La atleta paralímpica española Adiaratou Iglesias no ve las líneas de las pistas por las que corre ni tampoco la de meta. Apenas tiene un 10% de visión a causa del albinismo, pero compite y gana, incluso a atletas sin discapacidad. La velocista que huyó de Mali por ser albina, ganó un oro en los 100 metros y una plata en los 400 en los recientes Juegos Paralímpicos Tokio 2020.
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“Me resulta muy difícil explicar cómo veo porque siempre he visto así. Cuando me pongo en los tacos y salgo, veo las dos líneas laterales de la pista en los tres primeros metros. A partir de ellos, ya no distingo las líneas y tengo que coger muchas referencias a la hora de llegar a la meta. Usamos cosas visibles para mí: la silla de los jueces, o una farola, que suele ser enorme. Y otras veces, mi entrenador se pone en la meta y me grita: “Adi, venga, mete pecho ya”, contó la velocista a Marca.
El hecho de tener poca visión no ha sido impedimento para brillar en el atletismo. Iglesias no ve las líneas de la pista atlética, ni la meta, pero es la primera en cruzarla incluso en campeonatos con atletas sin discapacidad. “No sé dónde están mis límites, no quiero ponérmelos. No sé qué soy capaz de hacer. Lo único que sé es que aún tengo mucho que dar y me gustaría seguir mejorando”, confiesa.
Su camino hasta el oro
Descubrió el atletismo en televisión cuando apenas tenía 7 años. Desde entonces supo que quería dedicarse a él, pero también tenía claro que nunca lo lograría en Mali. En su país natal nunca salía de su barrio por su propia seguridad, ya que los albinos allí son perseguidos y, a veces, incluso asesinados.
“Yo sabía que una vez al año había personas que salían a perseguir albinos para matarles o cortarles un miembro del cuerpo y tenerlo como amuleto de buena suerte. En Mali creen que vivos no damos buena suerte, pero sí muertos”, contaba hace tiempo a Marca.
“La vida sería completamente diferente (a la actual) si siguiese allí. Lo más probable es que a los 14 años me hubiera casado. Lo más probable es que fuera un ama de casa cuidando de los niños”, contó. “Venía de un lugar muy diferente, donde la mayoría de las casas eran chozas en poblados de chabolas. Cosas como entrar en un ascensor eran diferentes”, agregó.
Para evitar el peligro, sus padres la enviaron a España, donde vivía uno de sus hermanos. Tenía sólo 11 años y tuvo que dejar todo atrás. Acabó en un Centro de menores, donde conoció a su madre adoptiva. Meses después se fui a vivir a la ciudad de Lugo, en Galicia, con ella.
Lina Iglesias fue quien la animó a practicar su pasión. “¿Te imaginas poder ir algún día a unos Mundiales o a unos Juegos Paralímpicos?”, le dijo alguna vez. Y hoy no sólo se lo imagina sino que ya es campeona paralímpica. Aquel sueño se ha hecho realidad.
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