Era la mañana del 7 de julio de 1974, cuando una inédita entrevista recorrió las calles del Perú a través de las páginas de El Comercio. Ese día, el diario decano publicó la última conversación que tuvo Pedro Paulet con la prensa antes de su muerte. El dialogo ocurrió en Argentina, en abril de 1944. En ella, el científico peruano contó algunos detalles de sus inicios; así como una increíble anécdota que le sucedió cuando vivía en París. Años después, en 1945, el ingeniero peruano falleció en la capital bonaerense.
EL INICIO DE SUS IDEAS
El martes 18 de abril de 1944, “La Crónica” de Buenos Aires entrevistó al ingeniero arequipeño, que por entonces era agregado cultural de la embajada peruana en Argentina. En la conversación, Paulet contó qué le motivó a realizar estudios de astronáutica. “A una doble influencia: en Arequipa donde nací, edificada con lava de volcán, no hay miedo a mayores incendios, por lo que los cohetes constituyen la obligada diversión en todas las fiestas. Desde mi niñez aprendí a confeccionarlos atando algunas veces a sus guías, redecillas con objetos. Y por otra parte, ya en Europa y estudiando en el Instituto de Química Aplicada de La Sorbona de París, me sedujo más que ninguna la obra del gran químico Marcelin Berthelot, sobre las fuerzas de las materias explosivas”, dijo el genio peruano.
Luego explicó su teoría sobre la utilidad de motores mecánicos, un tema cuestionado a inicios del siglo XX: “En el Instituto nos enseñaban que el motor a vapor con un rendimiento inferior a 10% y ya poco mejorable, resultaba impotente ante los nuevos progresos. El motor eléctrico no era transportable sino con generación de la corriente en pesados acumuladores. Y el nuevo motor a explosión de los flamantes automóviles, era entonces, relativamente demasiado pesado y complicado para la naciente aviación, la grandiosa novedad”.
“Me parece entonces que el problema quedaría solucionado utilizando las fuerzas explosivas, no en cilindros cerrados impeliendo un pistón y con su complejo de los 4 tiempos, sino en cohetes con constante inyección de carga explosiva y en el sencillo mecanismo que muestra mi primitivo dibujo”. Una figura de motor que años después serviría para realizar vuelos espaciales.
PAULET: SU PRIMER PROYECTO
En la inédita entrevista, Paulet reveló cual fue su primer invento. “Consistió en una rueda de bicicleta provista de dos cohetes, alimentados por tubos unidos a los radios, por los que la carga venía de una especie de carburador fijo colocado cerca del eje, con un anillo de agujeros por donde entraba la mezcla explosiva a dichos tubos, cada vez que su boquilla pasaba por uno de los agujeros”, recordó el ingeniero.
También explicó que lo esencial de su experimento eran los explosivos. Aunque esta prueba le llevó mucho tiempo, al punto que tuvo que cambiar sus detonantes. “Ensayé muchos, hasta que aconsejado por el mismo Bertholot, preferí las panclastitas de Turpin, el inventor de la melinita. Eran explosivos líquidos, fácilmente volatilizables y de tan tremenda expansión que había que debilitarlos con disolventes apropiados”. Los resultados de ese primer examen fueron tan buenos que un escritor inglés lo mencionó como uno de los primeros creadores de los propulsores de la aviación con cohetes.
CASI VA A LA CÁRCEL EN PARÍS
La alta carga de explosivos en sus experimentos hizo que Paulet ocasionara mucho ruido en el barrio donde vivía en Francia. Por eso, un día la Policía tocó la puerta de su casa tras ser acusado por sus vecinos de ser un tipo medio loco que hacía muchos ruidos y que podía provocar algún incendio de trágicas consecuencias.
“Un grave incidente provocó la alarma del director del Instituto, doctor C. Chabrié, quien prohibió radicalmente que se manejaran explosivos en sus laboratorios, entonces situados en humildes barracas, cerca del Jardín de Luxemburgo, en París. Y no pudiendo continuar los experimentos en mi hotel y menos cuando la policía a raíz de algunos atentado anarquistas, no aceptaba la fabricación particular de explosivos, me quedé con mi girándula motriz y las consecuentes aplicaciones hasta hoy”, dijo el científico peruano en aquella ocasión.
PAULET EN LA BÚSQUEDA PARA CONCRETAR SUS EXPERIMENTOS
Pedro Paulet quedó huérfano a los 19 años. Buscó estudiar y formarse sin ese apoyo paterno, por ello partió a París en busca del conocimiento; allí adquirió una gran madurez mental y se casó. Sin embargo, nunca pudo concretar sus experimentos. Aunque comenzó a buscar la forma de construir un motor con el que se pudiera volar, dejando atrás las hélices y las alas: “Si aviación viene de ave y el sustento del vuelo de las aves son las alas, el hombre nunca podrá-como tampoco lo podrían hacer los pájaros-conquistar el espacio si solo se sigue ateniendo a esas alas”, dijo.
Además, sabía que tenía que romper ese esquema natural y lo hizo basándose en cohetes sencillos de las fiestas tradicionales de su natal Tiabaya. Es así como desde 1895, Paulet diseñó varios trabajos de incipiente cohetería espacial, que solo quedaron reflejados en unos dibujos.
Recién en la década de 1970, el periodista científico James H. Wild escribió un artículo donde se reconocía, por primera vez, al peruano como precursor de la astronáutica. Antes, en 1946, el historiador catalán Juan Maluquer lo mencionó en su libro “A la conquista del Espacio”. Allí dejó claro que el científico peruano fue quien ideó “un cohete de 2.5 kilos que producía 300 explosiones por minuto, dando lugar a un empuje de 90 kilos”.
TODO SU TRABAJO EN SILENCIO
El arequipeño nunca habló de sus inventos ni preocupaciones. Tampoco se quejó de todas las limitaciones económicas con las lidió. Durante la conversación explicó por qué trabajó siempre en silencio: “No tanto por falta de tiempo y dinero cuanto por la incompatibilidad evidente entre la situación de inventor y mi carrera en el servicio exterior de mi país, a la que ingresé en 1901 y en la que me he mantenido desde entonces, salvo durante un lapso de 10 años en la época de la Primera Guerra Mundial”.
Asimismo dejó claro que su trabajo no se vio reflejado por el poco uso de la propulsión de cohetes durante esas épocas y el escaso interés de los aviadores por los nuevos inventos que no tuvieran nada que ver con el motor de hélice. “Y no hay peor fracaso para un cónsul o un diplomático que el de verlo entregado a proyectos al parecer quiméricos”, sentenció.
Finalmente, el ingeniero peruano recalcó el poco valor que se le daba a las ideas espaciales en esta parte del continente: “En nuestros países latinoamericanos, la industria aeronáutica asoma; y a nuestro público no le interesan en esta clase de asuntos, las teorías, sino los resultados prácticos. Así hubiera continuado viviendo de recuerdos, esperando silenciosamente una ocasión propicia para construir y experimentar mi viejo avión-torpedo”. Estas fueron las últimas palabras que dijo a la prensa un adelantado como Pedro Paulet. Un genio que nunca pudo ver cómo se cumplía su sueño de volar fuera del planeta.