"Perú demostró en la Bombonera ser un equipo compacto, sin aspavientos, con una idea clara y un objetivo concreto". (Foto: AFP)
"Perú demostró en la Bombonera ser un equipo compacto, sin aspavientos, con una idea clara y un objetivo concreto". (Foto: AFP)
Jerónimo Pimentel

Hay momentos deportivos en los que el factor técnico pasa a un segundo plano. La mayoría de grandes finales, pensemos en Copas del Mundo o Champions League, suelen ser partidos más igualados que vistosos, en los que la diferencia entre los rivales no pasa ya por la habilidad innata, la capacidad técnica y ni siquiera por la estrategia implementada por el entrenador, sino por la mentalidad. En condiciones parejas, la fortaleza mental es lo que permite o impide el triunfo y la victoria. ¿Pero qué es exactamente? En el clásico “El juego interior del tenis”, Timothy Gallwey da una teoría.


Gallwey sostiene que existen dos juegos: el interior y el exterior. El exterior es el que todos vemos; por ejemplo, este martes vestirá de amarillo y se llamará Colombia. El interior, sin embargo, es el más difícil de vencer. Es un diálogo que mantiene cada jugador consigo mismo en el que afloran distintos tipos de preocupaciones: qué pensará el resto, cómo se deben hacer las cosas, cuáles son las debilidades propias (nadie conoce mejor sus flaquezas que uno mismo), todo lo cual se convierte en ruido. Este ruido es el que nos hace fallar, pues inhibe el desempeño deportivo. La tesis de Gallwey sostiene que al visibilizarlo se le puede silenciar, el primer paso en un proceso que, de acuerdo a su método, permite desaprender estos hábitos mentales nocivos. La meta interior sería un estado de concentración relajada donde la magia ocurre: la pelota va donde uno quiere que vaya.


Nada sería más deseable que el psicólogo de la selección haya trabajado estos conceptos. Hay algunas pistas de que es así: la serenidad de Araujo, la ubicación y reflejos de Gallese, la ubicuidad de Yotún... Perú demostró en la Bombonera ser un equipo compacto, sin aspavientos, con una idea clara y un objetivo concreto. Nadie –ni Guerrero– se tocó de nervios y, en un punto, todo pareció inevitable, incluso los yerros de Messi.


Ante Colombia se necesita más, pero hay razones para creer. Los de Pekerman han dibujado una trayectoria irregular; Perú ha descrito la narrativa que, en el papel, es la que mejor recompensa: de menos a más. Los cafeteros vienen de perder en casa ante Paraguay; Perú no cae en Eliminatorias hace casi un año. El proceso colombiano, luego del estupendo Mundial que hicieron en el 2014, viene cerrándose; Perú se encuentra en su pico de rendimiento. Alguien podrá decir que en el uno a uno, posición por posición, ellos cuentan con mejores jugadores; es verdad, pero también es cierto que el fútbol es un deporte colectivo en el que la suma de virtudes individuales no da como resultado el poder total de un conjunto. Si fuera así los argentinos no estarían a punto perderse el viaje a Rusia.


Perú llega con cuatro titulares descansados, ha emparejado la hazaña del 69 y tiene el espíritu a tope. Un comercial de cemento que tuvo el acierto de registrar por última vez la inconfundible voz del gran poeta Rodolfo Hinostroza reta al público para que trate de tirar abajo el Estadio Nacional. Dos cosas sabemos de antemano. La primera es que este es un equipo de obreros. La segunda, que la selección no caerá.

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