
Si el gobierno de España puede darse el lujo de pagar sustanciales pensiones de desempleo por hasta 24 meses, ofrecer un magnífico sistema de salud universal, asistencia para costos de vivienda o incluso apoyo a familias en el cuidado de niños, es porque no tienen que gastar gran cantidad de dinero en defensa. Esa cuenta en su mayoría, la paga los Estados Unidos de América. El Presidente Trump y el electorado estadounidense no están muy contentos.
España y el resto de Europa tienen mucho que agradecer al infame Tratado de Versalles por sus sistemas de Estado Bienestar. Terminada la Primera Guerra Mundial, los poderes victoriosos impusieron condiciones punitivas intransigentes a una Alemania igual de quebrada que ellos. Los pagos de las deudas y reparaciones de guerra se volvieron imposibles, y en combinación con políticas económicas aislacionistas hicieron colapsar el sistema financiero internacional y causaron la Gran Depresión mundial de los años 30, tras lo cual toda Europa cayó en el desempleo y la miseria. En Versalles primó la ideología del castigo sobre el pragmatismo, y se crearon las condiciones para el surgimiento del fascismo y la Segunda Guerra Mundial.
El principal opositor y crítico a Versalles fue el economista John Maynard Keynes, quien había advertido de las consecuencias. En los últimos estertores de la Segunda Guerra Mundial, Keynes se propuso a toda costa evitar que el pragmatismo vuelva a perder. Y esta vez sí lo iban a escuchar, pues el Presidente Roosevelt y su sucesor Harry Truman, estaban firmes en su convicción de que los principios económicos Keynesianos eran la solución para evitar otro colapso económico y una tercera guerra. Keynes lideró la delegación británica en la conferencia de Bretton Woods donde se estableció el nuevo orden económico mundial y fue la principal fuerza intelectual en las negociaciones, así como la inspiración para el Plan Marshall de asistencia económica a Europa.
La idea Keynesiana era evitar el desempleo masivo y una quiebra económica que lleve a los pueblos de Europa a más revoluciones y guerras. Esto mediante la intervención proactiva del Estado en la economía, la expansión de beneficios, el pleno empleo como política de Estado y un capitalismo controlado por un sistema multilateral de comercio. Así surge el sistema del Estado Bienestar en Europa, y el resto es historia.
El dinero sin embargo, no les alcanzaba para establecer un robusto sistema de defensa contra la Unión Soviética, lo que generó el argumento para la creación de la OTAN. Estados Unidos asumía el grueso de los costos de defensa de Europa para sostener el nuevo consenso y justificaba el costo al electorado argumentando la lucha contra el comunismo.
Después de varias décadas de éxitos y complicaciones, nos encontramos en la de los 90 en la que EE.UU. es el único superpoder, Europa goza de una riqueza y prosperidad sin precedentes y el millonario Donald Trump no para de quejarse de que el amigo rico sigue pagando la cuenta de sus amigos que ya no son pobres como antes.
Mientras Estados Unidos emplea el 3,5% de su enorme PBI en defensa, la mayoría de países europeos no llegaban al mínimo de 2% establecido por la propia OTAN; los principales culpables siendo países como Bélgica (0,9%), España (1,2%) o Alemania (1,4%). Aquello que se hablaba a puerta cerrada por años, Trump lo saca a la luz en su primer gobierno con su técnica de tierra arrasada y pone en evidencia a Alemania y otros países que habían estado gozando de un jugoso Estado Bienestar a costas de ahorrar billones en defensa.
Europa sin mayor argumento para exculparse, se ha comenzado a poner en línea y tras algunos años de trifulcas con Donald Trump I y II, hoy está asumiendo una responsabilidad económica mucho mayor por su propia defensa. Hasta el gobierno socialista de España ha comenzado a subir impuestos para elevar su porcentaje del PBI en defensa al 2% para el 2025. Este realineamiento en los gastos de la OTAN ha liberado mucha presión y ha sido un resultado positivo de las técnicas trumpistas.
No obstante, Trump y los aislacionistas tienen una oposición ideológica en contra de la OTAN, y ahora que el argumento financiero está desapareciendo, están comenzando a sacar otros. America First se opone al gasto en defensa de una Europa próspera cuando se podría usar el dinero en casa. La reorientación hacia China incentiva a que el gasto militar sea direccionado a Asia, y Trump ha comenzado a poner peros y excusas ante el compromiso de defender a aliados. Se teme que la OTAN acabe siendo una institución comatosa e inefectiva en la práctica, como la ONU en su capacidad de evitar conflictos.
No obstante, las idas y venidas de Trump y la falta de apoyo en el Senado para un abandono de Europa hacen inverosímil a este escenario, aparte de que el problema real de desbalance en los gastos ya está próximo de solucionarse. La agresividad de Rusia justifica la existencia de la OTAN y su ineptitud evidente justifica el argumento de que la alianza atlántica está en ventaja, lo que da énfasis a su misión. El escenario probable es que vuelva a primar el pragmatismo de largo plazo sobre el aislacionismo trumpista. Keynes y Roosevelt estaban determinados a que Versalles sea la última vez en donde triunfaron las emociones y la ideología.
El consenso de Bretton Woods y el Plan Marshall que dieron pie al Estado Bienestar de Europa y a la OTAN fueron lo correcto en su momento. Ahora, con una economía próspera y una Rusia debilitada, Europa ya se puede dar el lujo de asumir la responsabilidad que le corresponde, continuando así en la OTAN con menos carga para Estados Unidos y aun así manteniendo su Estado Bienestar con importantes reformas para no quebrarlo. Está en el espíritu de lo que abogarían Keynes y las grandes mentes pragmáticas de los años 40.

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