Metal peruano, política nacional y Alan García
Política y heavy metal forman un dúo incómodo para el headbanger. A diferencia del punk, el heavy metal ha evitado, soslayado o pasado de puntillas por los ásperos temas políticos e ideológicos. En general, mucha de la temática (tanto en lo iconográfico como en lo lírico) del metal es parcial o totalmente escapista, recurriendo a realidades fantásticas, de ciencia ficción, ocultistas o históricas idealizadas. Solo el thrash metal, fuertemente influenciado por el hardcore, ha abordado con asiduidad el tema político, aunque suele hacerlo de manera simplista y maniquea. Por supuesto cualquier persona con algo de formación se da cuenta que toda esta tendencia a evitar la política evidencia en sí misma una actitud política, la del independiente desinteresado, que no es precisamente la actitud política más conveniente para una sociedad. Esto por supuesto es una generalización y es posible encontrar excepciones.
Sin embargo la política es una dimensión inevitable de la vida humana, sobre todo entre hombres libres y ciudadanos de sociedades que se pretenden democráticas y sobre todo participativas como somos nosotros. Así que, querámoslo o no, la política tiene una relación con el heavy metal y con los headbangers, y resulta infantil y necio negarlo. En el caso del metal peruano, es además una relación traumática que hasta donde he leído, ha sido escasamente estudiada e incluso apenas comentada, generalmente solo de pasada y al vuelo.
¿Por qué afirmamos que es una relación traumática? Pues para eso viajemos mentalmente con nuestra memoria a la primera época del heavy metal peruano: los años 80. Como creemos en la actualidad la primera actividad de metal estrictamente hablando ocurre en nuestro país entre 1983 y 1986. Un puñado de bandas alcanzó cierto desarrollo y luego de 1987 se volvió factible lanzar sus primeros discos. En concreto hablamos de Masacre y Orgus, seguidos muy de cerca por Armagedón. 1988 debió ser un año clave para las dos primeras bandas. Su participación en conciertos y concursos de rock, en paralelo con el crecimiento en popularidad del metal internacional entre los jóvenes de las clases medias urbanas tradicionales del Perú creaba las condiciones de un pequeño, pero viable mercado local para esta expresión del rock. Sobre todo porque en la segunda mitad de los 80, se vivía en el mundo el ápice del movimiento de heavy metal y se puede decir que el contexto le era favorable. Acá en Perú Orgus y Masacre estuvieron a punto de firmar contratos para lanzar sendos discos debut en aquel año, y de hecho por lo menos el de Masacre fue grabado (con portada y sesión de fotos realizadas). Sin embargo, esta promesa no se concretó. ¿Qué pasó?
Pues la dimensión política golpeó con fuerza y encarnaba este puño uno de los rostros más nefastos de la política peruana: Alan García. Efectivamente, como sabemos, Alan García fue presidente del Perú entre 1985 y 1990 y ese periodo condujo a una de las crisis más graves que haya enfrentado el Estado peruano desde su fundación en 1821. Las consecuencias del desastre mayúsculo propiciado por la mezcla de megalomanía, pedantería, ignorancia y politiquería del primer mandatario se expresaron en una inflación acumulada de más de dos millones por ciento en 5 años, la quiebra de la mayor parte de las empresas del estado, la debacle ante Sendero Luminoso que amenazaban la existencia del Estado y numerosos actos de corrupción pública. El efecto fue terrible en toda la sociedad, pero en concreto la clase media urbana tradicional fue destrozada. Y eso fue grave para el país y su futuro, ya que esa clase media, era la más insertada en la modernidad, la de mayor nivel educativo, y sus jóvenes eran el relevo de la capa intelectual y tecnocrática de la siguiente generación. Justamente entre los jóvenes de esa clase media se reclutaban y militaban la mayor parte de los headbangers, incluidos los músicos y cuadros técnicos necesarios para la creación de una escena musical consistente
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La crisis brutal que padeció el país que le hizo retroceder décadas en su desarrollo y convirtió a su sociedad en un tumulto permeable a propuestas autoritarias fue la que hizo imposible cualquier empresa musical de riesgo, como el heavy metal, que no es que sea precisamente un género masivo. Así, las posibilidades de contrato de las bandas peruanas quedaron sin efecto al no poder solventarse; se hicieron imposibles nuevos contratos con otras bandas, es más los mismos integrantes de esas bandas, jóvenes educados de la clase media, al igual que más de un millón de peruanos más, terminaron emigrando del país, la mayoría para siempre. Agreguemos a esto la enorme situación de inseguridad, producida por el estallido de los coches bombas, los cortes de luz por voladuras de torres, los paros armados, la especulación y carestía, el triunfo sin control de la informalidad, etcétera. Ese cuadro terminó haciendo naufragar a esa primera escena, que perdió a miembros claves en su desarrollo.
Se comprenderá que en ese contexto organizar un movimiento coherente era casi imposible. Chile, que por entonces pasaba por una bonanza económica y el proceso de apertura de fines de la dictadura de Pinochet, por el contrario pudo cimentar una escena sólida y sacar años de ventaja a nuestro movimiento. Es más al emigrar, los jóvenes de la clase media peruana más occidentalizada del país, complicaron todo desarrollo futuro del rock y sus subgéneros que perdieron a su potencial público.
Cuando a mediados de los 90, la situación económica se estabilizó. Una buena porción de la clase media tradicional (reitero, la mejor educada) estaba debilitada económicamente o fuera del país, en particular los jóvenes y por ende esa estabilidad la heredó un sector social emergente, una nueva clase social “progresista”, occidentalizada de otra manera y que por sus raíces culturales no era igualmente permeable al rock en general ni al metal en particular. Al no estar presente la clase media tradicional no hubo esa instancia mediadora en la sociedad peruana que podría haber ejercido entre las élites completamente prooccidentales y los sectores populares emergentes y así la “cultura chicha” terminó adueñándose de las ciudades del país, con todas las consecuencias que conocemos.
En otras palabras, la nefasta política llevada a cabo por el Apra y Alan García en su primer periodo de gobierno destruyó las condiciones mínimas para la sustentación de una escena local de metal sólida. Por ende el desarrollo del metal nacional se vio gravísimamente perjudicado en un momento importantísimo de su historia y es mi opinión que eso no debe ser pasado por alto por los actuales headbangers del Perú. El perdón no es una de las cualidades cultivadas por el heavy metal.
Podemos encontrar lecciones de este proceso. Primero, un headbanger no debe desinteresarse radicalmente de la política nacional, porque esta le afecta quiera o no, (aunque no es necesario que esa preocupación aparezca en las letras de las canciones literalmente). Segundo, pese a lo expuesto, aun en medio de este panorama desalentador una pequeña escena local, más extrema, logró crearse y alcanzó cierta consolidación entre 1991 y 1995, sin embargo su pervivencia fue bastante precaria. Tercero, no es sensato premiar a quienes nos han perjudicado injustamente y Alan García es candidato a la presidencia por tercera vez, de allí que un headbanger con alguna conciencia histórica debería notar que ciertas opciones electorales no son consistentes con su identidad.