A finales de enero de 1991, cuando el Perú aún sentía los efectos del ‘fujishock’, una epidemia azotó a todo el país. El cólera, producido por la bacteria ‘Vibrio Cholerae’, infectó a miles de personas en distintos departamentos, y generó un estado de emergencia para prevenir la enfermedad. El cólera no apareció solo; lo acompañó en su mortandad el peligroso dengue, tal como hoy en día.
Todo empezó el 1 de febrero de ese año, cuando 70 soldados del cuartel Miguel Grau de Piura fueron infectados por el ‘Vibrio Cholerae’ e internados en el Hospital Militar de la ciudad norteña. Ellos habían consumido agua potable contaminada con aguas residuales. De esta forma, la Unidad de Salud del nosocomio prohibió el consumo de agua potable no hervida.
No era un fantasma el que recorría el Perú sino una bacteria resistente y asesina. La noche del 4 de febrero, el Instituto Nacional de Salud anunció en conferencia de prensa el inicio de la epidemia. Lo hizo solo después del deceso de 23 personas. Cinco víctimas eran de Piura; 14 de Chimbote y cuatro de Chancay. También informaron que más de 500 personas estaban infectadas en todo el país. El viceministro de Salud, Víctor Cuba, había viajado a Chimbote, una de las ciudades más afectadas, con una enorme carga de medicinas.
Como medida de prevención, el Instituto Peruano de Seguridad Social (IPSS) declaró en emergencia la atención médica del puerto chimbotano; logrando así que la mayoría de los habitantes de la ciudad sea atendida en cualquier centro médico aunque no tuvieran seguro. En una decisión clave, el gobierno recomendó el uso de las ‘bolsitas salvadoras’ o sales rehidratantes para aliviar los síntomas. Solo aliviarlos.
El cólera avanza a la capital
Al día siguiente, el 5 de febrero, la epidemia llegó a Lima y Callao. Más de 32 personas que presentaron los síntomas fueron internadas en los hospitales Arzobispo Loayza, Dos de Mayo y Guillermo Almenara (ex Obrero). También había pacientes internados en los hospitales San Juan de Dios y William Castro del Callao. La cifra de fallecidos subió a 27.
El gobierno reconoció que el primer caso del cólera se dio el 31 de enero de 1991 y que aún no conocía el canal por donde había ingresado la enfermedad al país. En esos días, sus especialistas estaban analizando algunas muestras de agua y alimentos. A su vez, el gobierno emitió un comunicado en que recomendaba el consumo de agua hervida y de alimentos bien cocidos; así como lavarse las manos constantemente y evitar el consumo de mariscos y pescados crudos.
El 7 de febrero, el ministro de Salud, Carlos Vidal, anunció que declararían en emergencia la salud en todo el país, debido al incremento de la enfermedad. No había pánico general, pero estaba muy cerca de ocurrir eso. Las autoridades también prohibieron visitar las playas del litoral. En Lima, erradicaron a los vendedores ambulantes de comida, sobre todo de cebiches y mariscos. Sin embargo, el ministro de Pesquería, Alberto Canal, se empeñó en negar que la causa de la epidemia haya sido el consumo del pescado en malas condiciones.
Para el 8 de febrero, el Ministerio de Salud comunicó que habían registrado 3.662 casos de cólera en el Perú y que, hasta ese momento, unas 30 personas habían fallecido a causa de esta enfermedad. Entonces, el gobierno declaró en emergencia sanitaria por 120 días a las ciudades afectadas y aprobó la creación del Fondo de Emergencia de Lucha contra las Epidemias, otorgándole un presupuesto de cuatro millones de dólares.
La ramificación de la epidemia veraniega
Debido a la crisis epidémica, en el aeropuerto Jorge Chávez las compañías aéreas prohibieron a los viajeros llevar verduras, carnes, frutas, menestras y productos diversos de procedencia peruana, y las agencias de viajes empezaron a exigir certificados de vacunación para la venta de pasajes al exterior.
En tanto, en el Terminal Pesquero del Callao no hubo actividad de flotas y en los mercados chalacos se verificó que nadie comprara pescados. También se dispuso que todos los hospitales y centros de salud a nivel nacional prestaran atención gratuita a pacientes con síntomas del cólera. Asimismo, se recomendó no concurrir a las playas de Lima, especialmente a la Costa Verde. Era la historia de una ciudad acorralada.
Llegó la ayuda humanitaria internacional. Algunos países como Bolivia, Colombia, Cuba, Chile, Ecuador, Estado Unidos y México enviaron toneladas de fármacos y algunos médicos para combatir la epidemia. Canadá donó a Caritas Perú un lote de medicinas valorizado en 80 mil dólares y el Gobierno Español envió una donación estimada en 50 mil dólares.
El 10 de febrero de ese verano de pesadilla, El Comercio anunció que tras varias investigaciones se determinó que los mariscos y peces eran los portadores de la bacteria miembro de la familia ‘Vibrionaceae’: el Vibrio Cholarae 01. Biotipo El-Tor. Esto fue confirmado por la Organización Panamericana de la Salud, que calificó al germen como ‘Serotipo Chancay’, debido a que las muestras analizadas fueron recogidas en ese lugar. Se confirmó, asimismo, que no existían garantías en la calidad del agua que se consumía habitualmente en Lima.
Debido a esto, Sedapal realizó un triple control de aguas producidas en La Atarjea, la planta de tratamiento que otorgaba el 60 % de agua potable de Lima. Además, incrementó la dosificación de cloro en las plantas de tratamiento y pozos de agua potable del país. También cerró parcialmente una bocatoma ubicada en El Agustino.
La voz del Papa
El 17 de febrero, el papa Juan Pablo II envió un mensaje al Perú ante la mortal enfermedad: “Deseo expresar también sentimientos de solidaridad con las poblaciones del Perú que se están viendo afectadas por una epidemia del cólera”. Meses después, el 12 de abril de 1991, El Comercio publicó una carta en su página editorial en la que un lector manifestaba su descontento con las medidas de prevención realizadas en Lima. La población peruana se mantuvo desconcertada por meses.
En los años siguientes de esa década de 1990, se crearon campañas para evitar otra vez el contagio masivo de alguna enfermedad infecciosa. En 1991, el Colegio Químico Farmacéutico del Perú lo recordó mediante su campaña titulada: “¡Que no se repita el cólera!”; y en 1992, el Ministerio de Salud, con el auspicio de la Comunidad Europa, lanzó la publicidad: “Yo siempre tomo el agua hervida, así no me enfermo de la barriga”.