El milagro de las trincheras cumple 100 años
En 1914, en medio de una trágica matanza, los soldados que se disparaban desde varios meses atrás pudieron dejar sus odios de lado para celebrar la Navidad. Ese extraño fenómeno aconteció en las trincheras ubicadas en Ypres, Ploegsteert, Comines-Warneton y Flandes (Bélgica), durante los días 24 y 25 de diciembre, en medio de la Primera Guerra Mundial, donde murieron más de diez millones de hombres.
La noticia demoró en hacerse conocida -el diario inglés Daily Mirror publicó una foto recién en enero de 1915-; y durante muchos años fue “oficialmente” negada por los altos mandos de las naciones involucradas: Gran Bretaña y Alemania. Pero por el bien de la humanidad sí sucedió. Hoy, cien años después, se puede contar como símbolo de esperanza para el propio hombre, que aún persiste en dirimir sus diferencias mediante las armas, como en Ucrania, Siria o Medio Oriente.
Cuando los periódicos informaron de este raro suceso, la historia se transformó en mágica, en un hechizo entrañable. El relato estuvo acompañado de fotografías y testimonios, de cartas y anécdotas –como el famoso partido de fútbol en la “tierra de nadie”, que los alemanes ganaron a los ingleses por 3 a 2-.
Indagando en nuestros archivos hallamos datos de la información que llegó al Perú por esos días. El 24 de diciembre un cable publicado en El Comercio dice textualmente: “en la frontera belga los alemanes están haciendo grandes preparativos para celebrar la pascua, hasta donde la situación lo permita. El estado mayor alemán ha facilitado el transporte de millares de regalos enviados por los parientes de los soldados, los que están siendo distribuidos actualmente por los oficiales de cada puesto a los interesados”.
La nota no hace más que confirmar una disposición oficial de por lo menos uno de los ejércitos implicados en esta curiosa historia para crear un ambiente especial durante la Nochebuena. El apunte más revelador del despacho es el siguiente: “En algunas partes, pequeños árboles de Navidad han sido puestos dentro de las trincheras”.
Dos días después, el 26 de diciembre, encontramos un cable aún más interesante enviado desde Londres, y que a la letra dice: “parece que hubo ayer una tregua anglo-alemana con el objeto de enterrar a los muertos, pues durante la semana miles de ellos habían quedado insepultos. Se dice que había muchos cadáveres colgados sobre las púas de los alambres de la defensa y que los exploradores pasaban por encima de ellos”.
Cien años atrás la información no solo demoraba en llegar, sino que además la distancia obligaba a que fuera a veces muy general y confusa, sobre todo en épocas de conflicto bélico. Pero estos despachos son bastantes explícitos con respecto a lo sucedido. El primero resulta premonitorio y el segundo diríamos que confirmatorio. Hoy pueden leerse como las pruebas de una tregua milagrosa.
¿Cómo empezó todo?
Colocados los árboles en las trincheras alemanas, el espíritu afloró de a pocos. Testimonios y cartas posteriores escritas por algunos protagonistas indican en su mayoría que los soldados teutones empezaron a cantar villancicos, específicamente el clásico “Noche de Paz” (Stille Nacht).
Con las artillerías en silencio fue fácil que sus voces llegaran hasta las trincheras enemigas –muchas de ellas ubicadas a tan solo cincuenta metros-. Las luces de los árboles más la entonación de las canciones empezaron a construir el milagro. Desde el campo enemigo los alemanes escucharon voces británicas pidiendo que se asomaran, y prometiendo que no habría disparos. Los germanos fueron los primeros en pisar la “tierra de nadie”, muchos con las manos en los bolsillos.
Algo extraño había empezado a suceder y ya no se podía detener. Los británicos también empezaron a acercarse. Se trataba de soldados escoceses, según indican los historiadores. Entonces empezó el intercambio de palabras, luego de saludos, hasta llegar al apretón de manos. Después hubo un sincero trueque de cigarros y chocolates. Seguramente hubo mucha tensión, pero a la vez una inmensa necesidad de confiar.
En medio de esa inusitada camaradería se tomaron decisiones concretas, como el recojo mutuo de cadáveres y la celebración de servicios religiosos. El acuerdo inicial fue dejar de combatir todo el día 25. La luz de la mañana empezó a asomarse y la tregua se transformó en un vibrante partido de fútbol, en donde los batallones se convirtieron en equipos, y la tierra que los separaba se volvió un campo deportivo.
Así como todo empezó, todo tuvo que volver a su cauce normal, donde lo “normal” era la guerra. Los altos mandos se enteraron horas y días después de lo sucedido y tuvieron que remover las tropas a otros lados. Suponían estos generales y coroneles que entre esos hombres iba a ser imposible apuntarse y dispararse mutuamente.
(Miguel García Medina)