la actualidad las competencias se realizan en el kartódromo de La Chutana, en Chilca; mientras que en provincias en los kartódromos de Cusco, Arequipa y Piura.
Las primeras figuras que practicaron kartismo fueron Eduardo 'Chachi’ Dibós, Manuel Delgado Parker, Willy Dyer, luego vendrían Neto Jochamowitz, Mario Hart, Luis Dibós, Matías Zagazeta, Grace Hemmerde, Maria Fernanda Fernandez, entre otros.
¿Por qué gustó tanto el kartismo?
Las satisfacciones sumaban más que las decepciones cuando los pilotos se subían por primera vez a estos autos locos. Un despiste o un choque eran parte del entrenamiento. La perseverancia era uno de los requisitos para subirse a un ‘chachi-kart’.
La adrenalina fluía en los pilotos cuando el vehículo tomaba las curvas a altas velocidades. Además se convirtió en un deporte que unió a grandes y chicos, ya que en sus cuatro categorías estaban incluidos los chiquillos desde los 8 años.
Estas cuatro categorías estaban diferenciadas por las edades de los pilotos, el peso combinado del piloto más vehículo y el tipo de motor. En la actualidad existen cinco categorías: la micro (7 a 10 años), Mini (10-12 años), Junior (12 a 14 años), Senior (14 años a más) y Máster (32 años a más).
Chachicar es...
“En el Perú el nombre del kart ‘pequeño automóvil monoplaza que está provisto de un motor de dos tiempos y embrague automático, y carece de caja de velocidades, carrocería y suspensión’. Por extensión, hoy chachicar se aplica también a los pequeños automóviles a pedales para niños. El compuesto chachicar, producto del desgaste de chachi-kart, está formado por el hipocorístico Chachi, de Eduardo (Dibós Chappuis), y el anglicismo kart, acortamiento de la marca registrada Go-Kart”. Así describe al popular ‘chachicar’ nuestra lingüista Martha Hildebrandt en su columna ‘El habla culta’ de 2013.