El gol de Lobatón fue una rareza, un hipo, una bomba de excepción en el fútbol peruano. No es la regla ver un golazo de 65 metros minutos después de un córner que termina en gol olímpico. No es, ni siquiera, una posibilidad remota volver a verlos.
Por eso, quiero decir de arranque que los golazos de Lobatón no son el fútbol peruano. Lamentablemente.
La transición Mundial-Descentralizado ha sido cruel. Demasiado diría. Tras el Mundial más emocionante de los últimos 30 años, hemos regresado a la lentitud grosera del torneo local. Pasamos del HD a la televisión en blanco y negro en una semana, acaso en la semana más dolorosa para el fútbol nacional: un día Alemania le hizo 7 a Brasil a estadio lleno y días después Caimanes perdió 1-0 con Garcilaso ante solo 4 espectadores pagantes.
Como si fuera una luz al final del túnel, el gol de Lobatón permite la lóbrega esperanza de pensar en lo último valioso que le queda al futbolista peruano: su técnica para pegarle al balón.
El fútbol local sigue con respirador artificial, pero el futbolista peruano no. En un campeonato poco competitivo, sin gente en las tribunas, con programaciones absurdas y un espectáculo pobre, lo único destacable es que todavía existen jugadores que conservan el último vestigio del fútbol peruano de todos los tiempos: la técnica. Le hace falta de todo, sin duda, pero técnica le sobra. Todavía.
Carlos Lobatón nos lo acaba de enseñar.