Los suplementos culturales
Durante muchos años mi madre solía recortar los artículos del suplemento El Dominical del diario El Comercio y me transmitió ese hábito sin sospechar siquiera que algún día sería un integrante del equipo de esa publicación. Ella aspiraba a que ese niño culturoso sea aún más, pero nunca fui de cargos o escalafones. Lo mío fue apenas crear. Supe desde décadas atrás cuál era la textura del alma de ese suplemento en el que Francisco Miró Quesada Cantuarias y Luis Miró Quesada depositaron toda su fe. Yo fui por siempre su más leal seguidor.
Recuerdo mucho un artículo sobre el genio envidioso (Schopenhauer envidiaba a Hegel) o las columnas de Toño Cisneros, las grandes plumas que recorrían todas las Humanidades cumpliendo con el ideal de Francisco Miró Quesada Cantuarias, Aurelio Miró Quesada Sosa y Oscar Miró Quesada (Racso), que asumían que el periodismo debería llevar la Universidad a la casa del hombre común y que no hay un genuino periodismo sin alma.
Esos fueron los principios que me orientaron en estos últimos años mientras me encargaba de varias secciones y escribía mis propios artículos en ese suplemento que fue y es mi vida desde que adquirí la conciencia del saber. El periodismo cultural no debe centrarse en una sola materia, debe ser una Universidad con muchas facultades, dirigirse según esa ansia vital que Luis Alberto Sánchez llamaba: “la ambición cósmica del conocimiento”.
La cultura en la prensa debe conjugar la actualidad con lo clásico, lo especial con lo múltiple, sin tratar de descubrir la pólvora, peligrosa tentación que puede llevar al amarillismo cultural y a la pluma forzada.
Me gana la convicción que un buen suplemento cultural tiene un espíritu, pero también un cálculo del público objetivo real al que se quiere captar. Por decir, el público común de El Dominical es aquel hombre o aquella mujer medianamente ilustrados que cada domingo toma las 16 páginas del suplemento para digerir uno, dos, tres o cuatro buenos artículos. La clave, en este caso, es la brevedad intensa y estética, sin que ella signifique una síntesis vacía o retórica. En 700 palabras cabe el más súblime y revelador de los artículos, lo que en 1800 palabras podría ser no más que una tentación de palabras forzadas dirigidas solo a un ralo número de académicos y escritores capaces de darle a una lectura desde la primera capitular hasta el punto final. Pero este es solo un microcosmos con relación al público real que lo sigue y lo espera.
Las grandes sábanas de letras reducen el número de lectores de habitué y espantan al seguidor común, que es común, lego, curioso, culturoso, pero sin las propensiones de un intelectual de academia o un escritor profesional.
Un suplemento cultural moderno se vale de las fotos y de las ilustraciones como el factor que captura y recaptura la lectura hasta hacerla llevadera y fresca. El viejo periodismo se hacía solo de letras, el moderno amplió su interés conjugando el conocimiento con la belleza de la foto, el color, el diseño complejo y la pertinencia de la ilustración. Todo en unidad de espíritu con lo que el periodista quiere decir.
El valor agregado del periodismo en general, como de cualquier suplemento se erige sobre la base de la veracidad más que del añadido. Muchos suplementos pueden ofrecer un elemento más, pero el lector siempre preferirá al que se centra en la perfección más que en el plus, en la verdad más que en el detalle, en la buena investigación y precisión. La demasía de lo nuevo, del plus, tiende a convertir una nota en extensa, barroca, cuando no en churrigueresca.
Una nota cultural puede sugerir añadidos (extraños, certeros o forzados) que tengan menor valor que una cuyo máximo valor es la credibilidad. Pero en sustancia, es la veracidad lo que hace la diferencia entre una noticia cultural y otra, entre un articulo y otro de un diario cualquiera.
La cultura es el pariente pobre del periodismo, pero darle preponderancia es darle poesía y alma al diario. Un lector concluye un artículo informado y novedoso, extenso y abigarrado sobre Philip Roth y no gana ni se enriquece. Otro lector lee una nota honda, emotiva, espiritualmente cargada (y, desde luego, coherente) de 700 palabras sobre Bolaño y siente. Si, sí, “sentir” (luego aprender) es lo que hace que el lector vuelva a ese suplemento cada domingo y se deleite, pues de eso también se trata hacer periodismo cultural. La brevedad, la intensidad y el lenguaje son los pilares que sostienen esas notas cuyo eje es el alma, el alma le da vida a las letras. Un diario con alma, un suplemento con alma, son los ganchos que crear y solidifican los vínculos entre el lector y el producto.
Todo suplemento cultural debe aspirar a ser una universidad para el hombre común, que no lo sabe todo, que ignora lo que ocurrió tras el discurso de Unamuno en el Día de la Raza en la Universidad de Salamanca (que lo puede nutrir de coraje intelectual) o el perspectivismo de Ortega o los ásperos lazos entre Kafka y su padre o la esencia real de las novelas que cree conocer, pero que no conoce en realidad, porque el periodista laxo lo da todo por sentado.
La Universidad debe llegar al periodismo y la veracidad y credibilidad ser su principal sostén, eso lo aprendí de mis sabios maestros, algunos de ellos ya no están con nosotros.