(Foto: El Comercio)
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César Martinelli es un economista peruano que radica en los como profesor de economía en la Universidad George Mason y estuvo en Lima para disertar su visión económica sobre la reforma política, en los “viernes económicos” de la PUCP.

Durante su visita le preguntamos sobre cómo la teoría de juegos puede explicar el comportamiento de las empresas que participaron en el ‘’.



¿Cuál es su lectura sobre la situación de la política peruana?
Hay que reconocer lo que hemos hecho bien. Uno puede estar muy preocupado por la coyuntura, pero la verdad es que en crisis semejantes en el Perú se caía la . Crisis constitucionales como esta, ha habido dos: la del primer gobierno del presidente Belaunde. La democracia acabó con el enfrentamiento entre el Congreso y el presidente y por la incapacidad del gobierno de procesar la reforma agraria y otras reformas importantes.

¿Cuál es para usted la otra crisis constitucional?
La otra es la crisis del 90. Cuando otra vez la presidencia a la cabeza de Fujimori se enfrenta con el para procesar la estabilización después del desastre del primer gobierno de García. La crisis actual es semejante. La crisis de corrupción, la revelación de la corrupción en la clase política es igual. El hecho de que, por unos jueces valientes, por la vigilancia de la prensa y por una suma de factores, la democracia se haya mantenido es algo de lo que tenemos que felicitarnos.

Hay que reforzar las instituciones que tenemos, pero hemos madurado como sociedad, me parece increíble. Tenía muy pocas esperanzas y veo que la sociedad y la economía sigue en marcha. Hace falta una , pero el punto de partida es que hemos sobrevivido.

¿Cuál cree que fue el problema?
La Constitución está muy mal hecha. Los mecanismos de la Constitución estuvieron hechos para reforzar al presidente, entendido siempre de que el presidente iba a ser Fujimori para siempre o algo parecido. A esos mecanismos quiso apelar el expresidente y no pudo porque están muy mal hechos. Entonces hay que volver a pensar en el equilibrio de poderes y volver a pensar la representatividad.

La crisis de ha revelado problemas en aquellos sectores de la economía más vinculados al Estado, porque cuando la corrupción se empieza por arriba se transmite casi por ósmosis. La reconstrucción de la corrupción comienza desde la presidencia, luego llega al Consejo de Ministros y vuelve a colar en grupos empresariales, etc. Se hace norma que los contratos se ganan de manera colusiva.

¿Cómo la teoría de juegos puede explicar los incentivos que tuvieron detrás del club de la construcción?
Cuando uno diseña una institución como las licitaciones u otros mercados organizados, subastas, etc., uno toma ciertas cosas como dadas. Se piensa que los agentes pueden hacer pujas y otras cosas que son parte de la competencia. Pero en el mundo real, los juegos en que participan los agentes económicos pueden tener otras herramientas que uno en la pizarra no toma en cuenta.

Entonces, parte de lo que hacen las instituciones no son solamente las normas formales, sino las normas que regulan lo informal como la inmoralidad, la preocupación por el bien común, etc.; cuando estas se deterioran los jugadores hacen otras cosas. En la práctica, si los actores ven que por arriba hay corrupción en la presidencia, si saben que el Poder judicial es débil, si piensan que nunca va a haber represalias, pueden hacer acuerdos colusivos. Hay una rama del diseño de mecanismos. Los trabajos de Laffont [Jean-Jacques Laffont] son interesantes. Cuando hay posibilidades de colusión, tus contratos son cada vez más ineficientes. Tienes que prever que los agentes se pueden coludir. Eso te quita grados de libertad.

¿Cuándo el beneficio propio deteriora temas como la moralidad, la ética?
El beneficio propio es el motor de la economía. Pero tiene que estar orientado al bien común y la competencia, la transparencia, etc., permiten aprovechar ese motor hacia el bien común.
Por otro lado, los acuerdos colusivos bajo la mesa, la corrupción, etc., empujan en la dirección contraria.

No sé si la corrupción en el negocio de la construcción comienza desde el gobierno de Fujimori, en el que el Estado se reconstruye. Pero lo que ha sucedido es que en todas partes del mundo es que somos menos tolerantes a la corrupción. No es un fenómeno peruano.

¿Cómo desincentivar la corrupción?
Hay un ámbito moral. Moralidad bien entendida, no moralidad de defender ideas del siglo XIX, moralidad en el sentido de vigilar a los políticos, de demandarles que no se lleven el dinero público. Esa internalización de esas cosas que para la gente joven es normal y para la gente de mi generación no. Los políticos no entendieron que estas cosas no las tolera la gente.

Hay empresas de brillante trayectoria y que se volvieron públicas en la búsqueda de operar con transparencia, pero cayeron en la corrupción, ¿qué pasó?
El modus operandi de estas actividades ilícitas entre políticos y empresas, no se sabe hasta qué punto ha habido por un lado compra de influencias y por otro, extorsión por parte de los políticos. No quiero exculpar a las empresas, pero ese era el modus operandi del sector. En el sentido de penalidad, los jueces y fiscales decidirán quién es culpable. En el sentido de moralidad hay que aplicar la justicia y tal vez, lo que nos falta como sociedad es un poco de compasión.

¿A qué se refiere con tener un poco más de compasión?
Muchos de estos personajes corruptos provienen de otra época y parte de lo que me ha fastidiado es el espectáculo de verlos enmarrocados. El aspecto mediático inquisitorial, que tenemos los peruanos desde antes de la república. Los queremos ver con traje de rayas, esa parte me parece mal. Hay que encajar la justica, ni dejar que se nos escape, pero alcanzar también la compasión. En Alemania, a nadie se le ocurrió ponerle traje de rayas a Helmut Kohl.

(Foto: El Comercio)
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¿Cómo desincentivamos la corrupción en las empresas?
Creo que hay dos caminos: Hay un camino que es hacia atrás, que es poner mucha más regulación, traer a un Estado que se mete en todo, que es el espíritu que veo en la propuesta de la comisión de reforma política, traer de nuevo al Estado regulador, metiche, poner requisitos para todo, etc.; y la otra perspectiva que favorezco es una solución liberal de más transparencia, más competencia y dónde lo clave son los jueces. Yo creo que lo clave en el Perú es la reforma del Poder Judicial.

Respecto al fomento de mayor transparencia y competencia, ¿cómo hacerlo, es responsabilidad de alguna institución en especial?
Es una buena pregunta. Creo que la rendición de cuentas de los políticos es importante, que haya transparencia, que haya carreras políticas conocidas por la gente, que uno sepa quiénes están en el gabinete, la distribución de responsabilidades claras y concursos transparentes y simples.

Pero reforzar las autoridades regulatorias lleva hacia la captura, reforzar al Jurado Nacional de Elecciones para que ponga más requisitos, más asambleas, más primarias, eso lleva a concentrar el poder y genera la vieja pregunta, ¿quién custodia al custodio? Si haces al custodio superpoderoso, la captura del custodio pasa a ser más importante que ganar las elecciones.

Si el regulador es superimportante, la captura del regulador es la más fácil para ganar un monopolio. No hay una bala de plata. Lo que no puede pasar es que se deje de hacer obra pública, por ejemplo, las carreteras hacen falta. Tal vez, hay que hacer que participe la sociedad civil en los procesos de licitación.

¿De qué forma participaría la sociedad civil?
Por ejemplo, en audiencias previas. Creo que una cosa que hay que hacer en términos de regulación que se hace poco en el Perú, por ejemplo, en concesiones mineras para hablar de un tema conflictivo, es que la sociedad intervenga para que haya más transparencia, no que las concesiones las negocie el presidente en Palacio de Gobierno con las puertas cerradas. En decisiones importantes tienen que haber audiencias donde se permita que los agentes políticos, los agentes económicos hablen.

Pero también existe el riesgo de que grupos de interés intervengan en los procesos para sacar provecho. En los conflictos mineros se ha visto mucho de eso, ¿cómo encontrar el equilibrio?
Esa es la prueba de fuego de la democracia. Para mí, el gran fracaso de la democracia peruana fue el Baguazo. La democracia sirve para evitar eso. Tenemos que buscar mecanismos para que en situaciones dónde unos creen que todos pueden ganar, haya soluciones paretianas. Uno de los problemas ha sido falta de credibilidad del Estado, falta de credibilidad de los agentes políticos, falta de rendición de cuentas. Si el costo de la democracia es que hagamos un poco menos de contratos mineros, es un buen precio.

¿Cómo castigar a las empresas sin que se afecten los proyectos de infraestructura?
Es ridículo pensar en cerrarlas. Es parte de la idea de compasión o de castigo adecuado. Wells Fargo lavó dinero en México, por este delito se le puso a la empresa una multa que le duela, pero eso no significa que vas a cerrar a uno de los bancos más importantes de los Estados Unidos. La Daimler, así como Odebrecht tenía un departamento de operaciones estructuradas que se usaba para repartir dinero para la corrupción. Cuando eso se detectó se castigó a la empresa o incluso a funcionarios, pero no significa que vas a cerrar a la Daimler. Eso nos falta todavía.

La empresa es mucho más que el funcionario corrupto que hizo un negocio o que fue chantajeado por los políticos para una coima. Las empresas son los know how, son los contratos, son los trabajadores, etc., es decir, debe haber una proporcionalidad en el castigo. Pasa en muchos ámbitos en el Perú. Por ejemplo, el caso de la congresista y su trabajadora ex terrorista. Esta última, pagó su pena y es una persona. Eso tiene que aplicarse en general a todo.

¿Alguien podría decir que, dado que la vida no tiene precio, ninguna condena podría ser un buen castigo para los que le quitaron la vida a varios peruanos?
Si somos liberales, seamos liberales consistentes. En la perspectiva liberal, uno paga su deuda a la sociedad y ya está. Lo mismo sucede con las empresas. Yo lo aplicaría a ambos lados.

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