Si Pele prefirió ser marketero de la FIFA a entrenador y Maradona eligió ser un pobre divo antes que un técnico en serio, Cruyff sí fue Cruyff en sus dos versiones. Jugando y dirigiendo. Su éxito excede su pasado de futbolista y se sostiene en su legado global. En la cancha podría discutir su trono de rey histórico, pero fuera de ella desarrolló una virtud que lo agiganta aún más en mi recuerdo: cambió el fútbol.
Primero liderando a la 'Naranja Mecánica' setentera que no conocía de posiciones fijas, y segundo diseñando como entrenador un Barcelona que terminó jugando al modo holandés, es decir, al modo Cruyff. Por diferentes vías, Messi y Guardiola son herederos casi sanguíneos de su estilo. Messi, en términos posicionales, porque Lionel tomó el lugar de falso ‘9’ azulgrana que tan bien inventó el Flaco-jugador y Guardiola, en la táctica, porque nadie como Pep para entender que el tikitaka que ideó el Cruyff-entrenador era mejor que ganar apretando los dientes. Con él, el Barza siempre fue torero y nunca toro.
Crack de pies y cabeza, se ha ido el personaje más influyente del fútbol mundial en por lo menos medio siglo. Le pongan o no le pongan su nombre al Camp Nou, igual lo recordaremos en cada pase. Ha dejado demasiados alumnos.