Yemen: no hay refugio en un país olvidado
Por José Antonio Bastos, presidente de Médicos Sin Fronteras (MSF)
El profeta Mahoma dijo una vez de Yemen que sería el último refugio para su Ejército en caso de que tuviera que escapar y buscar seguridad. Hoy, es difícil encontrar refugio en el país más pobre de la península arábiga. Su caso ilustra un desinterés general que resulta enormemente desproporcionado con respecto a las necesidades básicas de su gente en el terreno. ¿Cómo hemos llegado a esto?
No son muchos los que saben lo desesperada que es la situación en Yemen desde que estalló esta última guerra en marzo de 2015. El país, con un pasado cultural y tribal complejo, vive décadas de conflictos y transiciones políticas convulsas. La guerra actual, de carácter interna, también tiene una importante dimensión sectaria regional. La campaña militar liderada por Arabia Saudí y su Coalición de países del golfo Pérsico sigue bombardeando muchas regiones. Zonas como Saada y la capital, Saná, continúan soportando ataques regulares.
Como siempre ocurre en las guerras, quienes más sufren son los civiles. El embargo impuesto por la Coalición para limitar la importación de armas ha tenido un efecto colateral devastador en todos los sectores del comercio, y dificulta enormemente el abastecimiento de combustible y los alimentos básicos. Yemen depende enormemente de las mercancías importadas y apenas tiene industria o recursos naturales; la consecuencia es que la economía ha quedado paralizada y la actividad del mercado negro se ha disparado.
A diferencia de lo que ocurre en Siria, con un acceso más fácil al Mediterráneo y una población con mayores medios económicos, no hay realmente un lugar al que los yemeníes puedan huir. En su frontera norte limitan con un país hostil que les bombardea, y sus otras opciones están al otro lado del estrecho de Adén: Somalia y Yibuti. Ambas alternativas son, por cuestiones de seguridad o económicas, extremadamente limitadas.
Por eso, 2,3 millones de desplazados están en movimiento dentro de Yemen, esperando, en condiciones de extrema precariedad, a que la inestabilidad disminuya para poder volver a sus hogares. Viajan con sus niños y están dispersos en zonas remotas. Muchos se han visto obligados a huir varias veces de los campos de desplazados, objetivo también de los bombardeos.
El sistema de salud, ya de por sí frágil antes del conflicto, sufre una hemorragia constante agravada por la falta de combustible, de medicamentos y de equipamiento médico. Como resultado, su capacidad de dar un nivel mínimo de atención es muy escasa.
A finales de octubre, la Coalición bombardeó, hasta destruirlo por completo, un hospital apoyado por MSF en Haydan © Yann Geay/MSF
Este conflicto también se caracteriza por reiterados ataques contra los centros médicos. Según hemos podido documentar en Médicos Sin Fronteras, han tenido lugar bombardeos, disparos, uso de instalaciones médicas para colocar a francotiradores, ataques contra ambulancias y bloqueo de los suministros sanitarios en Taiz, Adén, Hajjah, Saná y Marib. A finales de octubre, la Coalición bombardeó, hasta destruirlo por completo, un hospital apoyado por MSF en Haydan. El 2 de diciembre, de nuevo fuerzas de la Coalición alcanzaron una de nuestras clínicas móviles, causando nueve heridos, entre ellos dos de nuestros trabajadores.
Estos ataques, brutalmente inhumanos, ilegales, inaceptables y cometidos por todas las partes del conflicto, ponen en peligro la vida de pacientes y sanitarios, así como la posibilidad y el derecho de los civiles a recibir atención médica en tiempos de guerra.
A pesar de la gravedad de la situación, muy pocos Gobiernos sitúan las necesidades humanitarias de Yemen en un lugar destacado en sus prioridades de política exterior. Esto se debe, muy probablemente, a las alianzas políticas con la Coalición –que incluyen a Estados Unidos y Reino Unido–, que prefiere que este conflicto sea poco conocido. Esta falta general de voluntad política se está traduciendo en una falta de respuesta humanitaria adecuada a corto plazo. Y sin la presión política necesaria, la ONU no se mueve. De hecho, está paralizada por sus propias reglas y mecanismos que, cuando no hay suficiente presión de los donantes, la vuelven totalmente incapaz en un contexto de gran inseguridad, independientemente del deterioro dramático de la situación en el país.
Por desgracia, apenas hay voces que se alcen para hablar de la triste situación de Yemen. La presión política para detener el embargo y el bombardeo de zonas civiles es prácticamente inexistente y el olvido al que está sometido este conflicto proporciona cobertura a las violaciones de las leyes de la guerra y el marco legal que ampara la acción humanitaria.
Ni los brutales bombardeos, ni el uso peligroso de armamento pesado en zonas densamente pobladas, ni los desplazamientos masivos de población y sus necesidades humanitarias desesperadas, atraen la atención de la comunidad internacional. Por desgracia Yemen carece del atractivo mediático de otras crisis. La deriva gradual de la situación es muy grave: todo un país se tambalea al borde de un colapso total. La presencia de un puñado de organizaciones humanitarias puede retrasar la descomposición, pero no evitarla. Solo cuando sus refugiados comiencen a embarcarse en rutas peligrosas hacia Europa, los líderes mundiales se sentarán a reflexionar y a cuestionarse por qué se abordan las consecuencias secundarias de este conflicto desconocido en lugar de las más inmediatas, y por qué no han sido capaces de ayudar a los yemeníes a encontrar protección y refugio dentro de su propio país.
José Antonio Bastos (Jaca, España – 1961) es médico especialista en Medicina Familiar y Comunitaria y con estudios en Medicina Tropical y maestría en Salud Pública en Londres. Tras unos años de ejercicio de la medicina de familia en España, realizó su primera misión en terreno con Médicos Sin Fronteras en 1991, en la frontera entre Turquía e Irak, asistiendo a los refugiados kurdos que huían de este último país durante la primera Guerra del Golfo. Continuó trabajando con MSF en Bolivia, Kenia, Somalia, Tanzania, Ruanda, República Democrática del Congo y Angola. Después fue responsable de la Unidad de Emergencias y director de Operaciones de MSF España, y director de Operaciones de MSF Holanda, responsabilidades que le llevaron de nuevo frecuentemente al terreno, a contextos como Croacia, Nigeria, Sudán, Etiopia, Colombia y Chechenia. A lo largo de todas estas misiones, ha trabajado en contextos de conflicto y desplazamiento, crisis nutricionales o emergencias relacionadas con brotes epidémicos como el cólera o la meningitis. Entre 2006 y 2010, trabajó para el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), con misiones en Pakistán, Irak y Afganistán. Es presidente de Médicos Sin Fronteras España desde diciembre de 2010.