El chileno Nicolás Díaz se manifestó sobre el insulto hacia Pablo Bonilla en el Chile vs. Venezuela por la fase de grupos del Sudamericano Sub 20 (Foto: agencias)
El chileno Nicolás Díaz se manifestó sobre el insulto hacia Pablo Bonilla en el Chile vs. Venezuela por la fase de grupos del Sudamericano Sub 20 (Foto: agencias)
Jerónimo Pimentel

Dos eventos marcaron la discusión deontológica en el mundo futbolístico la semana pasada. El primero ocurrió en la Segunda División de Inglaterra y tuvo como protagonista a , entrenador del Leeds, quien fue que dirige Frank Lampard. El segundo incidente pasó en el , donde el defensa chileno Nicolás Díaz insultó al lateral de la Vinotinto Pablo Bonilla , lo que en el actual contexto sociopolítico venezolano resulta especialmente bajo.

Sobre se puede decir que no ha hecho nada que no se practique en Sudamérica y Europa desde hace décadas con normalidad. Indignarse porque el rival envía un analista a un entrenamiento solo puede ser considerado una ingenuidad, sobre todo en un entorno tan competitivo como el británico, donde dicha práctica es común: sin ir muy lejos, el Chelsea de Mourinho, donde Lampard se hizo leyenda, lo hacía con regularidad.

La respuesta del entrenador argentino fue contundente: realizó una conferencia de prensa donde confesó haber espiado a todos los equipos de la Championship, método por el cual se encargaba de ratificar la información que Wyscout y otros softwares especializados le proveían cotidianamente. No hacerlo, confesó, le hubiera parecido una muestra de laxitud, de poco rigor laboral. Pero añadió: “No importa que sea legal o ilegal, correcto o incorrecto. Basta que a Lampard y a Derby no les haya parecido bien para que yo sienta que no me he comportado de la manera adecuada”.

Sobre el insulto de Díaz a Bonilla hay un grado de hipocresía enorme: los futbolistas profesionales llevan más de un siglo mentándose la madre bajo la idea de que es un código de cancha. No es que ello sea una salvaguarda 100% segura, como lo han demostrado Nunes, Zidane y tantos más. En el caso de los Sub 20 dos temas funcionan como agravantes: la intención de herir, en ese caso particular, ofende a un país entero que pasa por una terrible crisis humanitaria y, todo sea dicho, de un tiempo a esta parte la selección chilena se ha convertido en la más resistida de Sudamérica, en mucho por una serie de provocaciones y exabruptos innecesarios (recuérdense las pintas en el Estadio Nacional de Lima o el ‘affaire’ Jara-Cavani).

En ambos casos, lo que parece estar en cuestión es la idea de “deportividad”, una suerte de utopía ética que obliga a que los contendientes se sientan pares, se traten con respeto y empatía, y busquen imponerse solo a través de medios regulares, sin ventajas injustas. Es un horizonte hermoso, pero también un atavismo victoriano de las sociedades industriales, cuando el deporte era amateur y se practicaba en el club social o en el día libre entre colegas de oficio. El profesionalismo rara vez cumple este ideal, lo que no significa que no debería. Es por ello que las campañas de ‘fair play’ son tan intensas pero a la vez anecdóticas.

Bielsa, famoso por sus escrúpulos, no siente que haya hecho algo incorrecto hasta que a su rival se lo parece. Eso también es deportividad. Díaz ha reconocido públicamente su error y ha pedido disculpas públicas en redes sociales. No debería ser un chivo expiatorio. Lo deportivo es darle una chance para que crezca.

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