Peruanas de corazón fuerte en Irán
¿Cuánto una mujer está dispuesta a hacer por amor? En la década de los 90, empacaron sus sueños de progreso y abandonaron el Perú para trabajar en Japón como obreras. Allí, sortearon a diario la ilegalidad, como en una ruleta rusa. No había mucho que perder, empeñaron su juventud por un futuro digno. Y en esos años sin pasado ni presente, donde el trabajo en tierra ajena era el único pan del día, se enamoraron. Cuando finalmente les tocó la bala, empacaron nuevamente los mismos sueños y partieron a un país que nunca imaginaron para construir un hogar.
Casi un centenar de peruanas se han casado con trabajadores iraníes que conocieron en Japón durante el boom laboral. Al menos 60 de ellas residen actualmente en varias ciudades de Irán donde forman la única comunidad peruana en un país extranjero integrada solo por mujeres. Otras compatriotas casadas con iraníes continúan en Japón, aunque en años recientes varias de estas familias han vuelto al Perú para empezar una vida nueva.
A partir del 2000, las peruanas se instalaron en Irán debido a que Japón aumentó las deportaciones de ilegales. Esa fue la historia de Pilar Sánchez Ramírez y su hija de cinco años que arribaron en el 2005 a Teherán. Un año antes habían deportado a su esposo iraní, once meses después fue su turno. Estuvo un mes detenida sin poder ver a su hija, quien quedó a cargo de las autoridades japonesas. Cuando se la devolvieron, optó por Irán como destino final. Al principio la niña no la reconocía y tampoco recordaba a su padre.
Como muchas otras peruanas casadas con iraníes, Pilar que nunca había tenido nada suyo en el Perú, formó una familia en Japón. Cuando nació la niña, ella y su pareja ya habían compartido una década de sacrificios y sobresaltos como ilegales. Pero como Irán nunca ha sido Japón, Pilar y su hija viajaron al Perú en el 2008, con boletos sin vuelta. Tres meses y medio después, ambas estaban otra vez en el avión de regreso a Irán. Trujillo tampoco era Teherán. Luego de dos décadas de ausencia, sentía que el Perú ya no le pertenecía y Japón no la quería. Volvía por un hogar.
Otras peruanas llegaron con los mismos sueños de familia a Irán aunque por caminos insólitos. Durante el declive de la economía japonesa, partieron con sus esposos iraníes para invertir los ahorros de tantos años en un negocio propio. Susana Nalvarte Yamamichi ya vivía como una esposa iraní en Japón antes de mudarse en el 2009 a Irán con sus dos hijos pequeños. Renunció a su trabajo, a su celular y a sus amistades masculinas cuando aceptó casarse con un iraní que además tenía parientes en Iraq. Se convirtió al Islam. Sabía perfectamente lo que le esperaba.
Pero la vida que no da sorpresas, no es vida. Una vez establecidos en Teherán, su esposo le regaló un celular, la animó a ser profesora de español y jamás tuvo reparos con sus estudiantes varones o sus amigos homosexuales. Desde el primer día, fue él quien trazó una raya y le advirtió a sus parientes que nunca intervinieran en sus vidas. Después, colocó en el comedor de la casa una imagen de la Última Cena. Años atrás Susana que creció en una familia de padres separados en Chacra Ríos, le había pedido solo una cosa: un hogar.
Un hogar feliz a veces tiene un precio que vale cualquier pena. Liliana Guerra Barreto es del Callao y le gusta creer que hay que perder muchas batallas antes de ganar la guerra. Dos años después que deportaron a su pareja iraní, abandonó Japón en 1996, volvió al Perú y viajó a la Argentina, donde se reencontraron para casarse en el consulado de Irán. Permanecieron casi dos años en ese país y otros seis años más en el Perú. Sin embargo, su esposo iraní nunca terminó de encajar en América Latina y le pedía volver.
Todo iba tan mal que Liliana se preguntaba si acaso serían felices en Irán. Se trasladaron a Teherán en el 2006, con su hija de tres años que había nacido en Lima. Pero ahora, era ella la que no encajaba. La convivencia con sus suegros, las costumbres de un país islámico y las reglas impuestas a las mujeres terminaron por enfrentarlos. La relación recién empezó a mejorar cuando se mudaron solos. Y si se trata de elegir, Liliana eligió quedarse, para construir su hogar aunque sea en el rincón más apartado del mundo.
* Publicado el 1 de Enero del 2013 en la edición impresa del Diario El Comercio
PEDIDO:
No existe Consulado del Perú en Irán y esta es la principal urgencia de las peruanas y sus hijos. En el 2011, el cónsul del Perú en la India las visitó dos veces para atender sus casos. Pero este año no han recibido ninguna visita. La comunidad peruana le pide a las autoridades que al menos dos veces al año lleven a cabo consulados itinerantes en Irán.
PARA CONOCERLAS:
Las peruanas proceden de varias partes del Perú, especialmente de Trujillo y Chimbote. La edad promedio es 40 años de edad y dos hijos. Se comunican en japonés con sus esposos aunque también estudiaron persa, y hablan con sus hijos en español. Por lo general los maridos son comerciantes o independientes. En Irán forma parte de las familias de clase media o clase acomodada.
LA FAMOSA PELÍCULA:
Algunas peruanas han visto la famosa película “No me iré sin mi hija” basada en una historia de la vida real donde una madre estadounidense casada con un médico iraní escapa con su hija de este país islámico. Según las leyes iraníes, los hijos pertenecen al padre, quien incluso debe firmar un permiso para que su esposa pueda viajar.
AGRADECIMIENTO:
A todas las mujeres peruanas de corazón fuerte que he conocido en Irán. Gracias a aquellas que me permitieron compartir sus historias de amor con los lectores del diario. Pero gracias también a las que me abrieron su corazón y me pidieron anonimato. Guardaré por siempre sus secretos. Sigo creyendo que lo más importante es que una mujer pueda decidir lo que quiere para su vida.
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