Aumenta la preocupación sobre los transgénicos
El Consejo Nacional de Ciencia (NSB) de los Estados Unidos ha publicado sus indicadores de ciencia y tecnología 2018. Uno de los capítulos más interesantes de este documento se enfoca en el análisis del entendimiento y las actitudes de las personas hacia diversos temas científicos como la energía nuclear, la nanotecnología o los organismos genéticamente modificados, en el cual me enfocaré.
Los datos muestran que, en el año 2016, el 43% de los estadounidenses consideraban a los transgénicos como extremadamente peligrosos, comparado con un 21% en el 2000 y un 25% en el 2010. Por otro lado, solo el 18% los considera como seguros cuando en el 2010 el 26% lo hacía; y, son las mujeres quienes los consideran más peligrosos comparado con los hombres (53% versus 30%). El 39% de los encuestados también considera a los transgénicos como menos saludables que sus contrapartes convencionales y el 49% piensa que su consumo podría ocasionar problemas para la salud de la población en general. Estos resultados y tendencias son similares a los obtenidos en otros países, incluso en el Perú aunque no se tienen datos estadísticos al respecto.
No hay dudas que la preocupación respecto a los transgénicos aumenta con el paso del tiempo. Esto puede resultar algo paradójico porque las personas solemos preocuparnos más por lo nuevo y desconocido. Los transgénicos ya llevan más de 20 años en el mercado. Si bien están destinados principalmente a la alimentación de animales (la soya y el maíz amarillo), la industria textil (el algodón) y los biocombustibles (la canola), muchos de sus derivados (harinas, aceites, azúcares y otros aditivos) forman parte de diversos alimentos procesados que consumimos día a día.
El problema es la desinformación que hay al respecto, la cual es propalada por personas con buen grado de instrucción académica y de quienes no tendríamos por qué dudar. Ayer en la mañana escuchaba a una reconocida radio local a un médico que hablaba sobre los “alimentos no saludables”. Como era de esperarse, no podían faltar los transgénicos. Indicaba que su consumo podría general diversos problemas de salud. “Si lo dice un médico, entonces debe ser cierto”, es lo que cualquier oyente diría. Sin embargo, éste médico no basaba sus comentarios en lo que dice la evidencia científica al respecto.
Llevo más de seis años trabajando en la regulación de los transgénicos y, para ser sincero, en un inicio también tenía mis reparos acerca de esta tecnología. Sin embargo, a medida que empecé a conocer a fondo cómo son evaluados, sus características y los estudios realizados para evaluar su inocuidad, tengo la certeza que no representan algún tipo de riesgo para la salud humana.
Todo transgénico, antes de ser aprobado y autorizado, pasa por un riguroso proceso de evaluación, caso por caso. Es decir que, si el transgénico A demuestra ser seguro, no implica que el B y C también lo sean. Estos también deben ser evaluados independientemente. Por eso se deben evitar las generalizaciones cuando se habla de la seguridad de los transgénicos. Estas evaluaciones lo realizan entidades como la Administración de Alimentos y Medicinas de Estados Unidos (FDA), la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), entre otras.
No obstante, es cierto también que las evaluaciones se basan en los estudios realizados por las mismas empresas que los comercializan. Esto puede generar muchas dudas en cuanto a la credibilidad de los resultados por el conflicto de intereses. Por eso, el evaluador de riesgos recurre también a estudios independientes o analiza los datos sin procesar. En Europa, por ejemplo, la autorización de un transgénico tiene una vigencia de 10 años para que, al finalizar ese tiempo, se vuelva a analizar la seguridad del producto en base a la nueva evidencia generada en otras partes del mundo.
Un criterio que se toma en cuenta para evaluar la seguridad de un transgénico es si la cantidad y proporción de sus componentes (carbohidratos, aminoácidos, grasas, proteínas, etc.) están dentro de los rangos normales para un determinado producto. A esto se le llama la “equivalencia sustancial“. Si todos los valores están dentro de rangos normales se indica que el producto transgénico es tan seguro como su contraparte convencional.
Sin embargo, hoy en día contamos con herramientas poderosas que nos permiten analizar cada metabolito individualmente. Es decir, ya no ver los carbohidratos de manera general, sino cuantificar cada tipo de azúcar (glucosa, ribosa, fructosa, maltosa, etc.) que hay en un producto. Estos análisis revelan que hay diferencias en la cantidad de moléculas de un producto transgénico y uno convencional. Pero, la pregunta que se debe hacer es si estas diferencias realmente representan un riesgo o no. Por ejemplo, si analizamos con estas herramientas una misma variedad de papa pero sembrada en diferentes lugares, veremos que también entre ellas existe mucha variabilidad en los metabolitos que producen, pero esto no significa que una va a ser más riesgosa que la otra.
Vivimos en una época privilegiada. Podemos acceder a todo tipo de información desde nuestras computadoras gracias al Internet. Sin embargo, no nos hemos preparado para saber discernir entre la buena y la mala información. Y no solo eso, de acuerdo a un reciente estudio publicado en Science, las informaciones falsas se difunden “significativamente más lejos, más rápido, más profunda y ampliamente que las verdaderas en todas las categorías de información”. Es por ello que siempre los mitos relacionados con temas controvertidos como los transgénicos, la energía nuclear o la nanotecnología, pegarán más en la sociedad.
Lo que tenemos es una seria brecha de información que se va acentuando cada día más y los científicos tienen parte de la culpa. Muy pocos sienten la responsabilidad de comunicar sus hallazgos en un lenguaje sencillo para que pueda ser entendido por la población. Muy pocos actúan en debates (incluso en redes sociales) o tienen la paciencia para aclarar conceptos para evitar que los bulos sigan diseminándose. Algunos sienten un complejo de superioridad al saber más que otro sobre un tema científico y se vuelven arrogantes al momento de explicar las cosas, ridiculizando al adversario. Pero también conozco muchos investigadores que vienen desarrollando iniciativas para acercar la ciencia a la ciudadanía.
Entonces, aquí hay un fuerte trabajo que realizar en comunicación de la ciencia, la cual debe ser promovida desde las universidades y de instituciones como CONCYTEC, ya que muchas veces son los intereses de las personas los que mueven las políticas públicas. Preocupémonos porque estas sean basadas en información real, objetiva y veraz.