A la poesía solo le faltan las palabras
No hay mayor atrevimiento en las letras que el intimismo poético. Pero hoy no reflexionaré sobre la filosofía griega ni sobre la cultura contemporánea, sino sobre la poesía.
Debajo usted podrá leer los primeros versos de un poeta en sus 16 o 17. Quizás torpe y básico (quizás no). Llegarían algunas obras, se perfeccionaría el lenguaje, la maduración poética dejaría atrás las viejas formas de componer. Sin embargo, el poeta no debe renegar de su origen, que es el germen de lo que será o llegará a convertirse.
En un mundo signado por la prisa y el materialismo es natural que la poesía devenga en arte menor. La gente quiere historias y resultados, no la comparsa de una melodía hecha de palabras. Pero allí va la poesía, la pariente pobre de las letras, a alumbrar el ocaso del solitario que necesita cuatro versos para pintar el cielo o la pálida penumbra del que requiere una estrofa para bucear dentro de los adorables ojos que lo miran.
La poesía vive en la belleza, a nosotros concierne buscarle las palabras.
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Algunos viejos poemas aurorales. Excusen por tales, entonces me regían los influjos de los primeros libros (digo, por si es que estos versos no le llegan a gustar):
Domingo
Para siempre.
Te tenía reservado
este lugar.
Para siempre.
Es domingo
que como en tarde cuelgo
la pesadez de un agrio licor.
Eras para siempre.
No soy de los que pierden el tiempo
en inmediatos adioses.No te creas que no es algo serio.
Pero tengo sombras,
Y en domingo tengo sombras
Y al envolver el pescado
tengo sombras.
Maleficio dominical.
Estoy solo
en la barca
Es domingo
Y me purifico, mujer.
Y digo así como soy,
es domingo
y se me caen las muelas de la cara.
Para siempre,
reiríamos juntos
no sé de qué vívido ron.
Te tenía un cielo
de astrología alcanzable
y un rincón de domingo sin sombra.
Un tiempo que he torcido
como a un pescuezo trémulo.
Una mano que me tuerce
como a un pescuezo trémulo.
Para siempre,
mi cuerpo sin abrigo,
una tarde de domingo
que cuelga en el corazón.
No hay retornos
Vuelvo
……y no vuelvo el mismo.
ni a los viejos amores
ni a los antiguos himnos.
Vuelvo a las cosas sencillas
a las sabias nociones
a la fruta del ramo
a la orilla del agua.
Pero no se nos ha sido dado volver.
Jamás volvemos
al ángulo recóndito
al minucioso espacio
ni a los perfumes
ni a las canciones
ni a los tamaños.
(..)
Desconocidos
Adiós.
Para siempre adiós.
Viajeros de ida,
simplemente extraños.
Amor, siempre los adioses.
Es inútil combatir
el lindero del abismo.
Punto de agujas
Remotos arcanos.
Distantes barrios,
disímiles voces,
tu cuerpo yerto desdoblándose
en extraños territorios.
Es muy tarde.
Vierto mis humos arqueados
en las calles moribundas.
El océano ya no tiene tus ojos.
Eso es todo.
Adiós.
(…)
Memoria de las cosas
¿Te acordarás de mí
cuando un verso
salte como un pez
desde invisibles páginas?
O al beber del ojo de la tierra
mi sangre única
cuya música aún vistes de gris.
O al ver este amor
en un anillo simple
que abrió cruces y caminos
en la hojarasca de abril.
¿Te acordarás de mí
cuando colmes del trago lívido
que bebí siempre a solas
y vuelvas la mirada
a la curvatura angosta
de este pobre vertebrado
de ojos niebla?
Veloz, ágil, viento, bella.
Cuando etéreas golondrinas
de algún sueño
vuelen en círculo sobre tu cuerpo,
acuérdate de mí.
Dos
Hembra
Duros pétalos
Diosa que se descubre al hombre.
Varón
no te ilusiones,
mira que el sueño dura lo que el asombro.
No estés con los ojos,
sácate el apuro.
Osamenta, vuelca tu queja única
y ya no aguardes
que para ella el mundo brinca
como un trompo de madera.
Tejido de heladas lluvias
Tímido fulgor del bronce.
Varón,
algún día:
hembra que vuelve en el rocío.
No la aguardes.
Hembra,
torna a poblar el espacio
que el polvo ocupa.
Ave que emigra del humo
que se curva como una seña
que viene a morir en el desierto.
Hembra,
carnívora de boca fría
cabellera del círculo,
boca húmeda de trueno.
Penélope
Tenía en mente una frágil gacela
con ojos de lumbre y color de papel.
Está llorando,
no la ve venir.
Son las diez.
Quiere ser la polvareda traslúcida,
la noche sucedida,
la aurora que declina,
la agonía.
Ser la piedra que se erige
y luego se destruye
o el abismo
que es eterno y vano.
Ser un ojo
devorado por un mito,
una lengua muerta,
un cóncavo cuerpo corrompido,
un perfume vertido al viento,
una palabra.
Abre los ojos
a la hora que se cubren los espejos.
Ella no volverá.
Cree que Ulises arribará del sueño.
Se tiene por un árbol hendido por los siglos.
Así morirá,
y el tiempo se olvidará de su obra.