Se ha dicho mucho acerca del pintoresquismo del torneo local, aunque dos son las ideas que trascienden la anécdota y con las que, tal vez, se pueda resumir el año. Una es grave y le pertenece a Omar Fernández en su ya legendaria frase: “Necesitamos perder”. En efecto, no hay mayor síntoma de enfermedad futbolística que una liga que desnaturaliza al deporte privándolo de su sentido de competencia. Hay quien cree que organizar un torneo es jugar con el calendario e inventar copas estrambóticas. Quien escribe ha visto organizar torneos de Adecore con más seriedad (pero habría que resucitar al padre Hervé Thomazo).
La segunda idea es más sutil pero igual de poderosa y tiene que ver con dos íconos del Sporting Cristal: uno renegado, Roberto Mosquera; y otro actual, Carlos Lobatón. Ambos son figuras históricamente subestimadas por la prensa nacional. Esta última se debate con ellos entre la indiferencia y el escepticismo. Cuando triunfan la celebración es descreída (¿será que se escucha el silencio de los hinchas de Universitario y Alianza?); cuando pierden es como si estuvieran negados para la competencia de élite (el entrenador se convierte en un vulgar florero; el volante, deambula por el campo con una refrigeradora en el pecho). En ningún caso hay la moderación que exige el oficio periodístico, ni el consentimiento que se tiene con sus colegas.
Y, sin embargo, es probable que Mosquera sea desde hace tres o cuatro años el mejor entrenador peruano activo, uno de los pocos, al menos, que intenta conciliar la tradición futbolística peruana con los conceptos del fútbol moderno; así como Lobatón debe ser el mejor mediocampista ofensivo de la liga local en la última década. He ahí otro dato para la epicrisis: no saber reconocer a tiempo el poco recurso con el que se cuenta.
El 2014, sin embargo, ha sido en algo reivindicatorio para ambos. Mosquera obtuvo el Torneo Apertura, con lo que se sacó de encima el arbitrario despido del club rimense. Lobatón, a punta de goles, demostró varias veces la calidad de su pegada y puso rostro al proyecto de Ahmed.
No será esta una nota de glorificación. El segundo semestre del año el equipo chiclayano ha sido irregular, al borde de la mediocridad, y eso ocurre cuando un discurso no cala o se desgasta. Ese es el reto de Mosquera: soliviantar. Cristal, por su lado, no ha sido más parejo: Ahmed es un entrenador con una propuesta riesgosa que permite muchas licencias defensivas. Más allá de si acaba el año como Perú 1 o Perú 2, si en La Florida son serios deberán ofrecerle la oportunidad de que cuaje su proyecto. Sí, justamente eso que no le ofrecieron a su predecesor.
Es por esto que la final de este año, más allá de todo exotismo o despropósito, puede tener un carácter levemente reivindicatorio: llegan al último partido dos de los que aún creen en el juego. Que no sean cremas ni blanquiazules, unos en una crisis suficientemente larga como para llamarla período de transición y los otros enfocados en prosperar en una idea que contraviene su identidad y sus raíces, no debería soslayar este pequeño consuelo.
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— DT El Comercio (@DTElComercio) December 7, 2014
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