Semana casta
Algunos apuntes sobre cómo vivíamos la Semana Santa de nuestros tiempos. Desde Ben-Hur, hasta las siete iglesias y terminando en un campamento improvisado en alguna playa del norte o sur. En sus manos encomiendo este post
No fui un monaguillo de paso. Pasé casi diez años de mi vida entre altares y campanarios. Vestido con enorme túnicas rojas que me convertían en una improvisación adolescente del ‘Amo del Calabozo’, servía en la misa mientras sacerdotes alemanes me pedían especial entonación para cantar el ‘Gloria’. Durante esos años respeté religiosamente los preceptos de la Semana Santa. No salía de la capital, comía ensalada de atún con arroz todos los días y me desvelaba viendo “Los diez mandamientos” y “Ben Hur”. Esperaba a oscuras que toquen las campanadas para encender las luces del templo en cada Sábado de Gloria. Era feliz en medio de las catorce estaciones de mi Vía Crucis personal. Nunca me quejé. Mi vida parroquial no tenía fecha de caducidad hasta que me pidieron darle la mano a una autoridad eclesiástica que días antes había cuestionado los derechos humanos en televisión. Allí recién entendí que la distancia entre el paraíso y el calvario mide menos que un sabio versículo. Mi parábola sin talentos había encontrado su punto final: era la hora de irme.
En mis saludables años de acólito mis Semanas Santas no sabían de campamentos en la playa, ni de borracheras interminables con olor (y eco) de mar. No era un buen candidato a beato pero me postulaban. Uno de los párrocos me dijo en un retiro espiritual que tenía condiciones para difundir “la palabra” (y creo que allí supe que tenía que dejar los hábitos para sentarme a escribir, entendí todo al revés). Aprendí oraciones, aprendí a cantar “Juntos como Hermanos” a tres voces, aprendí que existe el Purgatorio en la Tierra cuando rezas el Rosario a las seis de la mañana en pleno invierno. Vi el “Manto Sagrado”, no me perdí ningún capítulo de “Jesús de Nazareth” y por inercia salía a gritar a la calle “Liberen a Barrabás”.
Recién a los 19 años, después de mi inevitable partida del grupo de sacristanes, apagué el televisor en Semana Santa para salir rumbo a la playa La Ensenada con mis amigos del colegio. Cuando ocurrió eso ya había visto más de diez veces “Ben-Hur” y me sabía de memoria “Jesús Verbo No Sustantivo” de Arjona. Mi lista de canciones cambiaron al “Hossana” o al “Pescador de hombres” por “Confesiones de Invierno” de Sui Generis y por “A todo pulmón” de Alejandro Lerner. Inventé un Sodoma y Gomorra sin tanto exceso pero sí con muchas licencias. Me divertía. A los 21 años tomé tanto Tequila que me mudé de playa, de carpa y amanecí a casi 3 Kilómetros del lugar donde estaban mis amigos. Uno nunca se va, uno siempre está volviendo. Esa noche de Delirium Tremens pensé que era hora de regresar. Pero no al altar sino al confesionario.
Soy católico y creyente. Eso sí nunca cambió. Lo que nunca fue igual tiene que ver con los métodos para vivir la religión. Hace más de una decada que trato de salir de Lima en Semana Santa. La última película que vi un viernes santo era italiana y tenía como estrella a un tal Roberto Benigni, quien nos enseñó que la vida es bella. Desde 1999 siempro huyo de la capital aunque en los años recientes tuve un trabajo que convertía al periodismo en un apostalado. En los últimos nueve años he podido escaparme unas tres o cuatro veces. Siempre destino playero, cada vez más distanciado de Charlton Heston.
Fui a campamentos planificados y a otros cobijados bajo la fortuna de la improvisación. Trabajé a ritmo de día normal porque en el periodismo deportivo nunca se sabe si un viernes santo, como en el año 2003, clubes como el Alianza Lima deciden presentar técnicos (Gustavo Costas). Estuve en el norte, en el sur. Respeté a la playa, le hice preguntas al mar, conversé hasta las madrugadas con amigos que hace años dejé de ver, conocí gente buena, pero siempre algo de mí recordaba esos tiempos de Jueves Santo con lavados de pies, Viernes Santos de luto masivo, con sentimientos de culpa hasta por organizar una inocente pichanga de fulbito en la pista.
No me acuerdo si el Chavo del Ocho aparecía en Semana Santa, creo que no. Tampoco habían dibujos animados. Lo mejor de estos días era la nulidad noticiosa en los programas de TV y el descanso prolongado para estar con tu familia y amigos. En mi casa todos son católicos practicantes. Así que he seguido todos los rituales máximos de estos días de guardar: desde la ingesta de bacalao hasta las vigilias pascuales antes del Sábado de Gloria. ¿Alguien se sabe la canción “Resucitó”? En mi casa sigue retumbando el estribillo de guionista de thriller “Muerte… ¿dónde está la muerte?”. Me sé de memoria las siete palabras. Hace poco mientras veía un flash informativo de cuatro de la tarde pensé: “Perdónalos que no saben lo que hacen”. Durante muchos lustros solo supe repetir: “Tengo Sed”.
Recorrí setenta veces siete las siete iglesias. Crucifiqué a un argentino por clamor popular porque usó siete palabras para agredir a mi ex novia en una discoteca del sur (¿viteh?). Me afeito todos los días porque no me crece la barba como a Barrabás. Eso sí, volvería a hacer todas esas cosas (y muchas más) menos ver Ben-Hur de nuevo. No solamente me parece exagerada la exaltación de la crítica cinematográfica por una buena película (pero está algo lejos de mi top ten de las mejores de la historia) sino que Charlton Heston hace mucho dejó de ser para mí un buen referente. En tiempos de Semana Santa, la televisión, nuestras familias y las doctrinas de fe, nos enseñaron que teníamos que ver películas religiosas y nadie se dio cuenta que el protagonista de la mayoría era el mismo diablo. Charlton Heston:
discípúlo del imperialismo, seguidor del armamentismo, un simple hombre que enloqueció en la vejez. Un viejito despreciable. Si vuelvo a ver Ben-Hur será simplemente para alentar a Messala y pedirle que nos haga el favor.
Lo mejor que me dejaron todas las películas y costumbres de Semana Santa fueron la dedicatoria del libro que aún no termino de escribir. Recuerdo a Moisés, la voz en off anunciando cada uno de los Diez Mandamientos y se me ocurren unas líneas felices. Antes, me imagino dentro de un auditorio contigo en primera fila, yo mostrándote la publicación recién salida de la imprenta. Tú vas a sonreír, abrirás la primera página y allí el amor resucitará antes del tercer día con este dedicado:
“Para ti, mi primer mandamiento. Por amarte sobre todas las cosas”.
¿Cuáles son tus principales recuerdos de Semana Santa? ¿Qué películas se te vienen a la mente? ¿Cuál era el menú familiar de esa semana? ¿Verás otra vez Ben -Hur?
LA PALABRA ES DE USTEDES
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UNOS CUANTOS VIDEOS PARA AMENIZAR
[La emblemática escena de la carrera de Ben-Hur. Lo mejor de la película. Véanla por vez número 15687902]
[Los 10 Mandamientos y la escena del Mar Rojo. El doblaje es muy solemne, así que disculpen]
[Esta fue la última película que vi por televisión en Semana Santa: "La Vida es Bella". La prefiero en lugar de Ben-Hur y al mal hombre de Charlton Heston]
FUE AYER Y SÍ ME ACUERDO
Los dejo con tres baladitas nostálgicas que se multiplacaban en esos días de reflexión. Cuando querías escuchar a Vanilla Ice o Mc Hammer aparecían estas bonitas e insufribles melodías. No las escuchen.
[Pandora "Cómo te va mi amor". Lo mejor de la letra es cuando dicen "te encontré un poco más flaco". Sería paja escucharlo]
[Franco de Vita "Solo importas tú". Si la memoria no me falla esta canción es de la novela "La Dama de Rosa" ¿Me lo confirman?]
[Ricardo Montaner "La cima del cielo". Esta también era de una novela. Con Alba Roversi y Arturo Peniche ¿A ver quién se acuerda?]