Así pasaban las tardes los niños en tiempos normales: saltando en un solo pie sobre un mundo imaginario. Con una tiza se dibujaban, en la vereda o la pista, casilleros que formaban una especie de figura de avión. Los casilleros tenían un valor por decenas que iban del 10 al 100. Se podía jugar con dos y hasta cuatro jugadores.
Cada uno de ellos lanzaba una piedrita, teja e incluso cáscara de plátano al primer casillero hasta llegar al número 100. La regla para ganar este popular juego era saltar los casilleros, pero sin pisar las rayas. Postal de 1961.
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