"Los dos triunfos de 'Mina' Zambrano", por Jerónimo Pimentel
"Los dos triunfos de 'Mina' Zambrano", por Jerónimo Pimentel
Jerónimo Pimentel

1. El primer escollo por superar se llamaba Daniel Ramírez. Se trata de un fajador potente y rápido, con un tipo físico serio y esa ambición desmedida que solo ostentan quienes acaban de pasar la mayoría de edad. Acaso, un poco atolondrado en su vehemencia, un defecto que corregirá con el tiempo, pero pegador y frontal, con capacidad para asimilar castigo y formol en los guantes, lo que le brinda una autosuficiencia que puede pasar por arrogancia. La diferencia de estilos era evidente: debía contraponer a ello su técnica pulcra y evitar el intercambio franco, del que podría haber salido pagando. No lo logró en todos los asaltos, lo que no hace sino enaltecer a su oponente (y por ello, a sí mismo), pero sí lo consiguió un número suficiente de veces como para obtener una victoria unánime. Se necesitaba para ello experiencia (la tiene) y preparación (la tuvo), lo que convierte este triunfo en una conquista del profesionalismo (qué dulce coronación). El Zambrano que el sábado combatió fue un deportista pleno y maduro: mañoso en el infight, rápido en el jab, virtuoso en el esquive de cintura y dueño del ring. La esquina panameña ayudó mucho, pues luego de cada fricción se le recordó al púgil su plan de batalla: apoyarse en el juego de piernas, puntuar y evitar la refriega bruta, para desgastar y picar. El dominicano fue disminuyendo, pues atacaba más al aire que a su contrincante, mientras que Zambrano tuvo la cabeza suficiente como para no dejarse llevar por un arrojo ingenuo. Este título le debe mucho a la mentalidad y a la inteligencia, la feliz ejecución táctica de una estrategia, y por esa razón este campeonato es el que mejor sabor deja en el aficionado de los cuatro que nos ha regalado el boxeo peruano en años recientes.
 
2. El segundo oponente de Zambrano era la historia. El campeón ha tenido que lidiar con la peruanidad, lo que en estos deberes no es precisamente una ventaja. La herencia familiar, el apellido de la leyenda antecediendo al propio, crea un peso que puede ser motivación pero también lastre. A ello hay que contestar con autoestima y conocimiento. Zambrano no pelea como Mauro Mina, su tío abuelo, pues no tiene ni la pegada ni la corpulencia del ‘Bombardero de Chincha’; él es un peso pluma rápido y ligero, estilista y cuidado, que ataca con estilete en vez de cañón. El hincha casual celebra el KO, pero mal habría hecho Zambrano en seguir esta receta en pos de un improbable homenaje familiar. De hecho, hubiera perdido. Esta renuncia a la imitación, esa tranquilidad por seguir la narrativa propia a costa de cierto silencio en la tribuna, es lo que constituye la segunda gran victoria del sábado por la noche, y quizá la principal lección que deja este título de la AMB: la única manera de ser fiel a los antiguos es encontrando el camino propio. Zambrano ha encontrado el suyo y con él ha transformado un relato que no podrá ya ser tomado como una historia agridulce del prodigio al que, hace más de medio siglo, le negaron la posibilidad de luchar por el cinturón. No. Esta fábula es otra y tiene que ver con hacer del pasado un piso y con el futuro un horizonte sin techo. Por qué no decirlo, esta es una novela que gusta más.

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