Bacterias intestinales, emociones y autismo
Las bacterias son microorganismos que han estado en la tierra casi desde su formación, aproximadamente 4,000 millones de años atrás, por lo que -de una manera asombrosa- han sido capaces de adaptarse al medio ambiente.
Las bacterias viven en los gélidos fondos del mar, en las alturas mas extremas, en la profundidad de los volcanes, en la tierra, en las plantas y dentro del organismo de los animales, incluyendo el ser humano. Al respecto, se calcula que solo en el intestino grueso, existen 100 veces más bacterias que células humanas, que la diversidad genética de esas bacterias es 150 veces mayor que la humana y que el 50 por ciento del peso de la materia sólida de las heces es el peso de las bacterias. Esa compleja y enorme cantidad de bacterias en el intestino se llama la microbiota.
La función de la microbiota intestinal esta relacionada al control del apetito, obesidad, diabetes e hipertensión arterial. En previos artículos de esta serie, habíamos descrito que la microbiota era capaz de gobernar nuestros antojos alimentarios y que los trasplantes fecales podían ser capaces de curar ciertos padecimientos intestinales. Hoy veremos que la microbiota es capaz de determinar nuestras emociones y estaría relacionada a la ansiedad y depresión e incluso al trastorno del espectro autista.
La microbiota humana no está compuesta por un solo tipo de bacterias y se calcula que en el intestino grueso pueden habitar de 15.000 a 36.000 diferentes especies y que un individuo promedio lleva en el colon 500 a 1000 especies diferentes. La composición y número de esas bacterias cambia constantemente de acuerdo al tipo de alimentación, uso de antibióticos y exposición a elementos del medio ambiente. La colonización del intestino grueso con bacterias se hace desde antes del nacimiento a través de la placenta, continúa en el momento del parto, durante la lactancia y al momento de los primeros contactos con otros seres humanos.
Y por último, es importante recordar que las bacterias de la microbiota nos están colonizando y no nos están infectando. Colonización significa que las bacterias conviven con nosotros sin causar enfermedad, mientras que infección significa que la bacteria –llamada patógena- causa enfermedad.
Eje cerebro-intestinal
Si bien es cierto que –tanto en el mundo científico, como en el saber popular- la relación entre la salud del intestino grueso, la evacuación intestinal y la salud en general es muy antigua, el eje cerebro-intestinal es un concepto relativamente nuevo y muy interesante. Recuerdo que cuando en la escuela de medicina nos enseñaban que había un nervio -nervio vago- que conectaba los intestinos con el cerebro, ningún profesor nos podía dar detalles exactos de su función. Ahora se sabe que el nervio vago, que conecta las 100 millones de neuronas intestinales con las neuronas de la base del cerebro, es parte del llamado eje cerebro-intestinal, el cual de manera relativamente simple puede definirse como un sistema de comunicación de doble vía que conecta el cerebro con los intestinos y en su funcionamiento están involucrados el sistema nervioso central (cerebro y médula espinal), el sistema nervioso autonómico (nervio vago que conecta el cerebro con los intestinos), el sistema nervioso entérico (millones de neuronas intestinales) y diversas hormonas pertenecientes al sistema hipotálamo-pituitario (incluyendo las glándulas suprarrenales).
Recientes investigaciones han revelado que la composición de la microbiota intestinal (75% de las cuales pertenecen a las especies bacterianas firmicutes y bacteroidetes) es vital para el desarrollo del sistema nervioso, incluyendo la formación de la barrera hemato-encefálica (comunicación entre la sangre y el cerebro), la formación de mielina o grasa protectora del cerebro y los nervios, la formación de los nervios (neurogénesis), la maduración de la microglía o células de la defensa cerebral y la modulación del comportamiento. Al respecto, ahora se sabe que las neuronas intestinales producen más del 50% de dopamina y serotonina del organismo, neurotransmisores que están íntimamente relacionados a nuestras emociones y cuyo desequilibrio esta relacionado a diversas alteraciones de la salud mental como ansiedad y depresión. Pero además, y esto es muy importante, ese eje cerebro-intestinal esta cada día mas relacionado al autismo y al espectro de condiciones asociados a el.
Lo remarcable de ese eje cerebro-intestinal –y el mensaje principal de esta columna- es que las bacterias intestinales son el director de orquesta del funcionamiento de todo ese eje cerebro-intestinal. En otras palabras, el eje cerebro-intestinal y sus funciones, bailan al ritmo que les tocan las bacterias intestinales, lo cual lleva a la inevitable pregunta ¿es posible regular o cambiar el funcionamiento del eje cerebro-intestinal con cierto tipo de alimentación o con el uso de los famosos probióticos?
Alimentación, prebióticos y probióticos
La investigación para determinar la utilidad de probióticos (bacterias de las especies Lactobacilos y Bifidobacterias), prebióticos (alimentos que promueven el crecimiento de bacterias en el intestino) y psicobióticos (preparados que podrían alterar las emociones) es muy activa y sus resultados son aun contradictorios. Al respecto, no sorprende que los estudios financiados por las empresas productoras de esos productos muestren resultados favorables, mientras que aquellos hechos por instituciones académicas independientes no lo sean así.
Es probable que el consumo de alimentos naturales -preparados diariamente- sea el mejor modo de mantener una microbiota saludable. Por su alto contenido en sustancias químicas, los alimentos artificiales procesados y ultraprocesados deben ser evitados. Es importante también evitar uso innecesario de antibióticos y métodos de “limpieza del colon”. Y en relación a la floreciente industria de los probióticos, la pregunta mas importante sería ¿para qué usarlos si no se tiene ningún problema de salud? Hasta ahora no se ha demostrado que puedan prevenir ninguna enfermedad.