Un día de estos, Allocco le va a quitar la pelota o él mismo, Yordy Reyna, la va a mandar afuera. Desde mediados del 2013 cuando agarró la maleta y se fue, hemos visto al delantero ex Alianza a través de su Instagram, los videos con su club firmando autógrafos, su cambio del Red Bull al SV Grödig, en suma, sus actividades fuera de la cancha, pero no en la dimensión que exige el recambio ofensivo que nos dijeron: el nuevo Farfán.
Por eso es tan importante que Yordy vuelva después de tanto tiempo a jugar por la selección adulta, a juntarse con un grupo que lo necesita más a él que a Vargas o Cruzado. Por eso es clave que juegue y confirme lo que apenas muestran los videos streaming de Roja Directa, los recuentos mentirosos de YouTube: que es un delantero que no ha perdido el gol.
Probarlo a un año que se fue, medir su crecimiento físico, testear en qué tipo de jugador se está convirtiendo obliga al entrenador de Perú a ponerlo, mínimo, más de 90 minutos con Paraguay. No es una exigencia, es una necesidad. Entregarlo a los bostezos de los diez minutos finales, o conminarlo a alentar desde el banco no solo sería un desperdicio (¿cuántos jugadores en su puesto hay afuera de ese corte para mirar?), sino que Bengoechea (y todos nosotros) desaprovecharía la chance de confirmar si los 9 goles en 18 partidos con el Grödig son una prueba de que va por el camino correcto. O más sencillamente, son el camino.
Lo otro, creo, sería haberlo traído para un inútil turismo.
La selección, esta selección peruana pobre y eliminada de los mundiales, necesita saber si el último crack que vendió al mundo puede liderar a esa ya nostálgica Sub 20 de Ahmed en la transición a tiempos mejores, y que su decisión de ir a Europa tan pronto es un modelo para otros muchachos, algunos ex compañeros, que solo volvieron a los meses.
Que juegue Yordy entonces. Los minutos necesarios para saber si es el mismo que en un metro cuadrado mandó a terapia a Allocco y Galliquio. Solo que mejor.