Dario Valdizán

La opinión es la forma más básica del conocimiento humano. Pues no requiere rendición de cuentas, ni entendimiento. En cambio, la empatía es la forma más elevada del conocimiento humano, ya que requiere que suspendamos nuestros egos y nos obliga a ponernos en los zapatos de otros. Requiere un profundo propósito que va más allá del entendimiento de nosotros mismos, decía Bill Bullard.

Las brechas son mayores que las que muestran las estadísticas y no me refiero a aquellas que conocemos todos: ausencia de acceso al agua, internet, educación, socioeconómica. Me refiero a la principal brecha que limita nuestra reconciliación como sociedad y generar real política de desarrollo que resulte en una verdadera movilidad social y amplitud de oportunidades para todos: la ausencia de empatía.

Les doy un ejemplo, en un almuerzo reciente alguien me dijo “yo no tengo nada en común con la gente de Puno. Para mí, soy tan cercano a ellos como a un marciano”. Este comentario no es solo reflejo de nuestra sociedad, es reflejo del tiempo en que vivimos. La facilidad de acceso a data camuflada como información y sin pasar filtro alguno excepto el de nuestros sesgos para que visitemos continuamente la misma fuente de internet, inunda nuestra mente y nos crea la ilusión de ser expertos. Algo que nos debía acercar nos ha alejado, reforzando nuestros sesgos y dificultando nuestra capacidad de ponernos en el zapato de otros ajenos a nuestra realidad, nos ha reducido la empatía.

En el Perú, ¿cómo llegamos a este punto? Existen varias vertientes que tratan de explicarlo. Una sociedad con una amplia extensión de etnias desde antes de la colonia que dificultad la cohesión. Un proceso de independencia traumático liderado por dos invasiones: San Martín por el sur y Bolívar por el norte, y en lugar de un movimiento interno. Seguido por décadas de ausencia de una inversión en infraestructura que reduzca las distancias, que alivie las principales necesidades y ayude a generar caminos de movilización social. Lo que nos ha dejado huérfanos de héroes estadistas con una visión para nuestro país a los cuales podrías acudir en épocas de convulsión social.

Una sociedad que se identifica como “emprendedora”, principalmente desde los 80s, y utiliza como canal principal de crecimiento económico a uno mismo, termina llevándolo a una desconexión con relación a sus responsabilidades hacia otros conciudadanos y su comunidad. Lo cual conlleva a una respuesta de asombro y confusión cuando se le pregunta a una persona ¿Qué sacrificio estarías dispuesto a realizar por un conciudadano que no conoces? Siendo que esto es clave en la integración de una nación, y que cuya respuesta va de lo obvio: pagar impuestos, hasta lo complejo: servir en las fuerzas armadas. Aquí es donde nos encontramos.

Para empezar el dialogo proponemos una pregunta: ¿Cuál es el propósito de nuestra nación? Si la existencia del Perú debería reflejar su lema “Firme y Feliz por la Unión”, y entendemos la palabra “unión” como una palabra inclusiva y en constante evolución, para ser más inclusiva, entonces debemos buscar una sociedad que permita una cohesión en base al respeto a nuestras diferencias que en su conjunto nos hacen únicos, nos hacen peruanos. Nuestra cocina es un excelente ejemplo de cómo esa diversidad se puede transformar en algo extraordinario. Para que esa diversidad llegue a su potencial, necesitamos tender puentes que permitan que existan oportunidades de movilidad social. Imaginémonos que cada uno pueda ver exactamente cómo nuestros impuestos son invertidos en mejoras de educación y salud (transparencia es lo esencial que un gobierno debe darles a sus ciudadanos). Algo más concreto para incrementar la movilidad social, una beca al 100% para aquellos que entren en las fuerzas armadas / policiales durante su tiempo de servicio activo, y una fracción de esta para continuar sus estudios superiores cuando completen su servicio al país.

La construcción de una sociedad “Firme y Feliz por la Unión”, no parte de una constitución o de un líder, si no más bien se construye en base a las acciones diarias de sus ciudadanos cuando interactúan entre ellos en su vida cotidiana. Se construye en la empatía por ponernos en los zapatos de otros y buscar construir puentes que nos lleven a mayores y mejores oportunidades para todos. Como dijimos anteriormente, al contrario de la frase “que se vayan todos”, la solución se encuentra en “que se involucren todos”.

Dario Valdizán Director Ejecutivo de Buyside Research de Credicorp Capital Asset Management