Estuvo también en la batalla de San Francisco y en el Alto de la Alianza. –Actuó como enfermera. – Se casó en Iquique, con el Teniente peruano Alejandro Parra, en plena guerra. –Recuerdos de Bolognesi, Alfonso Ugarte, Andrés Avelino Cáceres. –El denuedo con que los peruanos lucharon en Tarapacá. – La marca hacia Arica. – La penosa jornada hacia Puno.
En pleno corazón de Lima, cabe el Rímac rumoroso, en la criollísima calle del Pescante número 110, habita la señora Zelmira Vicarra, viuda de Parra, heróica y única mujer sobreviviente de San Francisco, Tarapacá y la batalla del Campo de la Alianza. Hacia ella fuimos, deseosos de conocerla y de pedirle que nos relatara sus recuerdos patrióticos. Fuimos cortésmente recibidios en el pequeño zaguán por una de las hijas de la señora Parra que, inmediatamente nos invitó a pesar a una modesta salita adornada con retratos y recuerdos familiares. Momentos después, en presencia de la señora viuda Parra, le informamos de nuestro cometido y, prontamente, aceptó a ser entrevistada por diario decano de la prensa nacional. Admiro la agilidad mental y física de esta lúcida anciana.
—Hace unos años me reportearon —nos dice risueñamente–, pero ya ha pasado algún tiempo. Sí, señor. Estuve en San Francisco, Tarapacá y Tacna. Hace de ello muchos años; pero estas cosas de la patria no se olvidan. Después nos dijo:
—Nací en Moquegua en 1864. Mis padres me llevaron muy pequeña a Iquique, donde nos sorprendió la guerra con Chile. Contraje nupcias en Iquique, siendo bastante joven, el 30 de julio de 1879, puede decirse en plena campaña. Vea usted, aquí está la partida de matrimonio.
Doña Zelmira extrae de su viejo cofre un documento, ya un tanto descolorido por los años, en el que consta que se unió en matrimonio, esa fecha para ella inolvidable, con el teniente de Ejército don Alejandro Parra, oficiando don Julio Poucarisi, Capellán del Batallón Cazadores de la Guardia Nº 7.
Nací en Moquegua en 1864. Mis padres me llevaron muy pequeña a Iquique, donde nos sorprendió la guerra con Chile. Contraje nupcias en Iquique, siendo bastante joven, el 30 de julio de 1879, puede decirse en plena campaña.
—Estaba casi en luna de miel —sigue relantándonos– cuando ocurrió el desembarco de los chilenos en Pisagua, donde la guarnición peruana era sumamente débil. El ejército invasor creo que pasaba de diez mil hombres. Ya habíamos perdido el “Huascar”, junto a su bravo comandante, y la invasión era así inminente. A propósito, en Iquique presenciamos todos desde tierra el combate naval del 21 de mayo entre el “Huascar” y la “Independencia” y la “Esmeralada” y la “Covadonga”. ¡Qué gran combate! Grau era todo un marino y un caballero. ¡Qué día, señor! Las acciones se desarrollaron casi dentro de la rada. Por algo embarrancó nuestra “Independencia”. Día de gloria y de duelo. La invasión, pues, se produjo el 7 de noviembre.
El cuartel general peruano —prosigue la señora viuda de Parra— estaba en Iquique, siendo su comandante en jefe, el general Buendía y el coronel Belisario Suárez era el jefe del Estado Mayor. Entre los otros jefes, recuerdo muy bien a los coroneles Francisco Bolognesi, Andrés Avelino Cáceres, Ríos y a Alfonso Ugarte, uno de los héroes del Morro, quien había equipado un batallón con su propio peculio y era compadre de mis padres. El alto mando dispuso que las tropas se movilizaran en dirección a Arica para evitar que fueran copadas. Yo no me separé ni un solo momento de mi esposo que servía en el batallón Pisagua Nº9. Como esperábamos la batalla, organizamos el servicio de ambulancia, siendo yo la única mujer que actuaba como enfermera. No había recursos. Todo fue improvisado. Continuando en la narración de esos hechos, la anciana nos dijo:
—Las desgracias vinieron de golpe. Primero Dolores, después San Francisco. Hubo algunos errores, órdenes impartidas, según decían, antes de tiempo. Y por fin sucedió la retirada sobre Tarapacá. Los chilenos destacaron para atacarnos como a unos cuatro mil hombres. Se llamaba la división Arteaga porque este era su jefe. El 27 de noviembre fue la batalla. Fecha inolvidable. Los peruanos lucharon con denuedo y le hicimos morder el polvo al invasor que tuvo que emprender la retirada.
—¿Participó Ud. en alguna forma en la acción?
—No tomé parte en el combate con el arma al brazo. Estaba en la ambulancia. Entre los muchos heridos que atendimos estuvo Alfonso Ugarte, quien fue alcanzado aunque no de gravedad ni en la cabeza. Don Francisco Bolognesi, Cáceres, Canevaro, todo pelearon como bravos. Bolognesi peleó en San Francisco y en Tarapacá, presa de una fiebre alta. Triunfamos ampliamente en el Cerro de Tarapacá, pero las tropas chilenas estaban cerca y muy bien equipadas. Entonces vino la marcha hacia Arica a través del desierto y bajo un solo inclemente. Días de hambre y de sed. El hambre puede aguantarse, pero la sed no. Es terrible. Los bolivianos se retiraron en Tarapacá. Se fueron a Bolivia con su general en jefe y Presidente don Hilarión Daza.
En Arica se reorganizaron los batallones —nos dijo después la gloriosa sobreviviente—. Allí estuvimos algún tiempo. Veía constantemente a Bolognesi, Alfonso ugarte, Sáenz Peña.
—¿Otras reminicencias?
—Recuerdo que en tarapcá los peruanos prendimos fuego a una casucha de la cual disparaban los chilenos. Conocí personalmente a José Santos, soldado del batallón Arequipa, que tomó el pabellón del regimiento chileno número 2. Ya cuando estuvimos en Arica fue celebrada una ceremonia especial en su honor. Levantaron un tabladillo cerca del muelle y le dieron un premio de cincuenta libras. No sé qué se haría el estandarte que él tomó. Santos era un serranito muy simpático.
En Arica se reorganizaron los batallones —nos dijo después la gloriosa sobreviviente—. Allí estuvimos algún tiempo. Veía constantemente a Bolognesi, Alfonso ugarte, Sáenz Peña. La casa donde funcionaba el comando quedaba a la bajada del Morro y mi esposo y yo teníamos un rancho muy cerca. A Bolognesi lo veía siempre pasar. Hace pocos años vi en el Ministerio de Guerra un cuadro suyo. Le digo que me dio un brinco en el corazón porque era él mismo, tal como lo conocí. También presenciamos en Arica cuando el “Manco Capac” con el caliente Villavicencio, rompió el bloqueo de la escuadra chilena. Creo que fue el 17 de marzo del 80. Toda la gente estaba en los cerros presenciando tal proeza. Se escabulló entre los buques chilenos, mientras las baterías de tierra abrían fuego sobre las naves enemigas. Las gentes aplaudian y vivaban al Perú.
—¿Después? —preguntamos.
—A mi esposo, que ya era capitán, lo trasladaron a Tacna. Los restos de los batallones Lima y Ayacucho fueron fusionados para formar una nueva unidad, de la que era Ayudante Mayor. Mi esposo también estuvo en el Campo de la Alianza. Peleó al lado de su jefe, el coronel Víctor Fajardo, que mandaba el 5°. de Línea. Ese fue el más grande desastre para nuestra patria. ¡Qué calamidad, Dios mío! Pelearon muy bien los peruanos, pero fuimos vencidos. Mi esposo estuvo hasta el último momento con su jefe. Por cierto que, desde una altura, distinguieron a un grupo de soldados que se aproximaba. El coronel Fajardo creía que eran peruanos por el uniforme. Pero el capitán Parra sostenía que eran chilenos. Cuando Fajardo comprobaba ya con sus anteojos de campaña que eran enemigos, una bala traidora le quitó la vida.
Después de Tacna vino otra vía crucis. Mi esposo consiguió un caballo y yo monté al anca. Los bolivianos gritaban: “Todos a Bolivia”, pero de pronto salió Albarracín, quien gritaba más fuerte: “Los bolivianos a la derecha y los peruanos a la izquierda”. Y tomamos el camino a Puno, otra larga jornada que tuvimos que hacerla en parte a pie, porque nos robaron nuestras bestias. Fue allí en Puno donde terminó nuestra participación activa en la guerra. Posteriormente, nos trasladaron a Arequipa de donde era oriundo el capitán Parra. Y allí nos sorprendió la terminación de la guerra con la pérdida de nuestras ricas provinicias de Tarapacá, Tacna y Arica.
Es una heroína y una esposa modelo que en ningún momento abandonó al soldado con quien pasó la luna de miel combatiendo por la patria.
Luego de tan interesantes recuerdos, con vivacidad expuestos por tan valerosa mujer, la señora Zelmira de Parra nos muestra un corvo chileno con su vaina, un tanto oxidado.
—De este corvo —nos dice— despojó mi marido a un soldado chileno muerto en Tarapacá. ¿Qué historia no tendrá? ¡Si pudiera hablar!
A continuación con su marcado orgullo que se refleja en sus ojos pequeñines, lagrimeantes de emoción, nos presenta sus documentos que la acreditan como sobreviviente calificada de la patria, esta patria que ella ama tanto y por la que pudo ofrendar su vida. Es una heroína y una esposa modelo que en ningún momento abandonó al soldado con quien pasó la luna de miel combatiendo por la patria.
—El capitán Parra —y nos muestras las fotografías en que parece con los sobrevivientes de Tarapacá de otros tiempos— murió en 1929. ¡Que Dios lo tenga en su Reino!
—Sí, señor, tengo una pequeña pensión que apenas si nos alcanza en estos tiempos de carestía para cubrir nuestras necesidades inmediatas. Somos yo y estas mis hijas, Felipa y Pilar.
Al despedirnos le agradecemos sus interesantes declaraciones.