Ricardo Gareca, entrenador de la selección peruana. (Foto: Reuters)
Ricardo Gareca, entrenador de la selección peruana. (Foto: Reuters)
Guillermo Oshiro Uchima

Más que el brillo de la medalla plateada, el mejor regalo para el hincha tras la es la confirmación de que tenemos una selección competitiva, una que puede pelear otra clasificación mundialista, que exuda respeto y amor por la camiseta, que genera un ‘feeling’ especial y una identificación con la gente. Hoy ponerse la blanquirroja para los jugadores es una responsabilidad. El efecto se detecta en el final de la espiral derrotista de procesos anteriores para permitir la recuperación de la autoestima con resultados plausibles. Como equipo ya no somos menos que nadie.

La otra gran noticia la dio el mismo Gareca: “Tengo contrato con un país que me dio todo”. Tenemos técnico para rato. La madurez y el pico de rendimiento del proyecto podría disfrutarse en las próximas Eliminatorias. Ya el argentino trabaja sobre una base sólida, y además del ejercicio táctico dentro del campo tiene entre sus principales bazas una labor psicológica igual de importante. El gran logro en ese aspecto está en la reconfiguración del carácter competitivo de sus seleccionados, en la formación e integración de un grupo que maquilla bien sus deficiencias y explota mejor sus virtudes desde el convencimiento, porque entiende que el colectivo está por encima de lo individual. Que Zambrano se haya reinsertado en la dinámica de conjunto explica que los roles y las reglas están bien establecidos. Existe un patrón a seguir, un lineamiento con objetivos comunes.

Para Vince Lombardi, uno de los mejores entrenadores en la historia del fútbol americano y ganador de cinco títulos de la National Football League, la mayor fortaleza de un grupo está en su capacidad de realizar con eficacia un trabajo compartido. “El desafío de todo equipo es construir un sentido de unidad, de dependencia de unos con otros. Porque la pregunta no es cuán bien se desempeña cada persona, sino cuán bien trabajan juntas”, explicaba quien hoy presta su nombre al trofeo del Super Bowl que se entrega cada año al campeón de la liga americana. Esa definición calza perfectamente en el seleccionado de Gareca.

Desde ese sólido cimiento de relaciones humanas es que las prestaciones individuales empiezan a aportar en el funcionamiento colectivo. Durante la Copa no todos tuvieron un gran rendimiento, pese a ello la selección se valió de su fortaleza grupal para llegar a la final con ese libreto táctico que pone en práctica con mucho orden y seguridad gracias a la recuperación de un estilo de juego insertado en el ADN del peruano.

Más allá de todo lo avanzado, hay que remarcar que Perú sigue teniendo un universo de jugadores reducido, es una selección que no tiene estrellas en las ligas top. Esa falta de jerarquía la suple con unidad y sacrificio. Pero para dar el salto de calidad requiere necesariamente que el aporte de individual sea mucho mayor. Los seleccionados deben tener la capacidad de rendir en sus clubes como con la Blanquirroja.

“El jugador peruano se potencia en la selección”, sintetiza Gareca, porque hay un legado innegable en su silencioso trabajo más allá de una clasificación al Mundial y un segundo lugar en la Copa América. Solo el tiempo se lo reconocerá en su real medida.

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