Sexo, amor, pasión: instante breve o eterno
Con San Agustín entendí que el tiempo de Dios es eterno, el tiempo de los hombres es mortal. Eternidad es un círculo, mortalidad una línea y, por tanto, una secuencia que empieza y concluye.
¿Y si te digo que hay situaciones cumbre en las que la eternidad rige? No me creerías. En “Los puentes de Madison”, un hombre y una mujer casada se aman intensamente y saben que en algún momento el sueño magnífico acabará. En “Verano del 42″ el joven se enamora de la mujer madura y solo la posee al final, cuando ella conoce de la muerte de su esposo en combate. El desenfreno de una hora no se repetirá.
La pasión intensa que involucra una genuina y ardorosa entrega, el encuentro que compromete al cuerpo y al alma, permanecen, sobreviven a las horas. Un prolongado, pero leve amor no trasciende, muere en su consecución.
Lo que llama solo al cuerpo muere con él. Lo que llama al alma permanece en su sustancia. Un encuentro desapasionado, sensual apenas, leve, nos recuerda nuestra mortalidad. Un encuentro gobernado por el fuego, donde el alma enciende y aprieta es una representación de la eternidad.
Un instante puede representar mucho más para un hombre que cuarenta años de mecánica sexual amatoria. Depende de la entrega, la pasión, la química, el desborde, la crispación, el temblor…El erotismo, como dice Octavio Paz en “La llama doble”, es ceremonia y representación, no es simple sexualidad animal. Aunque luego dice: “El sexo es el centro y el pivote de esta geometría pasional”.
El amor a un cuerpo es incompleto si no involucra la fuerza interior. Amar a medias no es amar. Amar una hora puede tener mayor significación que amar en la levedad durante toda la existencia. El amor a un alma, efímero o no, es lo que torna en pleno y genuino al sentimiento, el que lo lleva a comulgar con la eternidad. Platón se equivoca cuando dilucida en su ideal la bondad del amor casto. Separa el cuerpo del alma, pero ambos deben compenetrarse en un abrazo, en un beso, en la magia sublime de un encuentro.
Como todas las creaciones del hombre, nos dice Paz, el amor es doble, “es la suprema ventura y la desdicha suprema”. Nos cuenta que Abelardo relató las peripecias de su vida bajo el título “Historia de mis calamidades”. Amó y por amar fue castrado. Señala con resignación que el amor está sujeto a las condiciones de la tragedia de la vida, al paso del tiempo, a la pérdida de la belleza y de la juventud, a la enfermedad y a la muerte. El amor muere doblemente cuando no es una entrega total.
El amor es conciencia de muerte e intento por eternizarse en un instante. Cuando tal fusión se realiza, nada puede derrotar el momento cumbre del amor. Desde luego, ese instante de dicha habrá de dar paso, al dolor de dos criaturas mortales que se separan, pero ¿Se separan realmente?
El amor no es viso municipal o bendición clerical. Sé que es difícil de entender, que el común humano es desapasionado y ligero, que su deseo no es total. El hombre trepa un cuerpo y abraza el disfrute, luego se va, aunque haya de retornar. El que se entrega a mil, socava, rige, sacude el universo, no se contiene, no repara en razones, no toca, hace más, vierte la piel y el alma, remueve la materia del fondo de la tierra.
Contribuye a la pasión más intensa la novedad, la avidez que sucede al amor, la desnudez que echa abajo todos los ropajes, la entrega total. Y la entrega total carece de relojes, no es el tiempo lo suyo. La clave de la pasión real es precisamente esa, apostar contra el tiempo en un encuentro supremo, fugaz e imperecedero a la vez. “El tiempo del amor no es grande ni chico: es la percepción instantánea de todos los tiempos en uno solo, de todas las vidas en un solo instante”.
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Ps: artículo cuya elaboración se animó por la enésima relectura de “La llama doble”, de Octavio Paz .