Automedicación en animales
Cuando sentimos cólicos estomacales vamos a la farmacia por una Buscapina®. Si tenemos fiebre buscamos en nuestro botiquín un paracetamol. Si empezamos a estornudar y tenemos congestión nasal tomamos un antigripal. Nos hemos acostumbrado —mejor dicho, malacostumbrado— a automedicarnos para aliviar los síntomas de algún malestar o enfermedad.
Lo interesante es que no sólo los humanos nos automedicamos.
En el 2005, en el corazón de la selva de Indonesia, la primatóloga Helen Morrogh-Bernard vio a una orangután adulta meterse a la boca un puñado de hojas de una planta del género Commelina y formar una pasta espumosa con su saliva, que luego se la aplicó sobre la parte posterior de su brazo izquierdo como si fuera un ungüento. Resulta que esa misma planta es usada por los indígenas locales para preparar un bálsamo que alivia dolores óseos y musculares, golpes e hinchazones.
Lo cierto es que la automedicación en animales está bien documentada. El ejemplo más común es el de los perros que comen hierba cuando los sacan a pasear al parque. Se ha reportado casos de lagartijas que comen ciertas raíces después de la mordedura de una serpiente para contrarrestar el veneno, babuinos en Etiopía que comen un tipo de hojas para evitar una enfermedad parasitaria llamada esquitosomiasis o los guacamayos del Parque Nacional del Manú que comen arcilla para contrarrestar los efectos tóxicos de los frutos con los que se alimentan. A todo este “conocimiento médico animal” se le llama zoofarmacognosia.
Sin embargo, no solo los vertebrados se automedican. Este comportamiento también ha sido observado en insectos.
En la naturaleza existen avispas parasitoides que ponen sus huevos dentro del cuerpo de otros insectos para que sus larvas se alimenten de ellas desde adentro. Cuando la víctima es la mosca de la fruta, éstas buscan e ingieren alimentos ricos en alcohol (frutas podridas y fermentadas) pues se ha observado que este compuesto mata a las larvas de la avispa.
Un estudio publicado esta semana en Evolution da cuenta de una novedosa estrategia empleada por una hormiga (Formica fusca) para hacer frente a las infecciones: el uso de agua oxigenada.
Las hormigas sanas evitan los alimentos ricos en peróxido de hidrógeno (H2O2), una sustancia que forma parte de las especies reactivas de oxígeno (ROS), capaz de provocar daños en la estructura celular del organismo. Sin embargo, cuando es expuesta a un hongo patógeno (Beauveria bassiana), aumentan el consumo de estos alimentos con alto contenido de ROS, incluso antes que se dé la infección (acción profiláctica). Los investigadores han medido la concentración de H2O2 dentro del cuerpo de estas hormigas y han demostrado que es lo suficientemente alta como para suprimir significativamente la viabilidad de las esporas de hongos.
Como podemos ver, la automedicación —tanto con fines profilácticos como terapéuticos— está muy extendida en el reino animal. Tal vez nuestros antepasados aprendieron a usar algunas plantas medicinales observando lo que hacían otros primates. ¿Quién sabe?