Los negocios lo atraen como un imán. Apuesta por la expansión global y basa sus decisiones en la confianza. El fundador de Ilender, Antonio Armejo, es líder, empresario y agente de cambio.
De chico usted quería ser músico. ¿Cómo terminó siendo empresario de productos para el sector pecuario?
Como siempre en la vida, por casualidad. Cuando era niño también quería ser ingeniero mecánico porque me gustaban las carreras de autos. Mi padre me decía que tenía que estudiar electrónica, pues ese era el futuro. Mi padre falleció cuando yo tenía 17 años y mi madre cuando tenía 20.
Se hizo solo.
Nadie se hace solo. Tuve la oportunidad de salir adelante, siempre con ayuda. Mi abuela fue muy importante para mí desde muy pequeño.
Me gustó esa frase: “Nadie se hace solo”.
Siempre hay alguien que te ayuda. Es un tema de cómo ves la vida. Para mí la vida es grata, aunque a veces parezca dura. El hombre nace para el trabajo.
Me preguntabas cómo entré a este negocio y fue una casualidad. Un domingo fui a almorzar con mis hijos pequeños y amigos a Huaral y me puse a conversar con alguien en la mesa de al lado. Esa persona me presentó al gerente general del grupo avícola Fukuda, que ese día trabajaba en la fábrica. Me dijo que me iba a comprar todo el maíz y la soya que le trajera.
Tomé 15 días de vacaciones y me fui a Argentina. Allá hice todos los trámites y averiguaciones para importar esos insumos y, antes de irme, alguien me dijo que me quería presentar a un amigo, que era veterinario. Me recomendó buscar vacunas. Solo había dos laboratorios que podían darme eso y gestioné citas.
Uno de los laboratorios me dijo que podía venderme todo lo que quería. El otro –Laboratorio Bedson– me dijo que nada de eso me iba a servir, pero me contó de un antibiótico que tenía para aves y me enamoró. Como muchas cosas que he hecho en mi vida, le cursé una orden de compra en ese mismo momento. Hasta hoy trabajo con ese laboratorio.
Por suerte, cuando regresé al Perú, me enteré de que el maíz y la soya en esa época, 1982, solo los podía importar ENCI.
Hubo una muestra mutua de confianza con ese laboratorio argentino.
Absoluta. Se forjó una relación personal muy fuerte con Omar Romano, el socio que sigue a cargo del laboratorio, al punto que su hija es mi ahijada. Somos más que hermanos.
¿Qué tan importante es una confianza así para hacer negocios con alguien?
Es tremenda, es como tener un banco atrás. Uno tiene que cuidar y hacer crecer la confianza. Yo nunca he tenido un día de atraso en mis pagos. En muchas cosas puedo ser desordenado, menos para pagar. Pago por adelantado si es posible. En la compañía la planilla se paga el 23 y no el 30. Ilender tiene una cultura, un algo distinto que mueve el espíritu y que hace que la gente sea optimista y laboriosa. Acá, si a alguien le suena el teléfono, otro se lo contesta. Una corrección se hace a solas, de manera fraterna.
¿Cómo ha mantenido esa cultura con el crecimiento de la empresa? ¿Y cómo perpetuarla para cuando se retire?
En los últimos cinco años he deseado dedicarme a trabajar la cultura, pero me es muy difícil apartarme de los negocios. Me atraen como un imán. Me encanta siempre meterme en algo distinto. Hoy mismo mi secretaria me decía que se iba a tomar dos Coca-Cola más para seguirme el ritmo. Tengo mucha vitalidad. Pero sí trabajo bastante en el tema de la cultura. Tenemos entrenamiento interno, donde se explica cómo se trabaja en Ilender, cómo uno recibe a la gente y cómo elegimos nuestras guerras.
¿Qué guerras ha escogido para este año?
En principio, hacer crecer Brasil y México. Pero nos hemos preparado para empezar los registros este año en Estados Unidos y en Canadá.
Por otro lado, mi amigo y socio Omar Romano empezó su crecimiento hacia el mundo mientras yo desarrollaba Ilender y ahora está en 65 países. Yo me dediqué a entrar país por país en América Latina, mientras él daba la distribución de su único producto. Con esos distribuidores van a entrar mis productos. Hay nueve que ya están en registro en Medio Oriente. Han venido de varios países a ver la planta que construimos justamente para llegar al Primer Mundo y nos han dicho que no han visto otra igual. Es un orgullo para el Perú. Lo habría hecho con menos dinero y menos dificultad en otro país. Pero logramos ganar batallas desde aquí porque somos una empresa que sirve a sus clientes. Te garantizo que el mejor servicio que se da en el Perú es el nuestro.
¿Dónde aprendió eso?
Creo que la vida me ha ido enseñando. Y gran parte de esta formación humana me la dio el PAD de la Universidad de Piura. En 1987 conocí al profesor Pablo Ferreiro, que para mí es un genio, y trato con él mucho de estas cosas.
Acabo de tener, antes de esta entrevista, un directorio en el que también hay dos profesores del PAD, Miguel Bazán y Miguel Ferré, junto con Julio Luque, Elia King y Esteban Viton.
Tiene un directorio independiente.
Sí, y muy exigente. Solamente mi hijo y yo somos los miembros de la familia. Hace alrededor de 10 años tomé la decisión de que no habría familiares en la dirección de Ilender. A mis hijos les dije: “Yo no quiero una empresa familiar, quiero una familia empresaria”. Y los he apoyado con sus emprendimientos. En general, me gusta apostar por chicos jóvenes.
Si mañana le ofrezco un negocio, ¿qué evaluaría en mí para que sea su socio?
Básicamente es conocerte. La gente con la que tengo negocios no son personas a las que conozco de un día para otro, sino con las que tengo relaciones de tiempo. Por ejemplo, Renzo Crovetto es mi socio en CDTEL y es un chico que estudió con mis hijos en la universidad, lo he visto crecer. Un día me dijo: “Mira el proyecto que tengo, tío”. Y aposté por él.
¿Y qué cosas le dan una señal negativa sobre alguien?
Me pasó algo esta semana en un viaje de negocios: alguien encendió una grabadora a escondidas. Me pareció una tremenda falta. No me gustan las personas que no te miran a los ojos, que te dicen lo que quieres escuchar o que tienen falsas modestias.