Cargill y su nueva política sobre los transgénicos: ¿Nos beneficiaría?
Cargill es uno de los más grandes distribuidores de productos agrícolas del mundo, especialmente, de granos (maíz, soya, etc.) y alimento para animales (es dueño de Purina); los cuales derivan principalmente de Organismos Vivos Modificados (más conocidos como transgénicos). Cargill siempre ha sido un defensor de esta tecnología por lo que el anuncio que hizo hace unos días ha causado mucha extrañeza:
Cargill is committed to supporting the vital role of GM technology & meeting customer demand for GM & non-GM options https://t.co/rErftbmArF pic.twitter.com/34u4thnWba
— Cargill (@Cargill) 23 de marzo de 2017
Lo que dice el comunicado es que Cargill está trabajando con Non-GMO Project, una ONG norteamericana que certifica productos que no contienen componentes transgénicos, para atender la demanda de un creciente grupo de consumidores. El tema es que dicha ONG se opone abiertamente a esta tecnología, muchas veces difundiendo información falaz o carente de sustento científico.
Si bien es cierto, la transnacional aclara —en el mismo comunicado— que no respaldan ni están de acuerdo con las posiciones de Non-GMO Project sobre la seguridad y sostenibilidad de los cultivos transgénicos; también reconoce que algunos consumidores quieren más opciones para elegir cuando se trata de alimentos.
El problema que se le podría presentar a Cargill es ¿de dónde va a sacar maíz o soya que no sea transgénica para esta nueva cartera de productos? Los principales productores como Estados Unidos, Brasil y Argentina, han adoptado la tecnología en más de un 90% para estos cultivos. Lo mismo Bolivia, Paraguay y Uruguay. Debido a esto, para estos países resulta sumamente complicado y costoso segregar el maíz transgénico del no transgénico, por lo que el precio del último es mucho mayor en caso algún cliente lo solicite.
El Perú no cultiva transgénicos. Primero, porque nunca se implementó la ley que los regula (Ley 27104); y, desde diciembre de 2011, por una moratoria de 10 años (Ley 29811). Entonces, este nuevo panorama ¿podría representar algún tipo de oportunidad para el país? ¿Nos podríamos convertir en un proveedor de productos no transgénicos para corporaciones con políticas similares a la de Cargill?
Soya prácticamente no cultivamos, pero maíz amarillo, sí. Tenemos un promedio de 300 mil hectáreas distribuidos en la costa y la selva. Sin embargo, debido a que el rendimiento promedio en el país es bajo (4,7 toneladas por hectárea [t/ha]), no podemos satisfacer ni siquiera nuestra demanda nacional, la cual supera los 4 millones de toneladas. Este maíz se destina principalmente a la preparación de alimentos para pollos.
Importar una tonelada de grano de maíz amarillo —prácticamente, todo transgénico— cuesta alrededor de 225 dólares (unos 750 soles, de acuerdo al valor CIF e incluyendo los impuestos de ley), mientras que el precio de la misma cantidad maíz pero producido en el país ronda los 950 soles. Es decir, sale un poco más barato importar que comprarlo localmente. Sin embargo, lo producido aquí no es transgénico, entonces ¿por qué no venderlo a empresas como Cargill, a un mayor precio, para mejorar los ingresos de nuestros agricultores maiceros (al menos, mientras dure la moratoria)?
El tema es que mientras los rendimientos sean bajos, los ingresos también lo serán, así vendas a un mayor precio tu producto.
En el Perú, los rendimientos del maíz amarillo varían enormemente entre una región y otra. Mientras que en Lima e Ica superan las 10 t/ha, en San Martín (la región con mayor extensión de este cultivo) apenas supera las 2 t/ha. La diferencia radica en el manejo agrario (uso de maquinaria, semillas certificadas, fertilizantes y pesticidas, etc.). En otras palabras, para producir más se requiere invertir más (entre 6 000 y 7 500 soles por hectárea), algo que los pequeños agricultores no pueden hacerlo.
Si queremos aprovechar esta coyuntura, se debe empezar por elevar los rendimientos en algunas regiones ofreciendo asistencia técnica y mayores facilidades y rapidez de acceso a créditos a través de Agrobanco, y evitar así que caigan en manos de los habilitadores o cooperativas que les cobran altísimos intereses. Fomentar nuevas estrategias para la asociatividad de los agricultores (algo que hasta ahora no ha funcionado), para que puedan ahorrar costos y negociar los precios en función a mayores volúmenes.
En vista que ciertos consumidores están dispuestos a pagar más por productos “libres de transgénicos”, tanto así que ahora hasta la sal y el agua son etiquetadas como tal, nuestro país podría exportar otras cosas con ese valor agregado.
Incluso, hoy en día, los productos “GMO-free” (que se cultivan de forma convencional usando fertilizantes y pesticidas sintéticos) están quitando mercado a los productos ecológicos u orgánicos. Al parecer, algunas personas le temen más a los transgénicos que a los residuos de pesticidas, cuando los primeros han demostrado ser seguros.