¿Por qué se dejó de sembrar algodón transgénico en Burkina Faso?
La historia evolutiva del algodón es fascinante. Cuatro especies domesticadas de manera independiente en cuatro lugares diferentes: el Gossypium arboreum, en Asia (entre Pakistán, India y Sri Lanka); el G. herbaceum, en África (entre Egipto, Sudán y la península arábica); el G. barbadense, en Sudamérica (al norte de Perú) y el G. hirsutum, en Centroamérica (al sureste de México). Esta última es la especie de algodón más cultivada del mundo (un 90% de lo producido anualmente) y fue donde se desarrollaron los transgénicos.
Un algodón que produce su propio insecticida
A fines de la década de 1980, científicos de Monsanto (ahora subsidiaria de Bayer) lograron introducir el gen Cry1Ac de Bacillus thuringiensis (Bt) en el algodón. Este gen codifica una proteína que resulta tóxica para cierto tipo de insectos (larvas de polillas) cuando la ingieren.
Para la transformación genética usaron una variedad de algodón antigua y fuera de comercialización —la Coker 312— porque era la que mejor respondía al cultivo in vitro. La intención era utilizarla como parental para transferir el rasgo transgénico a los cultivares de algodón modernos a través de retrocruzamientos. En 1992 se hicieron las primeras pruebas de campo y, en 1996, inició la producción comercial en Estados Unidos y otros cinco países bajo el nombre comercial de Bollgard® (MON531).
La aparición de plagas resistentes a la proteína Cry1Ac era una constante amenaza. Por ello, durante la década de 1990, Monsanto trabajó en una nueva versión de algodón transgénico. Utilizando un “cañón de ADN“, introdujeron el gen Cry2Ab2 de Bt en un cultivar de algodón Bollgard® (DP50B). De esta manera, la planta modificada poseía dos genes de resistencia a insectos.
La tecnología Bollgard® II (MON15985) empezó a comercializarse en 2003. Uno de los países que mostró interés por esta tecnología fue Burkina Faso, el principal productor de algodón del continente africano.
Los años maravillosos
El sector algodonero de Burkina Faso genera un 4% de su PBI. Dada su relevancia económica, los agricultores reciben incentivos y apoyo económico por parte del Estado. Su industria algodonera se encuentra bien organizada a través de la Unión Nacional de Productores de Algodón (UNPCB), la Asociación Interprofesional del Algodón (AICB), y empresas estatales (SOFITEX) y privadas (SOCOMA y Faso Coton).
En 2003, el gobierno burkinés —a través Instituto del Ambiente y la Investigación Agrícola (INERA)— y la AICB, se asociaron con Monsanto para introducir la tecnología Bollgard® II al país. El objetivo fue facilitar el control de plagas en el cultivo de algodón, especialmente, el gusano algodonero (Helicoverpa armigera), para mejorar los ingresos de los agricultores.
Los primeros ensayos experimentales (2003-2005) se hicieron en dos regiones de Burkina Faso utilizando el cultivar norteamericano DP50B2. Los rendimientos del algodón Bt aumentaron en 14.7% respecto a las variedades convencionales y solo requería dos aplicaciones de insecticidas en vez de seis.
El sector algodonero burkinés deseaba un cultivar transgénico que conserve la calidad de fibra y adaptación agroclimática de sus variedades mejoradas. En respuesta a ello, la tecnología Bollgard® II se introdujo en el germoplasma local a través de retrocruzas por tres generaciones. Dos de estos nuevos cultivares —FK95 BGII y FK96 BGII— se probaron entre 2006 y 2007, obteniendo rendimientos superiores en 34% respecto a los algodones convencionales.
En 2008 se instalaron las primeras 15 mil hectáreas de algodón Bt con fines comerciales. La adopción de la tecnología fue rápida gracias a los créditos y programas de financiamiento instaurados por el gobierno. Aplicaron la política del precio de semilla por hectárea, es decir, si las semillas no germinaban (por ejemplo, cuando se retrasaban las lluvias), la empresa les proveía semilla adicional de manera gratuita para compensar la pérdida. Para 2009 ya habían 125 mil hectáreas instaladas.
El acuerdo entre Monsanto y el gobierno burkinés fue que la empresa norteamericana recibiría el 28% del valor añadido (lo que se ganaba de más con relación a un algodón convencional) por el uso de la tecnología Bollgard® II. Esto equivalía a 26 euros por hectárea en 2011. Para la campaña 2014/2015, el 70% de toda el área cultivada de algodón (unas 454 mil hectáreas) era transgénica.
Todo parecía ir de maravilla, pero en 2016, el sector algodonero burkinés tomó la radical decisión de no sembrar más algodón Bt. De un momento a otro, toda la producción volvió a ser convencional. El problema fue que la longitud de la fibra y el porcentaje de desmotado del algodón transgénico era menor que de las variedades convencionales y se pagaba menos por ella.
Este hecho causó una gran sorpresa en el ámbito agrícola porque el modelo empleado en Burkina Faso quería ser replicado en otros países de la región. Fue así que Brian Dowd-Uribe, de la Universidad de San Francisco (EEUU), y Jessie Luna, de la Universidad Estatal de Colorado (EEUU), decidieron analizar lo sucedido. Los resultados se publicaron el mes pasado en la revista World Development.
Problemas conocidos pero no difundidos
Entre 2006 y 2007, cuando se hacían las pruebas experimentales, los investigadores burkineses observaron que los nuevos cultivares Bt (FK95 BGII y FK96 BGII) mantenían las características de los parentales norteamericanos (DP50B2). La longitud y proporción de fibra desmotada eran menores de lo esperado. Recomendaron más retrocruzas antes de iniciar la producción comercial (teóricamente se requieren al menos seis retrocruzas para introgresar un rasgo deseado en una variedad comercial, pero solo habían hecho tres). Esto significaba postergar el uso comercial del algodón Bt por unos años. Monsanto dijo que haría los cambios necesarios cuando la tecnología fuera utilizada a gran escala y el problema desaparecería.
Como era de esperar, los inconvenientes con la calidad de fibra se evidenciaron desde el primer año de uso comercial del algodón Bt. Monsanto tuvo que pagar compensaciones en las campañas 2009/2010 y 2010/2011. Otro problema fue que la empresa norteamericana asumió un aumento del 30% en los rendimientos por el uso del algodón Bt para calcular las regalías. Sin embargo, un informe de la AICB mostró que el incremento solo era del 13%. Además, el cálculo se hacía cuando el algodón llegaba a las desmotadoras y no consideraba el menor porcentaje de fibra obtenida.
Por otro lado, la política del precio de semilla por hectárea no funcionaba adecuadamente. Los extensionistas no se daban abasto para atender y corroborar los reclamos de los agricultores. En algunos casos, se les culpaba por la pérdida de la semilla y no se les compensaba. Los agricultores tenían que comprarlas nuevamente para evitar que se les pase la temporada de siembra. Esto aumentaba sus costos de producción.
El algodón Bt también demandaba más fertilizantes. Al no ser afectado por las plagas producía más bellotas que requerían más nutrientes para poder desarrollarse. Solo los agricultores con mayores recursos podían invertir en ello; los pobres no. Incluso estos últimos tenían que vender los fertilizantes que les subvencionaban para conseguir algo de dinero. Esto afectaba su producción.
La industria algodonera burkinesa reclamó a Monsanto por las millonarias pérdidas que fueron calculadas por la AICB en 76 millones de dólares. La empresa norteamericana tuvo que devolver parte de las regalías retenidas (unos 18 millones de dólares) para cerrar el tema y evitar entrar al plano judicial. Así terminó la historia del algodón transgénico en Burkina Faso.
Lecciones
Los problemas con la calidad de fibra y porcentaje de desmotado del algodón Bt se evidenciaron desde las pruebas experimentales, pero no fueron comunicados adecuadamente. Los artículos científicos publicados sobre la adopción de la tecnología Bollgard® II solo abordaban aspectos positivos. Se construyó una narrativa de éxito y el mensaje se reforzaba con cada estudio publicado que citaba los anteriores.
El conflicto de intereses forma parte del problema. Las empresas siempre publicitan lo positivo mientras que lo negativo se deja de lado. Los investigadores burkineses —muchos extrabajadores de INERA y SOFITEX que fueron contratados por Monsanto— tenían menos libertad para publicar sus observaciones. Sentían que sus recomendaciones no eran tomadas en cuenta por la empresa.
Es importante reconocer que la ciencia no puede ser ajena a intereses políticos, económicos y sociales. El poder puede “dar forma” al conocimiento. Sin embargo, el caso de Burkina Faso nos enseña que debemos diferenciar a la tecnología (el algodón Bt) de quién la desarrolla (Monsanto).
Un estudio publicado en 2018 mostró que, si bien los agricultores burkineses desconocían los conceptos biotecnológicos asociados con la tecnología Bollgard® II, opinaban que los rendimientos, sus ingresos y su bienestar mejoraron. Particularmente, la reducción del uso de plaguicidas fue percibida de manera muy positiva por todos los encuestados y la mayoría no estaba de acuerdo con la suspensión del cultivo del algodón Bt.
Por otro lado, Dowd-Uribe y Luna indican que, si bien son “críticos con la narrativa de éxito absoluto”, también dejan en claro que fueron testigos de los beneficios del algodón Bt en Burkina Faso, sobre todo en la reducción del uso de plaguicidas (que fue positivo para las familias agrícolas expuestas a insecticidas tóxicos), así como mejoras en el rendimiento y la productividad laboral para algunos agricultores. “Estos beneficios a menudo son ignorados o negados por los activistas antitransgénicos“, comentan.
¿La tecnología falló? No. La gran mayoría de agricultores encuestados mencionaron la reducción en el uso de insecticidas y mano de obra. Esa es la función de un cultivo Bt. El problema fue la variedad transgénica desarrollada por Monsanto. Se requerían más retrocruzamientos, pero no hicieron caso a las recomendaciones de los investigadores locales. También fue la falta de transparencia para comunicar los resultados y no considerar otros aspectos que van más allá de los rendimientos.